sábado, 25 de abril de 2015

¡Oh Ana Félix, desdichada hija mía!

 
 

Saludo a vuestra merced:

Tengo noticias de que vuestra merced, mujer amanuense, ya ha leído el capítulo 63 de la “Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha”, famoso libro, del cual soy personaje secundario , como el galeote que me ha precedido. Pero yo tengo voz, mucha voz y les cuento mis desdichas.

Soy el bello arráez del bergantín corsario, apresado por la galera capitana, a pocas millas de la marina barcelonesa, donde me desembarcaron. Con las manos atadas y el cordel a la garganta, a punto de ser ahorcado, declaro mi condición de mujer y cristiana, ante el virrey y el general.

Mi nombre cristiano es Ana Félix, aunque nací de padres moriscos y, como tal, llovió sobre mí aquel injusto decreto de expulsión, el de 1609. No me aprovechó decir que era cristiana, como lo soy de verdad. Ni con los ejecutores de nuestro triste destierro, ni con mis tíos, los cuales me llevaron a la fuerza a Berbería. Unos y otros lo consideraron como una argucia para quedarme en mi amada tierra natal.

Yo había sido educada en la fe y en las costumbres católicas, por mis padres, ambos buenos cristianos. Que no haya dudas acerca de la religión de mi padre, Ricote, aunque él diga que no lo es tanto como mi madre, Francisca Ricota.

Crecí, recatada y encerrada, y creció mi hermosura, de la cual se enamoró un caballero, llamado don Gaspar Gregorio, mayorazgo y vecino nuestro. Su enamoramiento llegó hasta el extremo de acompañarme en mi destierro, mezclado con los de mi nación. Le fue fácil porque sabía bien la lengua y, en el viaje, trabó amistad con mis dos tíos.

Mi padre, no iba con nosotros. Prudente y prevenido, en cuanto oyó el primer bando, abandonó nuestro lugar y se fue a reinos extraños, buscando donde nos acogiesen. Antes de partir, enterró un tesoro en un lugar que yo sólo conozco. Perlas, piedras y monedas dejó allí y yo no debía tocarlo. Así lo hice.

Como tengo dicho, pasamos a Berbería y nos asentamos en el infierno de Argel. Allí, el rey tuvo noticia de mi hermosura. Me llamó y preferí que le cegase la codicia y no mi belleza. Le hablé de las joyas y dineros que mi padre dejó enterrados y de la facilidad con que yo los podría recuperar si volvía. 

 

Mapa de Berbería hecho en 1630 por Gerardus Mercator.

También tuvo noticia el rey de que me acompañaba un mancebo, cuya belleza dejaba atrás a todos: mi Gaspar Gregorio. Me di cuenta el peligro que corría el pobre, dado que los turcos en más tienen a un guapo chaval que a la mujer más estupenda. Y era evidente la debilidad real…Así que yo, al quite, le dije que de varón…nada de nada. ¡Tan mujer como yo! ¡Y se lo tragó, sin más!

Yo cogí a mi chico, le puse unos trapitos y, vestido de morita, lo llevé ante el rey. Decidió mandarlo a casa de unas moras principales, de las muy serias, que…menudo peligro si lo envía al serrallo. Nos apartamos con dolor, como dos que bien se quieren, pero paciencia que he de ir a España, en busca del tesoro. Lo primero es lo primero. No te me pierdas, amor mío.

El rey decidió que yo volviera a España en un bergantín, con los dos turcos que mataron a los soldados. Me acompañó también un renegado español, buenísima persona y cristiano encubierto. La marinería era chusma turca y mora, para darle al remo, casi nada.

Los dos turcos fueron a su bola y no obedecieron la orden de dejarnos, a mí y al buen renegado, en la primera tierra española que topásemos, vestidos de cristianos, claro. Prefirieron barrer la costa y hacer alguna presa, que no confiaban en nosotros, podríamos descubrirles.

Y a sabe vuestra merced, por el famoso libro y por el galeote, lo que nos pasó con las galeras. Junto a la entena, temí perder la vida y rogué me dejasen morir como cristiana, que yo no tenía culpa alguna de la culpa de mi nación.

Callé y lloré, muchos lloraban. El virrey, tan tierno, me quitó con sus manos el cordel que ataba las mías.

Mientras contaba yo esto, me miraba y me miraba un anciano peregrino. Al final, se arrojó a mis pies, los abrazó. Le costaba hablar, sollozaba, suspiraba. De pronto me reconoce, soy Ana Félix, su hija. Él es mi padre, Ricote… ¡Padreeeeee! ¡Hijaaaaaaa!

¿Anagnórisis? ¿Qué dice vuestra merced? ¿De quién ha aprendido eso la mujer amanuense del extraño ingenio luminoso?


Todo se reveló y se hizo claro. Estaba allí nuestro vecino Sancho Panza.¿Qué hacía fuera de nuestra aldea? Abrió los ojos, alzó la cabeza, nos miró, nos conoció. ¡ Sus vecinos, Ricote e hija! Abracé a mi padre, mezclamos nuestras lágrimas.

Mi padre se dirigió a los del mando y me presentó como Ana Félix, con el sobrenombre de Ricote, desdichada a pesar de llamarme feliz y rica. Les contó que anduvo por Alemania y volvió en hábito de peregrino, a buscarme y a desenterrar sus riquezas escondidas. No me encontró, aunque halló el tesoro, que trae con él. Y acababa de encontrar el tesoro más enriquecedor: su hija. Y suplicó misericordia, que nuestra culpa era poca y las lágrimas muchas. Y añade que nosotros no convenimos con la intención de los nuestros, justamente desterrados.

Nuestro vecino Sancho manifestó que mi padre decía verdad en lo de ser mi padre. De la intención, no sabe nada.

El general me concedió la vida y mandó ahorcar a los dos turcos. El virrey le pidió encarecidamente que igualmente los perdonase y así lo hizo el general.

También se ocuparon de mi Gaspar Gregorio, allá solito, en Berbería. Mi padre ofreció perlas y joyas. El renegado se ofreció a ir a por él, en un barco con remeros cristianos. Mi padre pagaría su rescate, si fueran capturados. Todo tiene arreglo, con dineros y buena voluntad.

Mi padre y yo nos vamos con don Antonio Moreno. El virrey les encarga que nos regale y acaricie. ¿Qué le pasa a este virrey? Dicen que fue mi hermosura le inspiró benevolencia y caridad. No sé, no sé.

Saludo a vuestra merced.

Un abrazo para todos de María Ángeles Merino


Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/08/oh-ana-felix-desdichada-hija-mia.html

jueves, 23 de abril de 2015

Sancho, hazte galeote y Dulcinea quedará desencantada.

 

Comentario al capítulo 2, 63 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Batalla marina y regreso de Ricote", correspondiente al día 19 de agosto de 2010.

De lo mal que le avino a Sancho Panza con la visita de las galeras, y la nueva aventura de la hermosa morisca

Escribo el título de este capítulo 2,63.

¿Qué le pasa a este ordenador? La pantalla no para quieta. Hace tiempo que no asoma, por aquí, algún personaje, de esos que habitan en el limbo de los secundarios y que, de vez en cuando, tienen a bien visitarme cuando escribo mi comentario quijotesco. Deben aburrirse mucho allí…

Sí, en una ventana emergente veo a un hombre sin camisa, con el rostro muy oscuro y curtido por el sol y el viento. Las señales, en su cuerpo, se cuentan por cientos. Cadenas, argollas, esposas, latigazos han dejado un rastro imborrable en su piel. Quiere hablar, escuchémosle.

Saludo a vuestra merced. Soy un personaje sin nombre y sin voz en ese libro que llaman el Quijote. Bueno, mi voz se limita a un “hu, hu, hu”, a coro, con mis compañeros de desgracia.

Me presento. Soy, fui, un galeote, un forzado de Su Majestad, condenado a galeras. Ya, ya sé que ese don Quijote, el principal del libro, dice que el rey no hace fuerza a nadie. Fui condenado a servir al rey por robar “una canasta de colar atestada de ropa blanca “ ¿Recuerdan?

Centrémonos en este capítulo. Soy el “espalder de la mano derecha”, en la galera capitana, la principal de las cuatro que guardan Barcelona de los piratas berberiscos. Marco el ritmo, de cara a los remeros. Sancho está sentado cerca de mí y tengo instrucciones precisas…no, no me adelanto.


Así era una galera. Barcelona disponía de cuatro: Sant Jordi, la capitana, Sant Maurici (o Maurícia), Sant Ramon (o Ramona) y Sant Sebastià.

Comencemos por el principio. Aquel día, por la tarde, todo está preparado, en las galeras, para recibir a ese don Quijote de la Mancha que dice ser caballero andante y su escudero, Sancho Panza. Un par de majaderos, que han sido motivo de burlas, por todas las calles de Barcelona. Les acompaña don Antonio Moreno, su huésped, con dos de sus burlones amigos.

Al parecer don Quijote iba hablando para sí, diciendo algo de una cabeza encantada y de una tal Dulcinea desencantada.

Al parecer, el general o cuatralbo tiene un especial interés en conocer a la famosa pareja. Está avisado de su venida y ha dispuesto un gran recibimiento. Hemos ensayado, incluso. Menuda farsa.

Cuando llega a la orilla, plegamos los toldos de las galeras mientras suenan unas chirimías.

Echan al agua un esquife dispuesto como para mujeres, con sus tapetes y almohadas de terciopelo. Cuando Don Quijote pone allí el pie, disparan el cañón de crujía de la capitana y lo imitan las otras tres.



"poniendo que puso los pies en él don Quijote disparó la capitana el cañón de crujía"

Ponen una escala, sube a la galera y los de la chusma saludamos, como a persona principal, con un triple “hu, hu, hu”.

El general le da la mano, le abraza y manifiesta estar viviendo un día señalado, por haber visto a quien encierra todo el valor de la caballería andante. Don Quijote le responde con no menos cortesía, alegre de ser tratado tan señorialmente.

Entramos todos en la popa y los del remo nos sentamos en los bandines. Pasa el cómitre y pita la señal de “fuera ropa”. Nos despojamos de las camisas y el tal Sancho queda pasmado. Y más todavía cuando ve plegar los toldos a tan infernal velocidad. Se sienta junto a mí y no imagina que va a volar sin alas.

Aunque pesa sus buenas arrobas, lo levanto en mis brazos, como a una pluma. Mis compañeros, en pie, esperan el turno para voltearlo. Va pasando de de banco en banco, tan deprisa que no nos ve, no sabe dónde está, se siente transportado por unos invisibles demonios. Lo dejamos en popa, molidos todos los huesos, jadeando, trasudando y sin saber lo que ha pasado. Creo que decía algo del manteamiento en no sé qué venta.

Don Quijote no está dispuesto a que le hagan lo mismo. Pregunta al general si es una ceremonia usada con lo novatos que entran en las galeras. Si es así, amenaza con “sacar el alma a puntillazos” a quien intente voltearlo, aquí está su espada. A éste lo levantaría tan fácilmente, qué lástima que no se deje.

Los galeotes dejamos caer la “entena” estrepitosamente. Sancho piensa que el cielo va a caer sobre su cabeza y se la protege, colocándosela entre las piernas. Don Quijote está pálido…Calladitos, izamos lo que antes amainamos, con la misma prisa y ruido.

El cómitre ordena que levantemos el ancla y salta con el corbacho, ahora empieza lo malo. Comienza a mosquear nuestras espaldas, de momento los golpes son flojos, y empezamos a adentrarnos en el mar.

Condenados a galeras. Recreación en el Museo Marítimo de Barcelona.
Sancho es hombre de tierra adentro y piensa que los remos son pies colorados que se mueven, cosas encantadas…

Mas el mentecato se pregunta, con más razón que un santo, que han hecho unos desdichados, como nosotros, para que nos azoten así. Y eso que sólo ha visto los de mosqueo.

También se cuestiona como el cómitre se atreve a azotar a tanta gente. Y saca en conclusión que esto es el infierno…o el purgatorio. ¡Así se habla!

Lo que no se imagina el escudero es lo que se le va a ocurrir, ahora, a su amo. Y le pide, nada menos, que se desnude de medio cuerpo arriba y se coloque con nosotros a remar y a recibir azotes. Y no sé qué del desencanto de Dulcinea. Y el sabio Merlín que va a contar cada azote, bien dado por el de crujía, por diez de los que él se ha de dar.

No comprendo nada, sólo entiendo la palidez del rostro de Sancho.

El general escucha, atónito, eso de los azotes y está a punto de preguntar. Pero el oficial marinero anuncia que Monjuí está haciendo una señal de peligro. Hay un bajel de remos por el lado de poniente. Debe ser un bergantín de cosarios de Argel.

Así era un bergantín.

Todo se pone en marcha para cazarlos. Las otras tres galeras reciben órdenes de la capitana. Dos irían por mar y la otra iría tierra a tierra; así no se escapará.
Remamos con furia, como si volásemos. Los que salieron a la mar, a dos millas, descubren al bajel que intenta escaparse, confiando en su ligereza. Mas la capitana es aún más ligera y les vamos entrando. Los del bergantín comprenden que no pueden escaparse y, al parecer, su arráez quiere que se entreguen.

Cuando ya están muy cerca, dos turcos borrachos dan muerte a dos soldados de los nuestros, con sus escopetas. El general, lleno de rabia, ordena embestir con furia y, en un primer momento, se nos escapan. Sin embargo, a media milla les alcanzamos y se les echa la palamenta encima y los cogemos vivos a todos.

Volvemos las cuatro galeras a la playa, con la presa. Mucha gente espera, quiere ver lo que traemos. Fondeamos cerca de tierra y nos dicen que el virrey está en la marina. El general ordena traerle en el esquife y amainar la entena para ahorcar al arráez y treinta y seis turcos más. Pregunta quién es el arráez y responde uno de los cautivos, en castellano, mostrándole a un bellísimo mozo, como de veinte años. ¡Qué miradas las de algunos del barco!

El general le dirige preguntas airadas. No puede oír la respuesta porque, en ese momento, llega el virrey. La caza ha sido buena y el cuatralbo ha de ahorcarlos a todos por haber matado a dos de sus soldados.


Arráez de bergantín corsario, profe de Instituto...Genial Forges.


El arráez lleva las manos atadas y el cordel a la garganta. El virrey se ablanda, al ver su belleza. Buena carta de recomendación es la hermosura. Le viene el deseo de escusar su muerte y pregunta si es turco, moro o renegado. Y, en lengua castellana, contesta que nada de eso, que es mujer cristiana.

El virrey queda incrédulo pero admirado. El mozo suplica que le dejen contar su vida, antes de ejecutarlo. El general le dice que diga lo que quiera, pero que no espere alcanzar perdón. Y así lo hace el “lastimado mancebo”.

Me despido de vuestra merced y doy la voz al bello arráez.

Un abrazo para todos de María Ángeles Merino Moya.

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/08/sancho-hazte-galeote-y-dulcinea-quedara.html

sábado, 18 de abril de 2015

¡Lo que sabe de libros este hidalgo de pueblo!



Segunda parte del comentario al capítulo 2, 62 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "En casa de don Antonio Moreno y paseo por Barcelona", correspondiente al día 12 de agosto de 2010.

"Que trata de la aventura de la cabeza encantada, con otras niñerías que no pueden dejar de contarse"

A don Quijote le apetece pasear a pie, por la ciudad, sin que la chiquillería vaya detrás del caballo. Sale con Sancho y dos criados de don Antonio. Yendo por una calle, dan con una imprenta; lo cual le contenta mucho, por ser ésta la primera que ve en su vida.

Movido de su curiosidad, entra y contempla su actividad normal: tirar, corregir, componer, enmendar y manejar la maquinaria. Va de cajón en cajón, haciendo preguntas y los oficiales le contestan. En uno de ellos, el oficial está componiendo un libro para darlo a la estampa, junto al traductor que lo ha trasladado del toscano al castellano. Pregunta don Quijote a éste, cómo traduce algunas palabras toscanas, ya que nuestro hidalgo se precia de conocer bien esa lengua. Elige algunas muy conocidas en la España de entonces: piñata es olla, piache es place, più es más…Irónicamente proclama lo adelantado que está el traductor en ese idioma, con su florido ingenio y su loable trabajo.

Ahora el loco caballero andante habla como persona culta, sensata y refinadísima. Y nos da su razonada opinión acerca de si se puede traducir o no. Su opinión es negativa, a no ser que se trate del latín o del griego. Con una acertada imagen compara a quien traduce como a quien mira un tapiz flamenco al revés. Aunque se distingan las figuras, hay hilos que no dejan apreciar la claridad y el color del lado recto. Tiene algo de razón don Quijote, en las traducciones hay matices que se nos escapan…Mas ¿qué haríamos sin traducciones?

 
"...el traducir de lenguas fáciles ni arguye ingenio ni elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel."

Es loable el trabajo de traducir, reconoce. Y lo que añade a continuación no es muy considerado con el gremio de traductores: “en otras cosas peores se podría ocupar el hombre”. Como excepción cita dos buenas traducciones, y sus autores, que se libran de la quema.

Dejando las traducciones a un lado, pregunta al autor traductor si el libro se imprime por su cuenta o ha vendido el privilegio a algún librero. Le responde que lo hace por su cuenta y piensa ganar mil ducados, por los dos mil cuerpos de la primera impresión. A Don Quijote le parecen ingenuas sus cuentas y le augura un futuro muy negro, con el cuerpo molido de cargar los dos mil tochos. El autor ya es conocido y no está dispuesto a darle los beneficios a un librero, que él busca dinero, no fama a secas. ¿Por qué sabe tanto de esto un hidalgo de pueblo?

Y después de la corrección de un catecismo, lo mejor para pecadores, pasa adelante y se tropieza, nada menos que con la “Segunda parte del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha”. ¡El apócrifo!

Don Quijote , sosegadamente, dice que ya tiene noticia de tal libro, aunque pensaba que ya estaba quemado por impertinente; pero le llegará su San Martín, como a todo cerdo. Que las historias, fingidas o verdaderas, son más deleitables si se acercan a la verdad. Es lo que siempre defendió Cervantes.

"...su San Martín se le llegará como a cada puerco..."

Algo enfurruñado, sale de la imprenta don Quijote. A ver si se le pasa, que han de ver las galeras en la playa, que don Antonio ha avisado al cuatralbo de que había de verlas su famoso huésped, don Quijote de la Mancha. A Sancho le hace ilusión.

Un abrazo de María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/08/lo-que-sabe-de-libros-este-hidalgo-de.html

domingo, 12 de abril de 2015

Bromas, las de este capítulo, poco afables y nada honestas.

 

"Que trata de la aventura de la cabeza encantada, con otras niñerías que no pueden dejar de contarse"

Don Antonio Moreno se llama el hospedador, aquel guía anónimo, el “avisado de Roque”, el de la bienvenida, en la playa. Ahora don Quijote está alojado en su “rica” casa y Cervantes cae en la cuenta de que ha de ponerle un nombre.

Es un caballero “discreto”, amigo de “holgarse”; pero sin perjudicar a nadie, que sus bromitas han de ser honestas y afables. Quiere que don Quijote exhiba “sus locuras”, para hacer unas risas, sin hacerle pupa. Afablemente, ordena que le quiten tanta chatarra y lo saquen con su ropilla de gamuza, tan ajustadita, a un balcón que da a una calle principal. Honestamente, lo colocan allí, donde los muchachos lo contemplen como a mono de feria y él vea bien a los de las libreas, que para él se han vestido así.

Sancho, contentísimo, piensa que aquí la mesa va a estar tan bien abastecida como aquellas de Camacho, don Diego o los duques.

Aquel día, don Antonio, come con unos amigotes ávidos de burlas, que tratan al burlado como a un auténtico caballero andante. Don Quijote, tan hueco, no cabe en sí de gozo y Sancho exhibe sus gracias ante un público pendiente de su boca.

Don Antonio, basándose en un pasaje del Avellaneda, dice que Sancho es tan amigo de albondiguillas que guarda en el seno todas las que sobran. El escudero protesta, él es muy limpio y no hace jamás eso. Otra cosa es que no desaproveche la oportunidad, si le ofrecen comida, lo de la vaquilla aplicado a la pitanza.
 
"Acá tenemos noticia, buen Sancho, que sois tan amigo de manjar blanco y de albondiguillas , que si os sobran las guardáis en el seno para el otro día."

Su amo le defiende, parece tragón porque come a dos carrillos; mas nunca falta a la limpieza y, en su cargo de gobernador, ha aprendido a comer con tanto melindre que las uvas y las granadas las come con tenedor.
"y en el tiempo que fue gobernador aprendió a comer a lo melindroso: tanto, que comía con tenedor las uvas"

¿Gobernador? ¿Ha dicho gobernador? Por ahí van a seguir la broma. Y, muy digno, el aludido responde que así fue y nada menos que de la ínsula Barataria. Durante diez días la gobernó “a pedir de boca”, aludiendo irónicamente al hambre que pasó. Allí aprendió a despreciar todo gobierno y, en consecuencia, huyó y fue a caer a una cueva, de la que milagrosamente salió. Los oyentes se enteran de muy poca cosa, pero ahí está don Quijote para contarles lo menudo.

Y, después de comer, don Antonio muestra a su invitado, en un retirado aposento, una broncínea cabeza como de emperador romano. Lo que le va a contar ha de guardarlo en secreto. Don Quijote así lo hará, que él tiene oídos pero no tiene lengua. Déjese ya de tantas prevenciones, señor Moreno.

A continuación, don Antonio le toma de la mano y se la pasea por la cabeza, la de metal, y por su jaspeado pie. Y le cuenta que la fabricó un famoso hechicero y que responde a todo lo que le preguntan al oído. Hay que esperar a mañana porque hoy es el día que le toca librar y está mudita. Don Quijote puede ir preparando sus preguntas. Admirado queda, aunque alguna duda le asalte, y le da sin más las gracias. Van a la sala donde están los demás caballeros, muy entretenidos con lo que, de don Quijote, les ha contado Sancho.

Por la tarde sacan a pasear a don Quijote, sin Sancho, sin armas y vestido de “rúa”. Han dispuesto una gruesa y larga vestimenta, un balandrán. Tras envolverle en tan abrigada prenda, le cosen, a las espaldas, un pergamino que dice: “Éste es don Quijote de la Mancha”. La gente lo lee y don Quijote se admira de que tanta gente le conozca, incluso los chiquillos. Él lo interpreta como un privilegio de la caballería andante, la cual hace famoso a quien la profesa.

Don Antonio le sigue la corriente, que hay que ver como resplandece y campea la virtud del que profesa las armas.

Todo es aplauso hasta que alguien alza la voz, es un castellano fino que llama al pan pan y al vino vino. Ni “ñerro”, ni “cadell”. Se pregunta, como nosotros tantas veces, cómo puede estar todavía vivo, después de tanto golpe. Le llama loco y le acusa de volver locos a los demás, como a éstos que le acompañan. Y le exhorta a marcharse a su casa, que va a terminar con el seso carcomido y el entendimiento desnatado. ¡Hala!, a cuidar de esa mujer y esos hijos…que no tiene. Ahí metiste la patita, castellano.

Don Antonio le pide que siga su camino y no dé consejos a quien no los pide. Le asegura que don Quijote es muy cuerdo y el acompañamiento no es necio. El castellano responde que, aunque sea inútil aconsejar a este hombre, le da lástima que no emplee mejor su ingenio y que no dará consejos nunca más.

De todas maneras, Cervantes pone de manifiesto que, aquí, sí puede existir una voz discordante. Don Quijote y Sancho no están en la corte feudal de los duques, donde nadie osaría llevar la contraria al aparatoso montaje burlón de unos nobles. Están en Barcelona, en un ambiente urbano y burgués, menos opresivo. “El aire de la ciudad nos hace libres”, se decía ya en la Edad Media y sigue siendo una realidad en estos primeros años del XVII.

El gentío se apresura demasiado, se apelotona en torno al rótulo, para poderlo leer y don Antonio decide quitárselo, con disimulo. Se acabó la broma, amigos, vamos a otra.

Vuelven a casa, donde la “alegre, hermosa y discreta” mujer de don Antonio ha organizado un sarao, para honrar al huésped y gustar de sus locuras. Acuden sus amigas, se cena muy bien y comienza el baile, a las diez.

Entre las damas hay dos honestísimas, por supuesto, pero un poquito picaronas y atrevidillas. Rápidamente sacan a bailar a don Quijote y le muelen el cuerpo y el alma. Compone nuestro hidalgo una garbosa figura: largo, flaco, amarillento, desgarbado y torpe. Las muy descaradas le piropean con disimulo y él, en respuesta, muestra su desdén. Hasta que no puede con los zancajos y les dedica un latinajo exorcista. Déjenlo en paz, por Dios, que Dulcinea no consiente que perturben así la castidad del caballero.

Y se sienta en mitad de la sala, hecho polvo de tanto ejercicio. Le llevan a la cama y Sancho le regaña cariñosamente, no es fácil danzar, por muy valiente que se sea. Él mismo confiesa zapatear “como un girifalte”, pero nada sabe de danza. Los del sarao imaginan al escudero zapateando y ríen con ganas, a ver si se pone a ello. Pero no, a lo que se dedica es a arropar a su amo, para que sude el frío del baile.

Al día siguiente, le parece a don Antonio que ha llegado el momento de probar el artilugio de la cabeza encantada. Se encierra con don Quijote, Sancho, dos amigos y dos amigas, las picaronas del sarao. Les explica la propiedad del busto parlante y les dice que va a probarse, por primera vez.

Ana Queral pinta al Quijote.

Don Antonio se acerca al oído de la cabeza y, en voz baja, pero audible, le pregunta qué está pensando él ahora. Se oye una voz que afirma no juzgar de pensamientos. Todos se quedan atónitos, allí no hay nadie más que pueda responder. Ahí va otra pregunta: cuántos están en la habitación. La misteriosa voz contesta correctamente y, además, se refiere a don Quijote como “caballero famoso” y a Sancho como “escudero”.

Todos admirados y espantados, como escarpias... Ahora que pregunten los demás y así lo hacen. Belleza, maridos, hijos, salud, herencias...Las respuestas que da la cabeza son acertadas, sensatas, alguna un poco guasona.

Don Quijote está deseoso de preguntar lo suyo. Si fue verdad o sueño lo de la cueva de Montesinos, si Sancho se dará los azotes y si se desencantará Dulcinea. Y responde que a lo de la cueva hay mucho que decir, que los azotes irán despacio y el desencanto llegará. Don Quijote no quiere saber más, si Dulcinea se desencanta es como si llegaran de golpe todas las venturas.

Sancho pregunta si tendrá otro gobierno, si saldrá de la estrechez escuderil y si verá a su mujer e hijos. Le contesta que gobernará…en su casa, si vuelve a ella. Verá a su familia y si deja de servir…dejará de ser escudero. La respuesta no le satisface, le parece de Perogrullo. Don Quijote le llama bestia y le dice que le ha contestado y con eso basta. A Sancho le sabe a poco.

Se acaba el juego de preguntas y respuestas, todos quedan admirados, con excepción de los dos amigos del busilis.

La voz omnisciente nos añade que Cide Hamete quiso luego declarar el misterio de la cabeza, para que nadie creyera en algún “hechicero misterio”, encerrado en la cabeza. Y nos aclara que don Antonio la encargó, a imitación de otra que vio en Madrid, para divertirse con los ignorantes. La cabeza y la mesa estaban huecas, también el pie, en comunicación con el aposento de abajo, por medio de un cañón de hoja de lata. Ahí se instalaba el respondiente, un sobrino de don Antonio, un estudiante listillo.

Y añade Cide Hamete que la máquina sólo duró unos doce días porque se divulgó, por toda la ciudad, la noticia de la cabeza encantada. Y temió su dueño que llegase a oídos de “las despiertas centinelas de nuestra Fe”, la Santa Inquisición. Por si las moscas, declaró el mismo “el caso a los señores inquisidores”, los cuales le ordenaron que lo destruyese, para no escandalizar al “vulgo ignorante”.

Pero don Quijote y Sancho están convencidos de que han hablado con una cabeza encantada, sobre todo nuestro hidalgo.

Un abrazo de María Ángeles Merino
(Sigue)
Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/08/bromas-las-de-este-capitulo-poco.html