martes, 12 de agosto de 2014

¿Soñaba dormido o soñaba despierto don Quijote? (1)




Comentario al capítulo 2.23 del Quijote, publicado en "La acequia", con el título "La cueva de Montesinos", correspondiente al día 12 de noviembre de 2009.

"De las admirables cosas que el estremado don Quijote contó que había visto en la profunda cueva de Montesinos,cuya imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa"


El primo, personaje del capítulo anterior, os cuenta lo que le cuenta don Quijote.

¿Soñaba dormido o soñaba despierto don Quijote?

Son las cuatro de la tarde. Es un día nublado, el sol tibio nos acaricia y no nos agobia. Nuestro héroe está en buena disposición para contarnos la aventura que ha vivido en la cueva de Montesinos. Descubre una espaciosa concavidad a doce o catorce estados de profundidad y entra en ella para descansar un poco.

Nos pide que no descolguemos más cuerda, pero no le oímos. Así que con la soga descolgada se fabrica un asiento en forma de rosquilla y ocurre algo increíble ¡se queda dormido! ¿Cómo puede alguien quedarse dormido en esas circunstancias?

Con posterioridad a los hechos aquí narrados, he tenido la ocasión de preguntar a ciertos excéntricos que vencen el miedo a estas puertas del infierno y se introducen en ellas. No me lo han sabido explicar; ellos afirman que la oscuridad, el silencio, la humedad, el frío, la visión cambiante de ciertas rocas semejantes a carámbanos de hielo…todo contribuye a crear un estado de ánimo propenso a las alucinaciones.

Yo siempre me he limitado, como guía, a acompañarles hasta las puertas de estas misteriosas oquedades y no poseo elementos de juicio. Mi mente siempre las asocia con monstruos, seres infernales…

Hablando de infiernos, me perdonarán una digresión: pronto llevaré a la estampa un libro titulado “Catálogo de apariciones maléficas a varones y doncellas en castidad”, con el “nihil obstat” del Santo Oficio, por supuesto. Es que yo venía a hablar de mi libro…entre otros asuntos.

Pero volvamos al relato de nuestro caballero andante que asegura despertarse del sueño y encontrarse en un prado ameno, de esos que aparecen en las pastoriles novelas y en los versos del gran Garcilaso. Despabila los ojos y comprueba que está despierto, se palpa la cabeza y los pechos para certificarse que es él mismo, y no un fantasma, el que está allí, entre tanta amenidad y deleite.

Y después del prado, el palacio de cristal que aparece en tantos relatos. Y después del palacio transparente, el venerable anciano de las barbas. ¿He dicho venerable? Sí, lo he dicho: el venerable anciano de las barbas blancas y larguísimas que también está en tantos relatos para gente ociosa y pueril, poco amiga de libros enjundiosos como el mío.

El ancianito va vestido con un capuz morado, una beca verde de colegial recién graduado y una gorra de ésas con aro. No iba armado sino con un rosario de gruesas cuentas con los padrenuestros del tamaño de huevos de avestruz. 

Me parece que aquí, nuestro caballero andante exagera un poco, teniendo en cuenta los datos que aporta mi interesante libro: “Medidas de huevos en las diferentes especies avícolas” ¡Demasiado grandes los cinco dieces! Entre que arrastra el capuz por el suelo y el rosario…

La presencia del venerable, bello adjetivo, le deja suspendido y admirado. Le abraza y, con vocabulario arcaico, le manifiesta que “luengos tiempos ha “que esperan su visita para que dé noticias al mundo de lo que encierra la cueva de Montesinos…


Un abrazo de:

María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2009/11/sonaba-dormido-o-sonaba-despierto-don.html

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