lunes, 10 de febrero de 2020

De las negras aguas a los floridos campos.

«Tú, caballero, quienquiera que seas, que el temeroso lago estás mirando, si quieres alcanzar el bien que debajo destas negras aguas se encubre, muestra el valor de tu fuerte pecho y arrójate en mitad de su negro y encendido licor..."


" Cuando no se cata ni sabe dónde ha de parar, se halla entre unos floridos campos, con quien los Elíseos no tienen que ver en ninguna cosa"


De las discretas altercaciones que don Quijote y el canónigo tuvieron, con otros sucesos

El título nos indica que, en este capítulo, encontraremos altercaciones, disputas sí, pero “discretas”, moderadas, no llegará la sangre al río. Pasaremos de los siete castillos de las siete hadas a la regañina cariñosa a…una cabra. ¡Barroco contraste!

El canónigo dijo que las historias de los libros de caballerías son mentira y don Quijote está escandalizado. Si están impresos con licencia real, gustan a todos y dan todos los detalles con apariencia de verdad. ¿Cómo van a ser mentira? Que no diga blasfemias el señor canónigo…

Para Don Quijote no hay mayor contento que leerlas y, para convencernos, nos mete de cabeza en lo que podría ser un comienzo “estándar” de una novela de caballerías cualquiera.

Una tristísima voz exhorta al caballero protagonista. Si quiere ser digno de ver las maravillas de los siete castillos, de las siete hadas, debe arrojarse a un terrible lago de pez hirviendo, con espantables bichos. El valiente se zambulle en tan calentitas y repugnantes aguas y, sin saber cómo, se encuentra en unos campos floridos. Sol luciente, cielo transparente, árboles frondosos, limpísimas aguas…todo como recién salido de una égloga de Garcilaso. Tras tanta belleza natural, la belleza artificiosa de una barroca fuente y entramos en un castillo de cuento. Oro, diamantes, perlas y, como no, doncellas, muchas doncellas. Una de ellas toma al caballero, le hace desnudar, lo baña, le da ungüentos, lo viste con finísima camisa…menudo sueño erótico, don Miguel. Música, comida, la más hermosa declara que está encantada…

Hasta aquí llegamos, que don Quijote no quiere alargarse más, se lea donde se lea cualquier historia de éstas ha de gustar y maravillar. Y lea, lea, señor canónigo, menudo antidepresivo, desde que lo probé, ya me ve usted, soy valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso, cortés y no tengo abuela. Aunque me hayan enjaulado, seré rey y daré un condado a mi escudero, que bien se lo merece.


Un abrazo para Pedro y todos los que visitan "La acequia":

María Ángeles Merino

sábado, 25 de julio de 2015

"Señores ...vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño "





Comentario al capítulo 2.74 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "La muerte de don Alonso Quijano ", correspondiente al día 4 de noviembre  de 2010.

Tantos comentarios, tantos capítulos y aquí estoy, dando vueltas al último, el LXXIV, tan importante. Quiero que me salga bien… Leo, releo, en el primer párrafo, que las vidas humanas no son eternas y la de don Quijote tampoco. Que ningún humano tiene ese privilegio del cielo y don Alonso no puede detener su “acabamiento”. Que muere de la melancolía del vencido o de una calentura de seis días, no se sabe… Le visitan el cura, el bachiller y el barbero. Sancho Panza no es una visita sino una presencia continua, al pie de su cabecera. Me voy al título, lo casca todo: cae malo, hace testamento y muere. Ya, en el capítulo anterior, pide al ama y a la sobrina que lo lleven al lecho…



Y yo sigo atascada, no me vendría mal la ayuda de alguno de esos secundarios que me visitaron en tantas ocasiones. ¡Eh! ¡A mí los personajillos! ¿Hay alguien ahí?

La pantalla bailotea y no obedece al ratón. ¡Quieta! ¿Quién está ahí?

-Saludo a vuestra merced, mujer amanuense. Yo le contaré el capítulo. Puedo hacerlo, con éste y con otros anteriores…Yo estaba allí. Soy:..

-¿El médico? ¿La sobrina? ¿Aquel “mozo de campo y plaza” del que nunca más se supo?

-No, no soy humano. Formé parte, eso sí, de un ser vivo. Cervantes me concede el don de la palabra, al final del capítulo; aunque luego comete la grosería de colocarme en una espetera, junto a las cacerolas.

Soy de “pato, cisne, cuervo o pavo” y han de darme frecuentes cortes, para mantenerme afilada. Con la ayuda de un líquido negro, escribo mejor que su infernal y luminosa maquinita. Péñola o cálamo me llamaban.



Soy la pluma del señor Cervantes. En realidad, soy una entre las muchas que tuvo en sus manos, raspando el papel de trapo, mientras la tinta se vertía dócilmente, dando vida a tantos personajes.

Les cuento. Don Quijote está apesadumbrado y sus amigos creen que la causa es su vencimiento y el no cumplido desencanto de Dulcinea. Procuran alegrarle y Sansón le anima a levantarse, para iniciar la vida pastoril, con unos buenos perros guardianes que ha comprado. El bachiller socarrón se las da de poeta y dice haber compuesto una égloga mejor que las de Sannazaro.


Llega el médico con sus rutinas, le toma el pulso, no le contenta y dice que atiendan a la salud de su alma porque la del cuerpo corre peligro. Don Quijote reacciona sosegadamente, no le importa morir; mas ama, sobrina y escudero lloran como si ya tuvieran delante su cadáver. “Melancolías y desabrimientos” le están matando, opina el galeno.

Cuadro de Ana Queral."Oyólo don Quijote con ánimo sosegado, pero no lo oyeron así su ama, su sobrina y su escudero, los cuales comenzaron a llorar tiernamente, como si ya le tuvieran muerto delante"

Don Quijote ruega que le dejen dormir un poco. Duerme más de seis horas, despierta y proclama, a grandes voces, la divina misericordia, a pesar de los humanos pecados. La sobrina le pregunta por eso que dice de pecados y misericordias. Don Quijote le responde que ya tiene el juicio “libre y claro”, sin las sombras de la ignorancia que sobre él pusieron su “amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías”. ¿Ignorancia? ¿Amarga leyenda? ¿Detestables libros de caballerías? ¿Qué ha pasado? ¿Qué prodigio es esto?


Serenamente, dice a su sobrina que se siente “a punto de muerte”. Y, puesto que ha sido loco, no quiere morir como tal. Pide la presencia de sus “buenos amigos”. Ya saben: el cura, el bachiller Sansón Carrasco y el barbero Maese Nicolás. Porque quiere confesarse y hacer testamento, lo normal para un hidalgo cristiano.

Antonia no ha de buscarlos, que ya están aquí los tres. Don Quijote los recibe pidiendo albricias porque ya no es don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano el Bueno. Su metamorfosis es tal que ahora es enemigo de Amadís de Gaula y su linaje. Ahora le son odiosas sus historias, conoce su necedad y su peligro.

El trío oye esto y creen estar ante una nueva locura. Sansón le lleva la contraria. ¿Ahora que tenemos desencantada a Dulcinea? ¿Ahora que van a ser pastores? ¿Ermitaño?

Don Quijote les pide que se dejen de burlas, que se está muriendo. Han de traerle un confesor y un escribano. Todos se miran admirados. Si al principio dudan, después de oírle tantas cristianísimas y concertadísimas razones...No hay duda, está cuerdo.

El cura hace salir a la gente y lo confiesa. El bachiller vuelve con el escribano y con el fiel Sancho Panza que, al ver llorosas a las mujeres, comienza con los pucheros y los lagrimones.

Lágrimas."Estas nuevas dieron un terrible empujón a los ojos preñados de ama, sobrina y de Sancho Panza , su buen escudero, de tal manera, que los hizo reventar las lágrimas de los ojos"
El cura da fe de que Alonso Quijano el Bueno “verdaderamente” se muere y está cuerdo. Si lo dice un sacerdote…Los ojos de los llorones se desbordan porque tanto don Alonso Quijano como don Quijote fue querido por todos.

Entra el escribano y, tras el encabezamiento y las mandas para misas y oraciones, llega a las mandas que interesan.

" después de haber hecho la cabeza del testamento y ordenado su alma don Quijote, con todas aquellas circunstancias cristianas que se requieren" 

Es su voluntad que no se le pidan cuentas a Sancho de los dineros de su señor. Que se cobre el sueldo y lo que quede, bien poco, sea para él. Y si estando loco le diera una ínsula, ahora como cuerdo le diera un reino. Y le pide perdón por haberle dado ocasión de ser contagiado de su locura, haciéndole creer que hubo caballeros andantes.

Esto es demasiado para Sancho. Le suplica que no se muera, que la mayor locura que puede hacer un hombre es dejarse morir “sin que nadie le mate”, sin otras manos matadoras que las de la melancolía. Le anima a levantarse de la cama, irse los dos de pastores y encontrarán desencantada a Dulcinea. Y no ha de preocuparse por ser vencido, con echarle la culpa al escudero es suficiente. Y, además, es condición normal de los caballeros derribar y ser derribados.

"cuanto más que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros y el que es vencido hoy ser vencedor mañana"

Sansón da la razón al buen Sancho, mas don Quijote no les deja seguir. No, no pueden tratarle como antes, ya no es el mismo, que “ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño”. Fue loco, ahora es cuerdo; fue don Quijote, ahora es don Alonso Quijano el Bueno. Ahora, arrepentido y sincero, desea que vuelvan a estimarle como antes de su locura.

Pide al escribano que siga, sabe que tiene poco tiempo. Deja su hacienda a su sobrina, Antonia Quijana, la cual pagará al ama el salario debido y veinte ducados para un vestido. Y, si la muchacha quiere casarse, ha de hacerlo con hombre que no sepa qué cosas son libros de caballerías. Si lo hace perderá lo heredado, lo cual pasará a obras pías. No será fácil para Antonia cumplir este mandado, porque cualquiera, en esta aldea y sus alrededores, ha oído hablar de tales libracos, desde el humilde pastor al rico hacendado…

Suplica a sus albaceas, Sansón y el cura, que si conocen al autor de “Segunda parte de las hazañas de don Quijote de la Mancha”, ´´ése que tanto daño hace a mi don Miguel, le pidan que le perdone. ¿Que le perdone? Sí, porque fue don Quijote el que le dio ocasión, al tal Avellaneda, de haber escrito tantos disparates. Sin don Quijote de verdad, no hubiera don Quijote falso. Bueno, pero no se disculpe su merced…

Cierra al testamento, se desmaya y se estira en la cama. Vive tres días en los que se desmaya a menudo. Anda la casa alborotada, pero la apenada sobrina come, el ama brinda con el mejor vino y Sancho se regocija. Templa la pena esto del heredar, que ya sabe el escudero lo que pasa con los duelos, bien acompañados de pan.

"con todo, comía la sobrina, brindaba el ama y se regocijaba Sancho Panza, que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena" 

Llega su último día, recibe los sacramentos y mantiene la lucidez suficiente para seguir abominando de los libros de caballerías. Y muere, ay, muere mi don Quijote, cuyas aventuras yo alimenté con la tinta que fluye desde dentro de mí. Y no muere como un Amadís o un Palmerín, muere cristiana y sosegadamente, rodeado de su gente , que llora y se lamenta . Veo que a vuestra merced, mujer amanuense, se le escapa una lágrima. Lleva tiempo en esto, me hago cargo.


El cura pide al escribano, allí presente, que dé fe por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado don Quijote, ha muerto. Y lo hace para que evitar que otro autor, distinto a Cide Hamete Benengeli, lo resucite falsamente e invente falsas aventuras.

Al llegar a su fin el Ingenioso Hidalgo, mi don Miguel vuelve al principio. No quiso poner el nombre del lugar y fue para dar ocasión, a las villas y aldeas manchegas, a que se peleen por el honor de ser la cuna de don Quijote, como las ciudades griegas con Homero.

Hubo llantos, aunque no se ponen aquí. Y nuevos epitafios, como el de Sansón que le compuso uno, dedicado al que murió cuerdo y vivió loco. Lo suyo no son los versos, no.

Y ahora viene lo mío, porque Cide Hamete, ya sabéis quién, se dirige a mí y me coloca en una espetera, con un hilo de alambre.

"«Aquí quedarás colgada desta espetera y deste hilo de alambre , ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía , adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte." 

Me dice que viviré luengos siglos aquí, sin que me profanen los malandrines. Y me enseña lo que he de advertirles si llegan a mí, eso de “tate , tate folloncicos, de ninguno sea tocada”.

Ahora declaro que don Quijote nació sólo para mí. Él y yo somos “para en uno”. Que no se atreva el “escritor fingido y tordesillesco”, con su grosera pluma de avestruz. No es asunto de su escaso ingenio, le he de advertir que deje en paz los huesos de don Quijote y no se los lleve de paseo por Castilla la Vieja.

Y me dice mi señor que, con eso, cumpliré, con mi cristiano deber de aconsejar bien a quien mal me quiere. Y dice que él quedará satisfecho de haber cumplido su deseo, que no fue otro que hacer aborrecer a los hombres “las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías”.

La última palabra de este gran libro es “Vale”.

Un abrazo para todos de María Ángeles Merino.

Copiado del blog "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/11/pues-ya-en-los-nidos-de-antano-no-hay.html

viernes, 24 de julio de 2015

Malum signum

A la entrada del pueblo de don Quijote hay unas eras. Dos muchachos están riñendo, uno se llama Periquillo y el otro…

-El otro soy yo, señora.

¿Quién me habla? Me ha parecido oír una voz infantil.

-Aquí estoy, en la extraña máquina que usted manipula. Un malandrín encantador me encerró aquí. Soy el mochacho que riñe con otro, mi amigo Periquillo. Ya sabe, el motivo es la posesión de una jaula de grillos.



No le puedo decir mi nombre, señora escribiente, porque el señor Cervantes no me concedió esa gracia. El moro de los pliegos, don Cide, tampoco lo hizo…

Soy un insignificante personaje secundario del famoso libro, en el cual cabalga don Quijote de la Mancha, un hidalgo de mi pueblo que ahora vuelve, después de un tiempo fuera, más loco que nunca. Y su criado es Sancho Panza, un labrador bien conocido aquí.

Soy tan poca cosa que sólo me dan una línea, diecisiete inocentes palabras acerca de una jaula de grillos, un “chincha rabia” para mi amigo Periquillo, que se ha quedado sin sus grillos.

Pero cuando don Alonso lo oye se pone tristísimo y más blanco que la pared. Dice mi padre que el hidalgo está loco, loco, como los enjaulados de la Casa del Nuncio…por eso será. Oye mis palabras y le dice a Sancho Panza que he hablado de una desconocida señora Dulcinea. Que no va a verla más, que yo he dicho eso. Nooooo.

El padre de Sanchico quiere responder pero aparece, de repente, una liebre que viene huyendo, seguida de galgos y cazadores.



El animalito se agazapa, debajo del rucio, Sancho la coge al vuelo por las orejas y se la muestra a don Alonso que grita “malum signum”, un latinajo como los del cura. Y otra vez con la señora Dulcinea, a la que no conocemos, que de este lugar no es…Todos sabemos que toparse con una liebre da muy mala suerte, es de mal agüero, cómo no lo va a saber nuestro vecino.

Y conoce que es mal signo, pero Sancho se lo quiere quitar de la cabeza. Mira tú quién lo dice, con la fama que tiene en el pueblo de necio, con poquísima sal en la mollera. Que si la liebre es Dulcinea, los galgos son los malandrines, la rabona huye, Panza la atrapa y la pone en los brazos...no hay mal agüero que valga.

Me llego con Periquillo a ver bien a la liebre y Sancho me pregunta por qué reñíamos. Yo le cuento que le quité una jaula de grillos a mi amigo y le dije que no la vería más en toda su vida. Y me quedo con la boca abierta cuando veo que echa mano a la faltriquera y me da cuatro cuartos por la jaula. ¡El padre de Sanchico ha vuelto rico! ¡Bien!

Pone la grillera en manos de don Alonso y pronuncia un discurso como los del señor alcalde. Que si ha rompido y desbaratao esos agüeros, que ya dice el señor cura que no es de cristianos ni de discretos creer en ellos, Y le recuerda cuando le dio a entender que son tontos los que así lo hacen.



Llegan los cazadores, piden su liebre y el hidalgo se la da. A Periquillo y a mí se nos pasa el enfado y seguimos, en su camino, a estos dos vecinos tan extraños. ¿Y sus jumentos? El rucio lleva encima una tela con llamas de fuego pintadas y un cucurucho en la cabeza. Vamos caminando detrás y se van incorporando otros muchachos. ¡Qué risa!

En un pradecillo, al lado del camino, vemos dos personas de mucho respeto: nuestro cura y el bachiller Sansón Carrasco. No se nos hubiera ocurrido invitarlos a nuestra comitiva pero, en cuanto ven a don Quijote, se dirigen a él con los brazos abiertos.



Don Alonso se apea, los abraza estrechamente y todos juntos a la casa de los Quijano.
Uno de mis amigos anima a toda la chiquillería del pueblo, tienen que ver al asno “más galán que Mingo” y a la bestia flaca de don Quijote.

El ama y la sobrina de don Alonso están avisadas y le esperan a la puerta. También acude Teresa Panza, mal vestida y mal peinada, con su Sanchica. Del Sanchico, ni rastro. A la buena mujer le extraña verlo “a pie y despeado”, dice que más parece desgobernado que gobernador. ¿Gobernador Sancho Panza? ¿Se ha vuelto tan loca como su señor amo?

El porro de su marido le anuncia que trae maravillas y dineros. Teresa alegra la cara, que le da igual cómo los haya ganado. Sanchica abraza a su padre, con la carita muy risueña, qué tendrá lo de los dineros, interesándose por si trae algo. Su padre la agarra y la sube en el burro. Se van los tres a su casa y dejan a don Quijote en la suya.

Don Quijote se aparta a solas con Sansón y con el cura y yo me quedo sin saber lo que hablan. Mi madre me dice que no debo escuchar las conversaciones de los mayores, pero me puede la curiosidad. He de enterarme en qué para la locura de don Quijote.

Se retiran al estrado que suele usar Antonia, la sobrina de don Alonso. Yo voy detrás y me quedo tras la puerta que no queda cerrada del todo. El ama y la sobrina hacen lo mismo que yo, qué curiosas.

Don Alonso cuenta que fue vencido y debe estar un año sin salir de la aldea. Dice que va a ser pastor, qué risa me da imaginar al hidalgo rodeado de borregos. En el campo estará solo, pero muy entretenido, hablando de amores. Pide al cura y al bachiller que le acompañen si pueden. Él comprará las ovejas suficientes y cada uno tendrá un nombre de pastor. Quijotiz, Carrascón,  Curambro y Pancino. Ja, ja, nunca conocí pastores con nombres así. Menuda cara ponen Curambro y Carrascón, quedan pasmados pero se le ofrecen como compañeros.



Se pone a hablar el socarrón de Carrasquillo . Dice, que todo el mundo sabe, es poeta y hará escribirá versos y versos de pastores. Irán por ahí y no dejarán árbol donde no pongan el nombre de una zagala.



Don Quijote ya tiene a su Dulcinea del Toboso. Dice que es la “nata de los donaires”, nata…qué rica.

El cura también buscará pastoras, eso sí que es nuevo, pensaba que los curas no podían hacer eso.

Sansón dice nombres de pastoras, a cual más raro: Filidas, Belisardas, Galateas… Y si hace falta se les cambia el nombre: Ana será Anarda, Francisca será Francenia…y Sancho tendrá a su Teresaina. Yo conozco a una que se llama Mariquilla: fuerte, recia y bigotuda.

Don Quijote se ríe de esas ocurrencias de Carrasco. El cura también está de acuerdo. Se despiden de él y le aconsejan que cuide su salud, eso que siempre dicen los mayores.

El ama y la sobrina están deseando que se vayan las visitas, para hablar con don Alonso. Antonia se enfrenta a su señor tío. Ahora que pensaban que iba a estar tranquilo y se quiere hacer pastorcillo. Le dice algo del alcacel, creo que le está llamando viejo.

El ama le pregunta si podrá soportar los calores, los fríos, los lobos. Ella piensa que no, que eso es para hombre criados para pastores, desde muy pequeños. Lo que tiene que hacer es estarse en casa, atender a su hacienda, confesarse y favorecer a los pobres. Lo que hace un buen hidalgo. El ama es vieja, tiene ya cincuenta años y sabe lo que le dice.

Don Quijote les pide que callen, que él sabe lo que ha de hacer. No está muy bueno y necesita que le lleven al lecho. Sea pastor, sea caballero andante, acudirá a lo que ellas necesiten. Está diciendo que las quiere ¿verdad?




Lo llevan a la cama, le dan de comer y le tratan con mimo. Y me voy, que me van a preguntar estas buenas mujeres, y vuestra merced de la misma manera, qué hago aquí.

Me voy señora escribiente, ya sabe que soy el anónimo amigo de Periquillo. Un niño sabio.

Sólo nos queda uno. Un abrazo de:

María Ángeles Merino


Copiado del blog "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
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jueves, 23 de julio de 2015

Don Álvaro Tarfe, el personaje tránsfuga.


Un caminante a caballo.


Nuestros dos amigos, que a estas alturas lo son mucho, pasan el día, en el mesón, esperando a que caiga la noche. Sancho ha de acabar su tanda de azotes, don Quijote desea ver a Dulcinea desencantada, como resultado del vápulo. En esto, llega uno que camina a caballo, con sus tres o cuatro criados y, uno de los tres o cuatro, le anima a descansar en la posada, limpia y fresca, al parecer. Se dirige a él como don Álvaro Tarfe. ¿Quién será este señor que camina a caballo?

Vaya, hacía tiempo que no me pasaba este fenómeno informático. Mi ordenador recibe visita, algún personaje de esos que se aburren en el limbo. Habrá querido aprovechar, puesto que a esta quijotesca lectura le está llegando su fin. Ahí está en la pantalla emergente. Veamos: no es el galeote, ni el mayordomo, ni una dueña… Subo el altavoz, a ver qué dice.

Saludo a vuestra merced, mujer escribiente que manipula esa extraña maquinita luminosa. No, no soy el de los remos. Está claro, dada mi elegante indumentaria, que mi condición social no es la de un sirviente. Y, muy ebria o ciega ha de estar vuestra merced para confundirme con una bigotuda dueña. Titiritero, cura, barbero...cese de decir disparates y póngase esos espejuelos que descansan sobre su mesa.

Le cuento mi aventura. Ésos que dice y muchos más me persiguen sañudamente hasta aquí, cantazo va, cantazo viene, invitándome a tomar una buena ración de sopa de arroyo. Me gritan que ese lugar es para los personajes del verdadero Quijote y que yo pertenezco a uno apócrifo y más falso que Judas.

No me escuchan cuando les digo que, aunque nací en esa falsa segunda parte del Quijote tan odiada, Miguel de Cervantes me reconvirtió. Por obra y gracia de su pluma, nací auna nueva vida como personaje suyo, incluyéndome en su capítulo LXXII de su verdadera segunda parte.

Han de saber que soy Álvaro de Tarfe, de los Tarfes de toda la vida, en la bella ciudad de Granada. ¿Morisco? Así es, soy natural de aquella nación desdichada y poco prudente, sobre quien han llovido las desgracias. Maguer de moriscos padres engendrado, cristiano soy y no de los fingidos.


"—Yo, señor —respondió el caballero—, voy a Granada, que es mi patria" Granada morisca en el "Civitates Orbis Terrarum"

Si a vuestra merced le place, le daré mi versión de ese septuagésimo segundo que me coloca en la mesma categoría que esos iracundos personajillos.

Aquel día, entro en una manchega posada y mi sirviente me anima a descansar, a la vista de su limpieza y frescura. Un extravagante caballero, que más tarde se me presentará como don Quijote, está hablando con su criado y me parece oír mi nombre.

La huéspeda me da una sala baja, enjaezada con esas rústicas sargas tan habituales en esta tierra. Me cambio de ropa para estar más fresco y salgo al portal del mesón.

Don Quijote pasea por allí y yo le pregunto la frase habitual entre caminantes: “¿Adónde bueno camina vuestra merced, señor gentilhombre?”. Me responde que va a su cercana aldea y me pregunta dónde camino yo. Le contesto que voy a mi Granada natal. Parécele buena mi ciudad, cómo no, y me pide le diga mi nombre, el cual parece importarle más de lo normal.

Al presentarme como Álvaro de Tarfe, me identifica como personaje de la segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, escrita por lo que él llama “un autor moderno”.


"vuestra merced debe de ser aquel don Álvaro Tarfe que anda impreso en la segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha..." 

Le respondo que soy ése que dice y que el tal don Quijote fue amigo mío. Y que yo fui el que le movió a venir a unas justas, en Zaragoza. Grandes pruebas le di de mi amistad, lo hubiera pasado mal sin mi ayuda…

En esto, me mira fijamente y me pregunta, malhumorado, si él se parece en algo a ése que estuvo conmigo en Zaragoza. Le respondo que en nada se le asemeja.

Pienso que acaba ahí la cosa, mas ahora me pregunta si el aludido traía un escudero llamado Sancho Panza. Le contesto que sí traía y con inmerecida fama de gracioso.

Ahora es su criado el que da su vehemente parecer sobre ese Panza. Afirma ser el verdadero Sancho y no ese bellaco tan soso. Y me exhorta a estar a su lado para comprobar sus gracias. Y me presenta a su amo como “el verdadero don Quijote de la Mancha”. Y añade lo de famoso, valiente, discreto, enamorado, desfacedor de agravios, protector de huérfanos, viudas…Y su única señora es Dulcinea del Toboso.

Le digo a Sancho que así lo creo. Cuántas gracias me ha dicho este Panza en cuatro razones, más que el otro en tantas ocasiones. Tragón y sandio, pero sin chispa. Me da por pensar que los encantadores, esos que persiguen a don Quijote el bueno, han querido atormentarme con el malo. Aunque a ése lo dejé encerrado en la casa del Nuncio, el manicomio de Toledo, para que le curen la locura. Fue una cristiana obra de misericordia; aunque, en ocasiones, me asalten remordimientos. Tal vez, por furioso, lo hayan encerrado en una jaula, como a un jilguero.


Al parecer, El Greco pintó a los doce apóstoles, tomando como modelos a los "locos" de la Casa del Nuncio, en Toledo. El doctor Marañón hizo este trabajo comparativo, en 1955, con internados de ese mismo hospital.
"osaré yo jurar que le dejo metido en la Casa del Nuncio, en Toledo , para que le curen"

Don Quijote, el bueno, no sabe si lo es, mas está seguro de que él no es el malo. Y me asegura que nunca ha estado en Zaragoza, que alguien le informó de la presencia de ese Quijote fantástico en las justas de tal ciudad y, precisamente por eso, no quiso entrar allí. Dice que así sacaría “a las barbas del mundo su mentira”. El Quijote bueno reconoce fama al Quijote malo, qué curioso es esto.

Así que, sin detenerse, pasa a Barcelona, ciudad a la que dedica los mejores elogios, por sus virtudes y belleza. Sólo por haberla visto, lleva a bien los sucesos de mucha pesadumbre que en ella le han sucedido. De acuerdo, señor caballero andante, a mí también me place tan bella ciudad. Y si la bolsa suena, mejor todavía.



"y, así, me pasé de claro a Barcelona , archivo de la cortesía, albergue de los estranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única" Foto de Luz del Olmo (Puerto de Barcelona)

Finalmente declara ser el don Quijote de la Mancha que dice la fama, no el ladrón de su nombre y pensamientos. Y me pide que, ante el alcalde del lugar, declare que no me ha visto en su vida, hasta ahora. Y que no es el don Quijote impreso en la segunda parte, ni Sancho es el escudero que yo conocí.

Respondo que lo haré de buena gana y me afirmo en “que no he visto lo que he visto, ni ha pasado por mí lo que ha pasado.”

Sancho tiene la ocurrencia de decir que, sin duda, estoy encantado, como Dulcinea. Y añade algo que no entiendo de desencantarme con tres mil y tantos azotes. Como alguno de la casa del Nuncio oiga al amigo Panza, lo mete en una jaula…Al parecer, es largo de contar y me lo contará si vamos por el mismo camino.

Comemos juntos. Entra en el mesón el alcalde del pueblo con un escribano, para realizar la declaración solicitada por don Quijote. Declaro como” como no conocía a don Quijote de la Mancha, que asimismo estaba allí presente, y que no era aquél que andaba impreso en una historia intitulada: Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas.” El alcalde da legalidad a la declaración y quedan muy alegres los dos…

Cuántas cortesías y ofrecimientos nos hacemos don Quijote y yo, antes de despedirnos. Quedo desengañado de mi error y algo encantado debo estar…No, no se parecen en nada, no puede haber dos contrarios tan contrarios como los dos Quijotes.
Me cuentan lo del encanto y remedio de Dulcinea, Quedo admirado, los abrazo y sigo mi camino. El Quijote malo andaba ya desenamorado de la del Toboso, el bueno no dejará nunca de amarla.

Creo que mis méritos son suficientes para entrar en la nómina de los personajes del gran libro.

Desaparezco…

Mi ordenador vuelve a la normalidad…Aquella noche la pasan entre árboles y Sancho cumple la penitencia, descortezando hayas, que no sus espaldas. Don Quijote lleva la cuenta y halla que van “tres mil y veinte y nueve”.


"que aquella noche la pasó entre otros árboles, por dar lugar a Sancho de cumplir su penitencia"

Amanece y prosiguen su camino, comentando lo del día anterior. Pasa un día y una noche, sin más novedad que el fin de la tunda azotesca de Sancho. Don Quijote espera el día y anhela ver a su Dulcinea, ya desencantada; mas no hallan mujer alguna. Piensa que Merlín no puede mentir…

Desde una cuesta divisan su aldea.


"Con estos pensamientos y deseos, subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrieron su aldea"

Sancho se arrodilla y dirige unas paródicas palabras a su “deseada patria”. Ha de ver, la patria digo, como vuelve su hijo Sancho, no muy rico pero bien azotado. Ha de recibir también a su hijo don Quijote, vencido pero vencedor de sí mismo, la mayor victoria. Dineros lleva, que buenos azotes le han costado. Si las hayas hablaran…

Don Quijote le dice que se deje de sandeces, que ahora toca preparar la pastoral vida que han de ejercitar. Bajan la cuesta y se van al pueblo.
¡Ay!

Un abrazo de María Ángeles Merino Moya


Copiado del blog "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/10/don-alvaro-de-tarfe-el-personaje.html

martes, 21 de julio de 2015

"...la virtud de Sancho..."


"Los azotes de Sancho", cuadro de Ana Queral.


Comentario al capítulo 2.71 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "El precio de los azotes", correspondiente al día 14 de octubre de 2010.

"De lo que a don Quijote le sucedió con su escudero Sancho yendo a su aldea"
Vencido, asendereado, pensativo y…muy alegre. Así va don Quijote en este capítulo tan próximo al final, el cuarto de la cuenta atrás. ¿Cómo puede ser eso? Triste por su derrota, alegre al considerar la “virtud”, la magia, de Sancho, capaz de resucitar a Altisidora, aunque algo incrédulo.

¿Y Sancho? Sancho no perdona aquellas camisas prometidas por la medio muerta , algo deterioradas; mas su Teresa hubiera puesto remedio, con su aguja y su habilidad de mujer pobre.


"No iba nada Sancho alegre, porque le entristecía ver que Altisidora no le había cumplido la palabra de darle las camisas..."

Sancho se duele de haber practicado gratis su “virtud”. Y si a los médicos se les paga, incluso cuando matan y se limitan a firmar una orden para que el boticario prepare el letal potingue… Pero, para la curación ajena, él ha de sufrir bofetadas, pellizcos, pinchazos y azotes. El próximo  “enfermo”, ha de pagar; que si el cielo le ha dado la “virtud” no es para que regale sus servicios. ¡Vaya con los poderes sobrenaturales del escudero! No cree, pero ha de sacar tajada.

Don Quijote, buen entendedor, comprende que le ha llegado el momento de soltar dinero y le da la razón. Muy mal ha hecho Altisidora en no pagarle con las camisas prometidas. Que aunque su virtud no le haya costado estudio alguno, más duelen las bofetadas y los pellizcos que los libros. Y le asegura que no le hubiera importado “pagar por los azotes del desencanto”, pero mira que si no hacen efecto por ser de pago...

Así que ahora probarán. El escudero puede poner un precio a los azotes y dárselos. A continuación puede cobrarse, pues lleva dineros de don Quijote, aquellos destinados a los gastos del camino. Aquel ventero de la primera parte indicó al caballero que había de llevarlos.

Al oír esto, ay, qué ojos más grandes tienes, Sancho, qué orejas más grandes tienes, lo menos un palmo. Cómo no, por supuesto, de buena gana, dígame vuestra merced la cantidad. Y se disculpa: mire que si me muestro interesado es por amor a mi Teresa, a mi Sanchico, a mi Sanchica. A ver, a ver, cuánto me va a dar por cada azote.

Don Quijote le responde que, que por merecer, merecería el tesoro de Venecia o las minas del Potosí, las antonomásicas riquezas. Así que es mejor que Sancho tase los zurriagazos. ¡Ay, qué cara te cuesta aquella mentira, Sanccho!

Veamos las cuentas sanchescas, despacito, que la que esto escribe es de letras. Son mil trescientos y tantos. Los cinco que se ya se ha dado entran en los tantos. Así que calcula el precio de los tres mil trescientos. Los tasa a cuartillo cada uno y echa la cuenta primero para los tres mil y luego con las trescientos. Los junta y le salen ochocientos veinticinco reales. Parece un galimatías pero lo ha hecho bien, bien y rápido, haciendo la conversión a medios reales y a reales. Y sabemos que Sancho no fue a escuela alguna...


"que vienen a hacer setenta y cinco reales, que juntándose a los setecientos y cincuenta son por todos ochocientos y veinte y cinco reales."

Los desfalcará, qué mal nos suena ese verbo. Vamos, que los separará de la bolsa de don Quijote y entrará triunfante en su casa, con sus reales y su buena zurra encima. El que quiera peces, truchas o lo que sea, que se moje…


"y entraré en mi casa rico y contento, aunque bien azotado, porque no se toman truchas... , y no digo más."

Tras la cuenta, don Quijote proclama las bondades del cascarrabias Sancho, ahora bendito y amable; al que eternamente quedará su amo agradecido y no digamos la encantada Dulcinea. Mas que diga ya cuándo va a cumplir con la penitencia y, si abrevia, ahí tiene cien reales más.

Sancho le contesta que, cuando llegue la noche, se abrirá las carnes.

Con ansia espera don Quijote a que anochezca y le parece que el día dura más que de costumbre. Tal vez el carro de Apolo haya tenido una avería.



"Llegó la noche, esperada de don Quijote con la mayor ansia del mundo, pareciéndole que las ruedas del carro de Apolo se habían quebrado y que el día se alargaba más de lo acostumbrado..."

Oscurece y entran en una amena arboleda, no muy desviada del camino. Se tienden tan a gusto sobre la hierba, tras descargar al rucio y al rocín. Tras cenar del repuesto, Sancho, con brío, se prepara un latiguillo con los correajes de su asno y se retira unos pasos de su amo.

Don Quijote lo ve tan decidido que teme un exceso de penitencia y le da unas pautas a seguir: los azotes espaciados para que no le falte el aliento. Y no ha de preocuparse por llevar la cuenta, que su piadoso amo los contará, con la ayuda de su rosario. El favor del cielo no fallará con tan buena intención.

"Y porque no pierdas por carta de más ni de menos , yo estaré desde aparte contando por este mi rosario los azotes que te dieres." 

Sancho piensa darse de manera que, sin matarse, le duela. Se desnuda, comienza a darse con el cordel y don Quijote cuenta.

Siete, ocho, esto duele más de lo que pensaba. La burla es pesada y muy barata le está saliendo a este amo. Nada de a cuartillo, a medio real me lo ha de pagar.

Don Quijote acepta pagar el doble y le anima a no desmayar. Sancho hace que lluevan más azotes, pero el muy socarrón da en los árboles y no en las espaldas. Y suelta unos suspiros como si le arrancaran el alma.

El alma del caballero es tierna y no quiere que la imprudencia mate a su escudero. Este embustero ya ha pagado suficientemente sus dulcinescos embustes. Por su vida, que la medicina es demasiado áspera. Le dice que ya ha contado mil y que bastan por ahora.

Sancho no desea parar los “dolorosos” azotes, desea darse otros mil, así cualquiera. Don Quijote se aparta y le deja seguir, ya que se halla en tan buena disposición…

Así que vuelve a la tarea con tanto brío que descorteza muchos árboles.


"Volvió Sancho a su tarea con tanto denuedo , que ya había quitado las cortezas a muchos árboles: tal era la riguridad con que se azotaba..."

Alza su voz lastimera y da un tremendo azote a un haya, al bíblico grito de “aquí morirás Sansón”. Don Quijote acude y le quita el látigo. Se acabó, no va a permitir que pierda la vida, tan necesaria para el sustento de su mujer e hijos. Que se espere Dulcinea, que él esperará a que Sancho se recupere. A lo que hemos llegado...

El escudero acepta y pide que le eche su herreruelo encima, no vaya a resfriarse. Don Quijote se queda en paños menores, que no en pelotas, para abrigarlo. Sancho duerme hasta que le despierta el sol.


"Hízolo así don Quijote y, quedándose en pelota , abrigó a Sancho, el cual se durmió hasta que le despertó el sol..."

Prosiguen los dos el camino y llegan a un mesón cercano, que como tal mesón es reconocido por el vencido caballero y no como castillo.

Ni cava honda, ni torre, ni rastrillos ni puente levadiza. Ni siquiera guadameciles, que era lo fino, sino sargas viejas con unas malas pinturas, representando el robo de Elena y la historia de Dido y Eneas. Y Don Quijote se fija en el detalle de que aquella Elena, risueña, no va de mala gana, a pesar de ir robada. Sin embargo, la hermosa Dido llora lágrimas como nueces.


"pero la hermosa Dido mostraba verter lágrimas del tamaño de nueces por los ojos."

El delirio caballeresco de don Quijote viaja ahora en el tiempo y lamenta la desdicha de tales señoras. Si él hubiera nacido en aquella época, ni Troya fuera abrasada ni Cartago destruida. Él hubiera matado a Paris y todo arreglado.

Sancho profetiza que, en un futuro no muy lejano, no habrá “bodegón, venta ni mesón, o tienda de barbero” donde no anden pintadas sus hazañas. Eso sí, querría que fueran pintados por mejores manos que éstas del mesón.

Don Quijote le da la razón y recuerda a un pintor de Úbeda, tan malo que, si pintaba un gallo, escribía debajo ”éste es un gallo”, no lo fueran a confundir con otro animal.


"un pintor que estaba en Úbeda, que cuando le preguntaban qué pintaba, respondía: «Lo que saliere»; y si por ventura pintaba un gallo, escribía debajo: «Este es gallo»"

Y hasta el tal Orbaneja de Úbeda nos ha llevado para arremeter, otra vez , contra el autor “deste nuevo don Quijote”, el cual “escribió lo que saliere”.

Pero, dejando aparte lo del apócrifo, pregunta a Sancho si piensa zurrarse otra vez, esta noche. Y si piensa hacerlo bajo techo o a cielo abierto.

Al escudero le da igual pero…mejor donde haya árboles, que ayudan, ya lo creo que ayudan.

Don Quijote le dice que nada de eso, que ha de esperar hasta llegar a la aldea, a la que llegarán “después de mañana”. Le echa un capote…ya vale el escarmiento.

Sancho responde que como quiera pero que él quisiera acabar pronto aquel negocio, sin que se enfríe, cuando el molino está picado y… cuatro refranes a continuación.

Por Dios, no más refranes, le ruega su amo. Habla a lo liso, sin imágenes refranescas. Sancho se disculpa, no sabe “decir razón sin refrán”; pero se enmendará, si puede…

La aldea está cerca, ay.

Un abrazo de María Ángeles Merino


Copiado del blog "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.

http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/10/la-virtud-de-sancho.html


lunes, 20 de julio de 2015

Altisidora despechada y Avellaneda a los infiernos.


"¿Qué hay en el infierno?... yo no debí de morir del todo, pues no entré en el infierno, que si allá entrara, una por una no pudiera salir dél , aunque quisiera" 




Tras unas palabras malhumoradas, en las que sale a relucir su maltrecho asno, Sancho pregunta, con curiosidad, a Altisidora, qué hay en el infierno, puesto que ella estuvo allí. La honesta enamorada no entró allí, que quien allí entra no sale.

Se quedó en la puerta y vio un peculiar partido de pelota. Doce diablos, en calzas y jubón, con puños de encaje. Las palas son de fuego y unos libros hacen de pelotas. Allí nadie se alegra, aunque gane; allí todos gruñen, regañan y maldicen. Por algo es el infierno…



"estaban jugando hasta una docena de diablos a la pelota...lo que más me admiró fue que les servían, en lugar de pelotas, libros...A uno dellos...le sacaron las tripas... Mirad qué libro es ese»... Esta es la Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha..."

Entre aquellos libros hay uno muy nuevo, al que deshojan de un papirotazo. Un diablo quiere saber qué libro es ése y otro le responde que se trata de “Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha”, no la de Cide Hamete sino de uno que dice ser de Tordesillas. ¡Hasta aquí quería llegar Cervantes! Hasta llevar la obra de Avellaneda a los mismísimos infiernos.

A la pregunta de si es malo, al diablo lector opina que lo es tanto que ni a propósito. Pide que lo aparten de su vista y lo conduzcan al más profundo de los abismos. Altisidora dice recordar bien esta “visión”, puesto que nombraban a su amado…

Don Quijote protesta, visión debe haber sido; puesto que él es el único con ese nombre. Y no le importa lo que digan de alguien que no es él.

Ya te tiene dicho, Altisidora, que le pesa que pongas en su persona los pensamientos, puesto que él nació para ser de Dulcinea y es imposible que otra hermosura ocupe su lugar. Te pide que te retires honestamente…

Como un basilisco se pone la doncella. Le llama bacalao por lo delgadito, almirez por lo majadero y huesito de dátil por duro y desechable. Si le embiste, le ha de sacar los ojos, qué fiera.


"¡Vive el señor don bacallao, alma de almirez, cuesco de dátil..." 

Ahora, despechada, da la vuelta a su discurso ¿Qué se cree este terco? ¿Pensaba acaso que ella muere por él? ¿Dolerse ella? ¿Morirse ella? Todo fue fingimiento, entérate don Bacallao.

Sancho da la razón a la chica, que cosa de risa es ese “morirse” que tienen los enamorados.
Platicando están cuando entra aquel músico que cantó las estancias, el cual expresa su admiración hacia las famosas hazañas de don Quijote. Al caballero andante le pilla despistado y no le reconoce. El mozo se presenta y don Quijote le alaba su buena voz; pero le pregunta qué tiene que ver Altisidora con las estancias de Garcilaso.


"¿qué tienen que ver las estancias de Garcilaso con la muerte desta señora?"

El músico contesta, con gran desparpajo, que lo que se lleva entre los poetas jovenzuelos es la total libertad para hurtar de otros, venga a o no a cuento. Licencia poética llaman a su desvergüenza. Ay, el aragonés de Tordesillas.

Don Quijote se queda con las ganas de responder, porque entran a verle el duque y la duquesa. La plática es larga y dulce. Sancho deja admirados a los duques, por listo y por tonto a la vez.

Nuestro caballero pide licencia para partir, que a los vencidos no les conviene habitar palacios, vete a saber por qué. Se la dan de “muy buena gana”, ya les cansa este juguete caballeresco , tal vez.

La duquesa le pregunta por Altisidora y don Quijote le da su diagnóstico acerca de los males de tal doncella. Todos nacen de la ociosidad y el remedio es tener una “ocupación honesta y continua”. Este discurso tan tradicional, en torno a la conveniencia de tener ocupadas, a las doncellas, en minuciosas labores, para impedir el vuelo libre de su imaginación…ya se lo habíamos oído a Cervantes. Que “la doncella honesta, el hacer algo es su fiesta”. Tal vez, el escritor esté pensando en las de su casa: hermanas, hija y sobrina. Las malas lenguas…

¿Y en qué ha de ocupar la duquesa a Altisidora? Puesto que ha dicho que se usan valonas con randas en el infierno, es que las sabe hacer. No la deje de la mano, póngala todo el santo día a menear los bolillos y su imaginación se estará quietecita.

>"Ella me ha dicho aquí que se usan randas en el infierno, y pues ella las debe de saber hacer, no las deje de la mano, que ocupada en menear los palillos no se menearán en su imaginación la imagen o imágines de lo que bien quiere" Cuadro de Vermeer.

Es su consejo y el de Sancho, que nunca vio a randera alguna morir de amor. Y el escudero aporta su experiencia: cuando está cavando no se acuerda de su querida Teresa. Así que, la duquesa, hará que Altisidora se ocupe de hacer labor blanca, que sabe hacerla muy bien.

Altisidora dice no necesitar ese remedio para borrar de la memoria al “malandrín monstrenco”. Y pide licencia para retirarse, que no desea ver su fea cara.

El duque sentencia que el que injuria, está cerca del perdón. Bueno, si su señoría lo dice. Altisidora se retira y Sancho proclama la mala ventura de esta doncella, por haberlas habido con su amo, “alma de esparto”. Si con él las hubiera, otro gallo le cantara. Un poco picarón se muestra este escudero. Sancho, Sancho.
Callan, se visten, comen y parten.

Un abrazo de María Ángeles Merino 


Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/10/altisidora-despechada-y-avellaneda-los.html

lunes, 13 de julio de 2015

Explicación de Cide Hamete y destape de Altisidora.






"Que sigue al de sesenta y nueve, y trata de cosas no escusadas para la claridad desta historia"

A Sancho lo instalan en el mismo lujoso aposento en que alojan a don Quijote, en una “carriola”, algo así como una cama nido. No le hace gracia, bien sabe que su amo no le va a dejar pegar ojo, sin dejar de darle a la lengua. Y él está para pocas palabras, doliéndole todavía, como todavía le duelen, cachetes, pellizcos y pinchazos. En una choza, él solo, qué a gusto se sentiría.

Sus temores se cumplen. Apenas entra en el lecho, le pregunta su opinión acerca del suceso de esa misma noche. Don Quijote está maravillado de la poderosa fuerza del “desdén desamorado” que mató a Altisidora, sin espada ni venenos.


Responde Sancho, malhumorado. Lo que es por él, ya podría haberse muerto y él en su casita tan ricamente. Ni la quiso ni la dejó de querer. ¿Qué tendrá que ver la salud de esa antojadiza doncella con sus martirios? Le libre Dios de encantamientos y su merced le deje dormir.

"Con todo esto , suplico a vuestra merced me deje dormir y no me pregunte más, si no quiere que me arroje por una ventana abajo."

“Duerme, Sancho amigo”, duerme si el acribillamiento sufrido te lo permite.
A Sancho lo que más le duele es la afrenta de unos guantazos femeninos, dueñiles. Y avinagrados. Insiste en dormir, tanto alivia el sueño…

"torno a suplicar a vuesa merced me deje dormir, porque el sueño es alivio de las miserias de los que las tienen despiertos."

Con Dios se duermen los dos y se cuela Cide Hamete a dar cuenta de algún detalle, cuya ausencia hace cojear esta historia.

El morisco narrador nos cuenta lo que movió a los duques a preparar la representación que hemos presenciado, con fúnebre túmulo, jueces mitológicos y doncella resucitada.

Al parecer, cuando Sansón Carrasco, como Caballero de los Espejos, es vencido, quiere intentarlo de nuevo.


"Cide Hamete, autor desta grande historia... dice que no habiéndosele olvidado al bachiller Sansón Carrasco cuando el Caballero de los Espejos fue vencido y derribado por don Quijote... quiso volver a probar la mano" Cuadro de Ana Queral.

Se informa, a través del paje que lleva la carta a Teresa Panza, del paradero de don Quijote. Se prepara con nuevas armas y caballo. Ahora pone en el escudo una blanca luna y va acompañado, no del conocidísimo Tomé Cecial, sino de un labrador desconocido.

Llega al castillo del duque después de la partida de don Quijote. Es informado de lo del desencanto de Dulcinea, a costa de las posaderas sanchiles. También sabe de las mentiras de Sancho, las cuales dan a entender, a su amo, que Dulcinea ha sido metamorfoseada en labradora. Y conoce la mentira, la peor intencionada, la que remata las anteriores: la de la duquesa a Sancho, asegurándole que la del Toboso está encantada y bien encantada.


" cómo la duquesa su mujer había dado a entender a Sancho que él era el que se engañaba, porque verdaderamente estaba encantada Dulcinea..." Cuadro de Ana Queral.

El bachiller, divertido y admirado, ante un amo tan loco y un criado tan agudo como simple.
El duque no quiere perder ripio y le pide que no deje de informarle si lo encuentra, lo venza o no. Sale a buscarle, no lo localiza en Zaragoza: mas ya conocemos lo que pasó en Barcelona. Vuelve al castillo y se lo cuenta, junto con las condiciones de la batalla. Y expresa al duque su intención de curarle de su locura. Un añito en la aldea y como nuevo, allí lo espera. Así que se despide y se va a su lugar.
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El duque no quiere perder la oportunidad de preparar otra burla, de esas que tanto le gustan. Da órdenes de tomar los caminos y traer a don Quijote, por las buenas o por las malas.


"haciendo tomar los caminos cerca y lejos del castillo, por todas las partes que imaginó que podría volver don Quijote..."

Lo hallan y avisan a su señor, el cual manda preparar el túmulo de Isidora, tal y como lo vimos en el capítulo anterior.

Al llegar aquí, Cide Hamete nos da su punto de vista personal, algo que no suele estar permitido en el mundo de los subnarradores. Para sí tiene el morisco que burladores y burlados participan de la misma locura. Y, en lo tocante al gremio de los tontos, no lo son menos los duques, puesto que ponen tanto empeño en burlarse de dos tontos.

Amanece para todos y para los “dos tontos”, aunque uno duerme a pierna suelta y el otro vela. Don Quijote va a levantarse con presteza, fuera las “ociosas plumas”. Pero ha de refugiarse tras las sábanas y las colchas, ante la invasión de la desvergonzada resucitada Altisidora, en su íntimo aposento.

"Altisidora...entró en el aposento de don Quijote, con cuya presencia turbado y confuso se encogió y cubrió casi todo con las sábanas y colchas de la cama..."


Guirnalda, cabellos sueltos, corta túnica blanca, flores de oro, bastón de ébano. Un lujoso disfraz para una efímera actriz.

El confuso y mudo caballero no acierta a hacer cortesía alguna. Altisidora se sienta junto a la cabecera, suspira y pronuncia un melifluo discurso de censura a las recatadas doncellas que publican los secretos de su corazón. Se confiesa como una de ellas, enamorada pero honesta, tanto que reventó su alma de tanto callar y perdió la vida. Tan riguroso y duro ha sido don Quijote de la Mancha con ella. Más “duro que mármol” a sus quejas, como aquella Galatea lo fue con Salicio, el de la égloga. Si no fuera por los martirios del buen escudero, muerta estaría…


(Sigue)

Un abrazo de María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/10/explicacion-de-cide-hamete-y-destape-de.html