sábado, 27 de junio de 2015

"...soy Tosilos, el lacayo del duque mi señor, que no quise pelear con vuestra merced sobre el casamiento de la hija de doña Rodríguez"




Tercera parte del comentario al capítulo 2.66 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Camino de vuelta a casa" , correspondiente al día 9 de septiembre de 2010.

Al día siguiente, siguen su camino y ven que viene hacia ellos un hombre con alforjas y chuzo, como era propio de los correos de a pie.

Vaya, mi ordenador ya está haciendo tonterías, algún personaje secundario otra vez. Tal vez sea aquella intrépida muchacha enamorada, la vestida de arráez, o aquel galeote de la capitana. A ver, no...¿Quién eres?

Me presento, aunque vuestra merced ya tiene el gusto de conocerme. Soy Tosilos, lacayo de mi señor, el duque. Acabo de despistar a esa bella mujer que vuestra merced acaba de citar. Le he dicho que su don Gregorio preguntaba por ella y ha salido a toda priesa.

Soy aquel "valeroso combatiente", el que no quiso pelear con don Quijote sobre el casamiento de la hija de doña Rodríguez. Debía vencerle, según instrucciones de mi señor, sin matarle ni herirle, mas no quise. 

Y ocurrió desta manera porque el niño cegato, ése que llaman Amor, o Cupido, atravesó mi corazón, con una de sus flechas. La Rodriguita ya no era la mocosa estirada que yo conocía. Ay,  qué ojos, ay qué boquita de fresa. Caí rendido al amor y ésa fue mi falta. 


Dos meses después, me envía mi amo a Barcelona, a llevar un pliego de cartas al virrey, como cartero pedestre, con chuzo y alforjas. Voy por el camino y, para mi sorpresa, veo venir, en sentido contrario, al loco de don Quijote de la Mancha con su Sancho Panza. 

Me acerco, le abrazo por el muslo y le muestro la gran alegría que me da el verlo. Pienso que, tal vez ,regrese al castillo del duque, mi señor. Le expreso el mucho contento que tendrá al verlo de nuevo y así lo manifiesto. Con esta noticia,sueño, tal vez recupere el favor de mi amo.

Don Quijote no sabe quién soy, he de decírselo. Me presento y le recuerdo que me negué a pelear sobre el casamiento de la hija de aquella dueña. Muestra su asombro y me pregunta si es posible que sea aquel que los encantadores transformaron en lacayo, para despojarle de la honra de la batalla ganada. 

¿Encantadores? ¿Sigue creyendo en encantamientos? Le replico que no hubo encanto, ni mudanza de rostro ninguna, sino que entré en la estacada como lacayo Tosilos y como tal salí.

La moza me pareció bien y pensé casarme sin pelear. Todo sucedió al revés. Recordará vuestra merced que me enviaron al calabozo, a ver si se me pasaba el “encantamiento”.

Pero no terminó ahí el castigo infligido , bueno es mi señor para tolerar que alguien contravenga sus ordenanzas. Todavía tengo el cuerpo dolorido de los cien palos que me dieron, con una gruesa vara, en cuanto don Quijote salió del castillo.



Y me quedé sin esposa, que la muchacha fue enviada a un monasterio y ya es monja, con una enorme vocación religiosa. 



La dueña Rodríguez, muy contrariada, volvió a su castellana aldea.



Y, en cuanto a mi persona, ahora sirvo al duque como correo. Gozo así de más libertad y entretenimiento que como lacayo, no falta gente en el camino…

Ofrezco a don Quijote un traguito de vino de lo caro y unas rajitas de queso de Tronchón, para despertar la sed. El escudero se adelanta y me pide que escancie, les parezca o no les parezca bien a los encantadores.



Su amo le llama glotón e ignorante porque no se persuade de la falsedad de un Tosilos encantado. Le anima a que se quede conmigo un rato y se harte, mientras él se va adelante, muy despacito, esperándole.




Me río mucho con él, bebemos el vino y comemos pan con queso, sobre la verde hierba. Acabamos con el repuesto de las alforjas, nos sabe tan bueno que lamemos el pliego de las cartas porque huele a queso. 




Sugiero al amigo Sancho que su amo “debe de ser un loco”. Me contesta, con gran discreción, que no debe nada a nadie, “que todo lo paga, y más cuando la moneda es locura”. Bien se lo advierte él, pero de nada sirve. Ahora, al parecer, va más loco que nunca, que ha sido vencido por un caballero llamado no sé qué de la Luna.

Le pido que me lo cuente, mas no quiere hacer esperar a su amo. Otro día, no sé cuándo, me lo contará. Se sacude las migas y me deja con mi curiosidad no satisfecha. Me dice “a Dios” y alcanza a su amo. 

Yo también me despido. Quede con Dios vuestra merced.

Desaparece y ya sólo me queda decir lo del título, un tanto perogrullesco: 

“LO VERÁ EL QUE LO LEYERE O LO OIRÁ EL QUE LO ESCUCHARE LEER”

Un abrazo para todos de María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/09/soy-tosilos-el-lacayo-del-duque-mi.html

viernes, 26 de junio de 2015

"...y a mí, que ha pocos días que salí de ser gobernador y juez... toca averiguar estas dudas y dar parecer en todo pleito."




Segunda parte del comentario al capítulo 2.66 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Camino de vuelta a casa" , correspondiente al día 9 de septiembre de 2010.

Se acercan y un labrador les pide su opinión, como parte inocente, en una apuesta. 

Don Quijote acepta y el hombre le cuenta la historia de un vecino muy gordo, once arrobas, que desafió a correr a otro muy flaco, cinco arrobas. La carrera había de ser de cien pasos con pesos iguales. Preguntan al desafiador como igualarían los pesos y propone que el desafiado, el de cinco arrobas, se ponga seis de hierro a cuestas. 

A Sancho esto le suena, parece un caso como los que propusieron al gobernador de Barataria. No le parece bien lo de cargar con hierro al flaco y contesta antes de que lo haga su señor. Les dice que él dará su parecer, puesto que fue gobernador y juez, pocos días ha. 

Don Quijote se siente sin ánimo, no está ni para dar migas a un gatito, y le da licencia. 

Los labradores, con la boca abierta, esperan su sentencia. 

Sancho opina que no es justo lo que el gordo pide porque el peso añadido le impediría vencer. Y su veredicto es que el gordo “se escamonde, monde, entresaque, pula y atilde”. ¡Cómo me gustan estos verbos! En conclusión, que saque de su cuerpo seis arrobas de carne, como desee. ¿Dieta, ejercicio o rebanando algún pedazo? Los dos con cinco arrobas y a correr. 


"...es mi parecer que el gordo desafiador se escamonde , monde, entresaque, pula y atilde, y saque seis arrobas de sus carnes..." 

Uno de los labradores compara a Sancho con un bendito y con un canónigo, pero está seguro de que el gordo no ha de querer. 

Otro da la solución final: que no corran, el flaco no se muela, el gordo no se descarne, echen la mitad de la apuesta en vino y lleven a la taberna a “estos señores”. En conclusión, que les importa una higa la apuesta y el vino es el que ha de correr. 


"Lo mejor es que no corran... y échese la mitad de la apuesta en vino, y llevemos estos señores a la taberna de lo caro..." 

Don Quijote lo agradece pero no puede detenerse, pasa adelante y los deja admirados de su extraña figura y la discreción de Sancho. 

Uno de ellos comenta que si el criado es tan discreto, el amo lo será más. Y apuesta que, si van a estudiar a Salamanca, pronto serán alcaldes de corte. ¿Estudiantes don Quijote y Sancho? Si que ha debido correr el vino en estas fiestas… 




Amo y mozo pasan la noche en mitad del campo, a cielo descubierto. (Sigue) 

Un abrazo de.

María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/09/y-mi-que-ha-pocos-dias-que-sali-de-ser.html

viernes, 12 de junio de 2015

"...cada uno es artífice de su ventura . Yo lo he sido de la mía, pero no con la prudencia necesaria..."








Don Quijote echa una última mirada hacia Barcelona, su Troya. Glorias perdidas, hazañas oscurecidas, revueltas de la fortuna y, al final, esta caída de la que no se levantará.

Sancho, muy horaciano, le aconseja serenidad, en los buenos y en los malos momentos. Se pone a sí mismo como ejemplo: si cuando fue gobernador estaba alegre, ahora, como escudero, no está triste porque todo está en manos de la Fortuna, la cual es mujer, antojadiza, ciega y borracha. ¡Qué reflexiones sobre sí mismo hace este Sancho de la segunda parte!


Fortuna"...porque he oído decir que esta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y sobre todo ciega , y, así, no vee lo que hace, ni sabe a quién derriba ni a quién ensalza."




A don Quijote le extrañan tantas filosofías en boca de Sancho, quién se las habrá enseñado. Y le replica: nada de fortunas, que cada uno es fabricante de su ventura, como él mismo lo ha sido de la suya. Prudencia es la palabra clave. Debía haber tenido en cuenta que el flaco Rocinante no podría resistir al macizo caballote del de la Blanca Luna. Este no es mi Quijote que me lo han cambiado, ahora ni encantos ni encantadores…

Perdió la honra, mas no perderá la virtud y cumplirá con su palabra. Sancho ha de caminar. Pasarán un año de penitencia en la aldea y volverán renovados a las armas.

Sancho le responde que ir a pie no es gustoso y no permite grandes jornadas. Sugiere descolgar a un ahorcado de su árbol y colgar, en su lugar, las armas. Yendo en el rucio, hará grandes jornadas, imposibles a pie.


"Dejemos estas armas colgadas de algún árbol, en lugar de un ahorcado..." En estos árboles no hay ningún ahorcado, de momento.

Don Quijote le aplaude, con ironía, la idea y va más allá. Colgarán sus armas y grabarán en los árboles la misma advertencia que en las de Roldán, que nadie las mueva si no quiere vérselas con el dueño.

Sancho le sigue la corriente: le parece de perlas e, incluso, apunta la posibilidad de colgar al pobre Rocinante, si no fuera porque el camino sin él…

Replica, muy enfadado, don Quijote que nada de ahorcar armas ni rocines. Que no se hable del mal pago que se da a tan pacientes servidores.

A Sancho le parece muy bien que cada uno cargue con su culpa, que su amo se castigue a sí mismo, si es el culpable. ¿Qué culpa tendrán las armas, el pobre Rocinante tan manso y los maltratados pies del escudero?

Platicando se les pasa aquel día y cuatro más, aburridísimos. Al quinto llegan a la puerta de un mesón, donde hay mucha gente solazándose, que son fiestas…

(Sigue)


Un abrazo de María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/09/cada-uno-es-artifice-de-su-ventura-yo.html

domingo, 7 de junio de 2015

"que como raíz escondida, que con el tiempo venga después a brotar y a echar frutos venenosos en España"




Segunda parte del comentario al capítulo 2,65 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Cierre de historias para iniciar el regreso a casa", correspondiente al día 2 de septiembre de 2010.

Entra jubiloso, pidiendo albricias al señor don Quijote, por la buena noticia, como antes se hacía. Está en la playa, informa. ¡No es poca la velocidad de aquel barquito! Y, acelerado, rectifica: nooo, ya está en la casa del visorrey y enseguida se presentará aquí. ¡La diversión sigue! Esto empezaba a decaer…


 "¡Albricias, señor don Quijote, que don Gregorio y el renegado que fue por él está en la playa !"

Don Quijote se alegra y está a punto de decir que le hubiera gustado fuera al revés y tuviera él que ir a Berbería, para dar libertad a don Gregorio y a todos los cristianos cautivos allí. Pero, enseguida, cae en la cuenta de su triste situación. Miserable, vencido, derribado, un año desarmado…Puede usar la rueca, cosa de mujeres, mas no la espada.

Sancho le dice que deje esas lamentaciones, que así es la vida: caerse y levantarse. No podía faltar un buen refrán:”viva la gallina, aunque con su pepita”. Nada de desmayos, levántese que ya viene por ahí don Gregorio con el renegado. Aunque le sacan de Argel con ropas femeninas, en el barco las cambia por unas de hombre. Se ponga lo que se ponga es hermoso sobremanera y su edad no pasa de los dieciocho, edad de ser codiciado…uy, qué peligro.

Ricote y su hija salen a recibirle. Mientras el padre lloriquea, la hija contiene sus sentimientos, qué frialdad. Gregorio y Ana Félix, dos bellezas juntas que ni siquiera se abrazan. Habla el silencio, los ojos leen en los honestísimos pensamientos del otro.

Cuenta el renegado cómo se las apañó para sacar a don Gregorio. Cuenta brevemente don Gregorio los apuros que pasó con aquellas mujeres maduritas con quien vivió, vestidito de mujer. Tal vez, el muchacho calle algo. Es tan discreto este mayorazgo.

Ricote paga generosamente al renegado y a los del remo. El renegado tiene que reconciliarse con la Iglesia, a base de penitencia y arrepentimiento público. Como si el pobre hombre no hubiera hecho suficientes méritos…¡Pobre renegado sin nombre!

El visorrey y don Antonio estudian de qué modo se podrían quedar, en España, Ana Félix y Ricote. Tan cristiana la hija y tan bien intencionado el padre. Don Antonio se ofrece para ir a la corte, la conoce bien y da a entender que, con favores y dádivas, se sortean las dificultades.

La respuesta de Ricote no puede ser más impropia de un morisco expulsado. Este discurso de una víctima dando la razón a sus verdugos es tan impensable que sólo se me ocurre pensar en eso de “al revés lo digo para que me entiendas”.

Ricote replica que con don Bernardino de Velasco, conde de Salazar, a quien encargó el Rey la expulsión, no valen favores ni dádivas. El buen hombre mezcla misericordia con justicia, pero como la mayor parte de la nación morisca está tan contaminada y podrida, tiene que usar el hierro al rojo vivo en lugar del bálsamo bebé.


"cauterio que abrasa"
"ungüento que molifica"


"como él vee que todo el cuerpo de nuestra nación está contaminado y podrido, usa con él antes del cauterio que abrasa que del ungüento que molifica" 


Y, con prudencia, sagacidad, diligencia y miedos, ha llevado el peso de esta gran labor. Y no se ha dejado deslumbrar con las trampas moriscas, él siempre alerta por si alguno se le escapa. No quede por ahí alguna raíz que luego se convierta en frutos venenosos, en esta limpísima España. ¡Tremendas palabras las de Ricote!



"que como raíz escondida, que con el tiempo venga después a brotar y a echar frutos venenosos en España," Esta morera de la foto no da frutos venenosos, lo sé porque los he comido.


Como broche final proclama la “Heroica resolución del gran Filipo Tercero” y la prudencia de don Bernardino. ¡Tremendo decoro del personaje!

"¡Heroica resolución del gran Filipo Tercero, y inaudita prudencia en haberla encargado al tal don Bernardino de Velasco!"

Don Antonio hará las diligencias y el cielo verá. Don Gregorio irá con sus padres, Ana en su casa o en un monasterio y Ricote en la del visorrey. Ya está y el visorrey de acuerdo. Así se hará.

Llega el día de la partida. Don Antonio se va a la corte y don Gregorio a su lugar, despidiéndose de su Ana con mucho sentimiento de ambos. Dos días después, parten don Quijote y Sancho. Don Quijote sin armas y vestido de camino. Sancho tiene que ir a pie porque el rucio lleva la chatarra.

Un abrazo para todos de María Ángeles Merino


Copiado del blog "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/09/que-como-raiz-escondida-que-con-el.html