sábado, 27 de diciembre de 2014

Cartas, sartas, sayos ...y un queso.





"La sarta de corales es muy buena, y el vestido de caza de mi marido no le va en zaga."

En la exposición "Vistiendo el rito", he visto los presentes de la duquesa: el vestido de caza convertido en saya verde y los corales. Sanchica tan contenta. 

 Segunda parte del comentario al capítulo 2.52 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Siempre hay alguien que necesita creer"correspondiente al día 3 de junio de 2010.

Estamos en que, “para acabar de regocijar la fiesta y dar buen fin a la comida”, entra aquel paje, el portador de cartas y de presentes, que visitó a Teresa Panza, en su aldea. Los duques lo reciben con gran contento, deseosos de que les cuente lo sucedido.¡Cómo se van a reír!

El mensajero prefiere que lean, para sí, dos cartas que pone en manos de la duquesa. Una dice: “Carta para mi señora la duquesa tal, de no sé dónde”. La otra reza: “A mi marido Sancho Panza, gobernador de la ínsula Barataria, que Dios prospere más años que a mí”. La duquesa lee ávidamente la suya, ve que la puede leer en voz alta, es lo que está deseando. La lee.

Mucho contento dio, a Teresa, la carta de su grandeza. Los presentes, la sarta de corales y el rasgado vestido de caza de Sancho, han sido de su agrado. Mucho gusto le ha dado el que su señoría haya hecho gobernador a su marido. Nadie se lo cree allí, piensan que un porro así sólo gobernaría a unas cabras. El cura, el barbero y el bachiller Sansón Carrasco lo creen menos aún. Que digan lo que quieran. Ella misma lo dudaría, si no tuviera en sus manos los corales y el sayo. ¡Qué finura! ¡Qué lana tan bien bataneada!

Y, de pronto, empieza a soñar sus sueños de ascenso social. Dice que está determinada a irse a la corte a lucirse en coche, para que rabien los envidiosos. Y suplica a su excelencia que mande a su marido que le envíe algún dinerillo porque los gastos, en la corte, son grandes; que el pan vale a real y la libra de carne a treinta maravedíes. ¿Cómo sabe eso una aldeana?

Se lo dice a sus amigas y vecinas, que no se aguanta sin cascarlo. Y éstas le siguen la broma, que si Teresa y Sanchica van tan “orondas y pomposas”, luciéndose por la corte, va a ser más famosa la gobernadora que el gobernador.

Siente que este año no se hayan cogido bellotas. Pero se las ha apañado para enviar medio celemín de ellas, recogidas una a una en el monte, algo pequeñicas, pero es lo que hay.

La duquesa lee aquello de “vuestra pomposidad” que Teresa le dedica. Que no se le olvide escribirla, que ella responderá con cuidado, avisará de su salud y de todo lo que se acostumbra poner en las cartas. Queda rogando a Dios que guarde a su grandeza. Que Dios también la guarde a ella, que no va a ser menos. Sancha, su hija, también besa sus manos. ¡Y su hijo varón también! Me sorprende porque de Sanchico se acuerdan poco, tanto el padre como la madre.

Y, antes de firmar como su criada Teresa Panza, nos asegura que tiene más deseo de verla que de escribirla.

Grande fue el gusto de todos, pero nadie se regocija tanto como esta odiosa duquesa, Imaginando divertidísimo su contenido, no se le cuece el pan. Pide parecer a don Quijote…si sería bien abrir la carta destinada al gobernador. El caballero andante la abre , para darles gusto, faltaría más. A nadie parece importarle que Sancho Panza no esté. El que manda, manda.

Las dos cartas de Teresa Panza coinciden, parcialmente, en su contenido, aunque la primera es mucho más comedida. Una le da mucho contento, otra le hace volverse loca de contento. A la duquesa no le comunica que pensó” allí caer muerta de puro gozo”, ni el pis de Sanchica contenta, ni su impresión inicial de que todo era un sueño. Mientras la primera carta expresa la incredulidad de “los del lugar “ante un pastor de cabras, en la segunda es ella misma es la incrédula.

Y si vive más, Teresa piensa ver ascender a su marido. Y lo que le parece la cima del ascenso social es verlo de arrendador o alcabalero, los oficios que desempeñó, tan dificultosamente, el mismo Cervantes. Cómo se ríe de sí mismo, cuando añade: “que son oficios que, aunque lleva el diablo a quien mal los usa, en fin en fin, siempre tienen y manejan dineros”.

Que lo sepa este porro de marido. La señora duquesa ya está avisada, Teresa quiere ir a la corte y en coche.

El cura, el barbero y el bachiller no pueden creer lo de gobernador. Incluso se incorpora un desconocido sacristán al grupo incrédulo de fuerzas vivas del pueblo. Tal vez por el refrán que dice: “el cura, el sacristán, el barbero y su vecino, todos muelen en un molino; ¡y qué buena harina harán! “. Cosas de tu amo don Quijote, encantamientos. Y el bachiller Sansón que ha de ir a buscar a los dos, para sacarles de los cascos esas locuras.

Teresa se ríe, mira la sarta y piensa en cómo metamorfosear el sayo desgarrado en vestido, para su Sanchica ¿Os acordáis de Sancho colgando en la rama, enganchado a su traje de caza verde? En cuanto a las bellotas, le hubiera gustado que fueran de oro, todo es poco para su “pomposidad”. Pero tú, marido, envíame unas sartas de perlas, si las hay en la ínsula esa.

Y a continuación, la crónica de cotilleos aldeanos. La del pintor de mala mano, que se casa con la Berrueca hija y cambia el pincel por la azada. La demanda de Minguilla al clérigo que le dio palabra de casamiento. Los soldados que se llevaron a tres mozas del pueblo, pero volverán y no faltarán quienes no hagan ascos y las tomen como mujeres. Y las escaseces, ni vinagre ni aceitunas.

Y lo apañada que es Sanchica, hace puntas de randas y gana ocho maravedís limpios. Los guarda en una alcancía para su ajuar. Aunque ahora que es hija de gobernador, se lo dará su padre y no tendrá que afanarse meneando los bolillos. La fuente que secó, el rayo en la picota, nada trascendente escapa a su carta. Espera respuesta a la carta y a lo de la corte. Que Dios te guarde, a ella también y se despide.

Cartas muy reídas por el coro de burladores. Para rematar la diversión, el correo trae la de Sancho que, al leerla, pondrá en duda la sandez del gobernador. ¡Qué desilusión!

La duquesa coge al paje por su cuenta, para que le cuente extensamente lo que sucedió en el lugar de Sancho, sin obviar un detalle. Recibe las bellotitas y un queso que Teresa considera como mejor que los famosos de Tronchón, que debían gustar mucho a Cervantes.


Dejamos a la duquesa, no sabiendo qué hacer con el queso en la mano. Nos anuncian que veremos el fin del gobierno insulano.

Un abrazo para todos de María Ángeles Merino. 


Copiado de "La arañita campeña", entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/06/cartas-sartas-y-sayos.html

jueves, 25 de diciembre de 2014

"...querría que...desafiásedes a este rústico indómito y le hiciésedes que se casase con mi hija..."


Foto tomada en la exposición "Vistiendo el rito"

"...querría que antes que os escurriésedes por esos caminos desafiásedes a este rústico indómito y le hiciésedes que se casase con mi hija, en cumplimiento de la palabra que le dio de ser su esposo antes y primero que yogase con ella..."


Donde se cuenta la aventura de la segunda dueña Dolorida, o Angustiada, llamada por otro nombre doña Rodríguez.

El narrador, la voz textual anónima, nos cuenta lo que el cronista Cide Hamete nos dice . Al parecer, una vez que don Quijote curó de los arañazos gatunos, la vida del castillo, tan regalada, le parece impropia de un caballero andante. Ha de pedir licencia a los duques, porque desea acudir a las fiestas de Zaragoza, para ganar el codiciado arnés reservado al vencedor, en las justas. Aquel día, sentado a la mesa de los duques, iba a poner en obra su intención, mas irrumpen dos mujeres enlutadas, como dos frascos de tinta.

¿Qué le pasa a este ordenador? Ventana emergente. Vaya, otra visita, a ver qué personaje secundario aparece ahora. Es una vieja conocida, con sus albas tocas y su negro hábito monjil. No, no se enfade por lo de vieja, doña Rodríguez, un placer verla de nuevo. Hable, hable, soy toda oídos.

Saludo a vuestra merced y leo el título del capítulo. Su autor estuvo acertado al llamarme “segunda dueña Dolorida o Angustiada” porque así es. Y mi hija, mi pobre niña, no lo está menos. ¡Ay, que desgracia la nuestra!¡Lo de Trifaldi fueron tortas y pan pintado! Le cuento:

Entro en la sala y me arrojo a los pies del caballero andante, mi tabla de salvación. Tendida, le beso repetidamente los pies. Suspiro, gimo, lloro. Todos están confusos. Los duques, tal vez, piensan que los criados han preparado una nueva burla,como ya tienen costumbre…

Me presento tan cubierta que nadie conoce mi identidad. Mas don Quijote,con presteza me levanta del suelo y hace que me descubra. Mi pobre niña, ay, la pobre imprudente que yació con aquel mal hombre, ay, también alza su espeso velo.

Admirados quedan los que me conocen y más mis señores, los duques. Saben que soy mujer pobre y discreta. Muy lista no soy, tonta tampoco. La desesperación me lleva hasta aquí.

Me vuelvo hacia sus excelencias y les pido licencia para departir con el andante caballero. Es mi única esperanza, ha de deshacer este tuerto. Mi señor, el duque, me la concede. Enderezo la voz y me dirijo a don Quijote, tal y como, pienso yo, se ha de hablar a un valeroso caballero andante. Lecturas caballerescas no me faltan, sé hablar en arcaico.

¡Esa sinrazón y alevosía que un mal labrador tiene fecha a mi fija.! Prometiome enderezar el tuerto que le tiene fecho. ¡Cuántas efes! Agora me llega la noticia que quiere partir deste castillo, en busca de las buenas venturas que Dios le depare.
Antes de que se me escurra, como una anguila, ha de desafiar al rústico indómito y forzarle a cumplir con la promesa que a mi hija fizo, antes de yogar con ella. Y ya se sabe que una vez de haber yogado, nada de lo prometido. No rima, pero vuestra merced me entiende.

Y con el duque no puedo contar, que es pedir peras al olmo. Y así lo digo delante de las ducales narices. Espero no ser castigada por mi atrevimiento.

Don Quijote responde, con gravedad y prosopopeya caballeresca. Se dirige a mí como “buena dueña” y, con exquisita cortesía, me exhorta a templar o enjugar mis lágrimas y a ahorrar suspiros; que él toma a su cargo el remedio de mi hija… fija, a la cual hubiera estado mejor no creer promesas de enamorados, lo que le digo yo.

Y, con licencia del duque su señor, está dispuesto a partir en busca del desalmado, para hallarle y matarle si no cumple. Es su oficio…

El duque, satisfecho, menos mal, da todas las facilidades. No hay que buscarlo, ni pedir licencia para desafiarle; que él le da por desafiado, se lo hará saber y acudirá al castillo, donde dispondrá de campo franco para combatir.

Don Quijote renuncia transitoriamente a su hidalguía para poder combatir con el dañador y le reta, en ausencia, en razón del mal que hizo con la doncella que ya no lo es, mi pobre niña. Cumplirá o morirá.

Luego cumple con el ritual retador: arroja un guante y el duque lo alza, aceptando el desafío, en nombre de su vasallo. Será dentro de seis días, en la plaza del castillo y con las armas acostumbradas de los caballeros: lanza, escudo y arnés.

Para la debida ejecución del desafío, he de poner el derecho de mi justicia en manos de don Quijote. Así lo hago de buen talante, pero mi hija disimula mal su disgusto y su vergüenza, aunque acepta. Eso de que se airee su desliz…

Nos retiramos y la duquesa da la orden de que no nos traten como a criadas sino como a señoras aventureras que vienen a pedir justicia. Nos alojan en un cuarto aparte y nos han de servir como a forasteras. Espantadas y enojadas están mis compañeras. Las oigo murmurar, dicen algo de la sandez y desenvoltura de la Rodríguez y su malandante hija. Son unas víboras…

Desaparezco.

(Sigue el comentario, aunque se vaya la Rodríguez)


Un abrazo de María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/06/querria-quedesafiasedes-este-rustico.html


viernes, 19 de diciembre de 2014

"...que el mismo Licurgo, no pudiera dar mejor sentencia que la que el gran Panza ha dado"(3)



Tercera  parte del comentario al capítulo 2.51 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Muchas cosas y anuncio de cambios"correspondiente al día 27 de mayo de 2010.

La carta es celebrada como discreta por los que asisten a su lectura y Sancho Panza, que había estado muy atento, me pide que entre en su estancia y escriba, al dictado, la carta respuesta a su señor don Quijote. Veamos, pues, su contenido:

El señor gobernador no tiene tiempo de rascarse la cabeza, ni de cortarse las uñas que ya tiene crecidas. Dice esto para que el señor de su alma no se espante de la tardanza en dar aviso de su bien o mal en el gobierno. Y recalca que ahora tiene más hambre que antes, cuando iban los dos por esos campos y caminos de Dios.

El señor duque le avisó de la presencia, en la ínsula, de unos espías que deseaban matarlo. Hasta agora no ha descubierto otro asesino que cierto doctor asalariado, el llamado Pedro Recio, natural de Tirteafuera, que con ese nombre…Yo ya sé quién inventó el nombre y el topónimo, mas a callar tocan…A lo que íbamos, se queja de las recias medecinas: dieta y más dieta.

El señor gobernador pensaba comer calentito y beber fresquito, no al revés. Dormiría sobre plumas, entre delicadas sábanas. Y a lo que ha venido es a hacer penitencia, como ermitaño.

Hasta ahora ni derecho, ni cohecho, que no ha visto un solo maravedí.

Anoche, en la ronda nocturna, topa con una hermosa doncella acompañada de su hermano, aquellos disfrazados de varón y de mujer. El maestresala se enamora de la moza y Sancho escoge al mozo para yerno. Se lo pedirán al padre de los disfrazados, don Diego de la Llana. No saben cómo se las gasta tal hidalgo.

El señor gobernador cumple con lo que le han dicho. Visita las plazas y echa el guante a una tendera que vendía avellanas nuevas mezcladas con otras, vejas y podridas. Sentencia que den los frutos a los niños de la doctrina, pobres huerfanitos, que sabrán distinguirlas, menudas hambres pasan las creaturas. También sentencia que la avellanera no entre en la plaza, durante quince días. Fue valeroso, dicen.

Es de la opinión, nuestro gobernador, que no hay gente más mala que las placeras, desalmadas, desvergonzadas, atrevidas…Bueno, bueno, no es para tanto…otras, y otros, peores hay, creo yo.

Procurará mostrarse agradecido por la carta y los presentes de la duquesa a su mujer. A su tiempo lo verá. Y no querría que don Quijote se enojara con los duques, que eso redundaría en su daño. Al señorito también le toca ser agradecido.

Lo del gateado no lo entiende, pero como ya conoce a su señor, supone que será cosa de encantadores.

Le gustaría enviarle algo pero como no sean cañutos para las vejigas que usan las mojigangas para zurrar…menuda industria.

Si le escribe Teresa Panza, le pide que pague el porte y le mande la carta, que ansía tener nuevas de su casa y familia.

Desea que Dios libre a don Quijote de los malandrines encantadores. Y que a él le saque con bien y en paz del gobierno, de lo cual tiene dudas, que tal y como le trata el galeno…

Cierro la carta y despacho el correo. Los burladores se juntan para ver cómo despacharlo del gobierno y Sancho pasa la tarde pariendo ordenanza tras ordenanza, sin descansar. Los regatones, los bastimentos, el vino con lugar declarado, el vino sin aguar, ojo, el precio del calzado, los salarios de los criados, los cantares lascivos de los ciegos, los ciegos fingidos, los mancos fingidos, los llagados falsos…Ordenó tanto y tan bueno que todavía se nombran y se guardan hoy aquellas “Las constituciones del gran gobernador Sancho Panza”.

Se despide de vuestra merced este vizcaíno que nunca diría eso que Cervantes pone en boca de un paisano mío, en la comedia “La casa de los celos”:


“Bien es que sepas de yo buenos que consejos doy, que por Juangaicoa soy vizcaino, burro no. “

Un abrazo de María Ángeles Merino


Copiado de "La arañita campeña", entrada con el mismo título.

http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/05/que-el-mismo-licurgo-no-pudiera-dar_31.html

domingo, 14 de diciembre de 2014

"...que el mismo Licurgo, no pudiera dar mejor sentencia que la que el gran Panza ha dado"(2)




Así que, aquel día, Sancho come sin reglas tirteafueras ni recios aforismos. Y, al levantar los manteles, entra un correo con una carta de don Quijote, dirigida a su persona. Manda al secretario que la lea para sí, y si no hay algo secreto, que lo haga después en voz alta. 

Vaya, otra vez se abren, en mi ordenador, extrañas ventanas emergentes. Espero que no sea el mayordomo, aunque me extraña que no haya aparecido por aquí, en este capítulo. No, no es él. Es…otro personaje. Veamos qué dice. Está hablando consigo mismo en otra lengua. “Agur Maria, graziaz betea, 
Jauna da zugaz, bedeinkatua…” 

¿Euskera? Sí, debe ser el secretario del gobernador Sancho Panza en la ínsula Barataria, que participa en este capítulo. 

Arratsaldeon. Saludo a vuestra merced. Le comunico que acabo de despistar al señor mayordomo, el cual se dirigía hacia este canalículo. El miedo que he pasado atravesando estos angostos pasillos, estrechos incluso para un fantasma, me ha llevado a rezar en mi lengua materna. 

Como bien dice vuestra merced, soy secretario del gobernador, por gracia del señor duque, el cual me eligió por saber leer, escribir y ser vizcaíno. Los secretarios vascos somos muy bien valorados por nuestra lealtad, fidelidad, cortedad de palabras y buena letra.

El escritor no puso mi nombre, pero les ruego, por Jaungaicoa, no vayan a confundirme con aquel Sancho de Azpeitia, el derrotado por don Quijote, aquel que preguntaba: “¿yo no caballero?”. Como pueden comprobar, no todos los de mi hermosa tierra desbaratamos las oraciones. Los hay cultos e incultos, como en todas partes. 



Vayamos a mi trabajo. Leo, para todos los presentes, la carta de don Quijote de la Mancha al gobernador de la ínsula Barataria. En letras de oro debiera estar escrita tan discreta carta. 

Veamos, pues, lo que dice. Descuidos e impertinencias, eso esperaba Don Quijote que le contaran del “amigo Sancho”. Le dan cuenta de sus discreciones y agradece, por ello, al cielo; el cual de los tontos sabe hacer discretos. Esto no es muy cortés, pero ahí queda escrito…

Parece ser, pues, que gobierna humana y humildemente. Por eso, le advierte que no siempre resulta conveniente la humildad, aunque su persona lo sea. Corre el riesgo de menoscabar la autoridad que requiere el gobierno Y le aconseja que vaya bien vestido, con el hábito adecuado, sin adornos llamativos y exagerados, limpio y bien compuesto.



Para ganarse la voluntad del pueblo, ha de “ser bien criado con todos” y evitar el hambre de los pobres. Esto último, piensa este vizcaíno, ha de ser su principal empeño; tan imposible es gobernar a un hambriento.

Las pragmáticas han de ser de las que se cumplen, pocas y buenas. Que las leyes que atemorizan y no se ejecutan son como la viga del cuento aquel de “Las ranas pidiendo rey”. Que primero las espantó y con el tiempo se subieron encima. Cuidado no se le suban a la chepa…



Le dice, muy sabiamente, que sea “padre de las virtudes y padrastro de los vicios”. Ni duro ni blando ha de ser siempre, buscará el término medio, tan difícil, creo yo, pues. 

A cárceles, carnicerías y plazas ha de ir a menudo. Si despacha con brevedad, brevemente, los presos estarán agradecidos, los carniceros igualarán los pesos y las placeras huirán. Ya estoy viendo a los presos besarle los pies, a los carniceros escondiendo los pesos trucados y a las mozas del partido con el hatillo al hombro.

No ha de mostrarse codicioso, mujeriego o glotón. De mujeriego, creo que no peca este gobernador, tiene razón don Quijote. Otra cosa es lo de codicioso y glotón. Lo que le dice es que, si el pueblo descubre su punto débil, por ahí le atacarán.

Antes de partir para Barataria, don Quijote le dio por escrito unos buenos consejos. Ha de repasarlos, le servirán de ayuda. Le han servido, lo de la horca y el puente, lo resolvió con una de aquellas lecciones.

Don Quijote quiere que escriba y se muestre agradecido con los señores duques, que la ingratitud es gran pecado y la persona agradecida también lo será de Dios. No ha de olvidarse, pues, de agradecer a la duquesa el vestido y los corales que envió a su Teresa.

El caballero le cuenta que convalece de “un cierto gateamiento”, donde las más sufridas fueron sus narices. Pero, tranquilo, que si hay encantadores malos, también los hay buenos. 

Le pide que le avise si se confirma lo del mayordomo que hizo de Trifaldi. Uy, no, no quise decir eso. Menos mal que debe andar perdido por ahí y no aparece…de momento. 
De todo lo que le suceda, le irá dando aviso, que el camino es corto y esta vida ociosa no es para su persona. 

Le han ofrecido un negocio, fuera de esta corte, y ha de cumplir con su obligación antes que con su gusto y el de estos señores. Y le escribe aquello de “amicus Plato, sed magis amica veritas”. Ahora que es gobernador, lo habrá aprendido. Risueño, el andante, pues. 

(Sigue)

Un abrazo de:

María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", entrada con el mismo título:
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/05/que-el-mismo-licurgo-no-pudiera-dar_29.html

viernes, 12 de diciembre de 2014

"...que el mismo Licurgo, no pudiera dar mejor sentencia que la que el gran Panza ha dado"(1)



Primera parte del comentario al capítulo 2.51 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Muchas cosas y anuncio de cambios"correspondiente al día 27 de mayo de 2010.

Del progreso del gobierno de Sancho Panza, con otros sucesos tales como buenos.

En el capítulo anterior viajamos con el paje hasta la aldea, a la humilde casa donde vive Teresa Panza con sus dos hijos. La burla se translada y, a la vuelta, el fiel mensajero ha de contar, con pelos y señales, como Teresa y Sanchica han mordido el anzuelo. Qué gusto tan amargo nos han dejado las fantasías imposibles de madre e hija.

Este capítulo enlaza con el anterior al anterior, el de la ronda nocturna por Barataria. Amanece y amanece de verdad, esta vez sin paródicas imágenes mitológicas, sin rubicundos Apolos , ni rosadas auroras, ni pintados pajarillos con sus arpadas lenguas.

El maestresala, aquel que acompañó a Sancho, no ha podido pegar ojo , enamoradísimo de la jovencita enclaustrada, la vestidita de varón.

Y el mayordomo, tecleo despacio no vaya a aparecer por aquí, ha de pasar la noche escribe que te escribe, para que sus señores no pierdan ripio del gobierno sanchesco. Admirado queda de sus hechos, aunque haya algún asomo tanto. ¡Cómo has cambiado, mayordomo-director de escena!

Se levanta Sancho y desayuna una mínima ración de fruta confitada y unos tragos de agua enfriada. Tal es la dieta prescrita por el Tirteafuera, para los mandamases, con el fin de avivar su ingenio, dice. Poco y delicado… Pan y uvas comería muy a gusto, que con tanta palabrería, el gobernador pasa hambre canina y maldice, en secreto, el gobierno y quien se lo dio.

Con la conserva y el agua helada bailando en su estómago, ha de resolver lo que le propone un forastero, un acertijo paradójico, para que se devane bien los sesos y diga alguna tontería. El mayordomo y los demás acólitos están presentes.

Le cuenta que un río dividía dos términos de un mismo señorío. Sobre el río, un puente y, al final del mismo, una horca y una casa de audiencia. Cuatro jueces velaban por el cumplimiento de la ley que puso el dueño del señorío, la cual obligaba, al que pasare de una parte a otra, a jurar a dónde iba. Si en lo que juraba se echaba de ver que decía verdad, los jueces lo dejaban pasar. Si decía mentira, moría en la horca.

Pero hubo uno que juró que iba a morir en aquella horca. Los jueces no saben cómo resolver el dilema, si lo dejan pasar, mintió y debe morir. Si lo ahorcan, él juró que iba a morir en la horca, luego dijo verdad.

Los jueces no saben qué hacer, mas conociendo el “elevado entendimiento” de Sancho, enviaron  al forastero preguntador, para solicitar su parecer. Eso del elevado entendimiento deja perplejo a Sancho, que afirma tener “más de mostrenco que de agudo”. Pero si se lo repiten, tal vez dé con la respuesta.

Le refieren otra y otra vez el caso. Propone una solución salomónica, la parte que juró verdad la dejen pasar y la que dijo mentira la ahorquen. No es válida, si lo dividen, por fuerza morirá. Así que sigue dando vueltas, hasta que recuerda lo que le aconsejó don Quijote, en vísperas de ser gobernador. Fue aquello de que, cuando la justicia esté en dudas, lo mejor es acogerse a la misericordia: no se le ahorcará.

El mayordomo considera que Licurgo no pudiera dar mejor sentencia que la del “gran Panza”. Fijaos en ese “gran”, que ahora es sincero. Él dará orden para que le den de comer a su gusto, olvidando esas parcas raciones, las prescritas por el falso galeno. No más audiencias por hoy, el asesor de farsas no aguanta más. Es un cargo de conciencia matar de hambre a tan discreto gobernador. Esta noche piensa hacer la última burla del guión, espera que de verdad lo sea.

La promesa de la comida renueva las fuerzas del debilitado Sancho. Denle de comer y vengan casos y dudas. Con el estómago lleno, todo lo despabilará.
(Sigue) 


Un abrazo de:

María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/05/que-el-mismo-licurgo-no-pudiera-dar.html

domingo, 7 de diciembre de 2014

"Vuesa merced...es mujer dignísima de un gobernador archidignísimo, y para prueba desta verdad reciba vuesa merced esta carta y este presente."(2)


La abejita prepara un "empedrado", para el paje.

Segunda parte del comentario al capítulo 2.50 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "La burla se extiende", correspondiente al día 20 de mayo de 2010.

Mi madre no quiere salir por aquí. Dice que ella es personaje de lo más principal y se niega a salir como secundario. Así que cuento lo que Teresa Panza, mi madre, me cuenta.

Mientras yo atiendo a caballo y a caballero, Teresa se sale de casa, con los corales al cuello, “tañendo en las cartas como si fuera un pandero”, tan contenta estaba. Se encuentra con el cura y con Sansón Carrasco y les dice bailando que es ya gobernadora, entre otras cosas que , de momento, no entienden. Creen que se ha vuelto loca de atar.

Les da las cartas, las lee el cura y los dos se miran asombrados e incrédulos. Pregunta el bachiller quién las ha traído. Responde que vengan pa casa, que allí verán al mensajero, tan hermoso él. El cura mira y remira lo corales, certifica que son de los finos y no sabe qué pensar. Eso de una duquesa pidiendo bellotas…

Deciden ver al portador del pliego y madre les acompaña. Al llegar, está cribando cebada para su cabalgadura y yo corto un torrezno, para empedrarlo con güevos. Le saludan cortésmente y miran el buen adorno del que llamaban paje.

Esos dos sienten mucho gusto en meter las narices en todo. El joven Sansón le pide nuevas del amo don Quijote y de su escudero, que no acaban de entender eso del gobierno de Sancho y, menos aún, eso de la ínsula.

El paje asegura que el señor Sancho Panza es gobernador y me entra una alegría por dedentro. De si es de una ínsula, no se entremete en eso, mil vecinos tiene, eso sí puede decir. De lo de las bellotas, dice que su señora, la duquesa, es muy llana y tan humilde. Hemos de saber que las señoras de Aragón son asi, tratan con m´s llaneza que las puntuosas castellanas.

Mi madre se ve ya de señora gobernadora, con verdugado y coche de lo mejol. Que la que tiene marido gobernador, bien puede. Teresa sueña y yo también. Me veo sentada en el mismo coche y la gente dice que ahí va la hija del harto de ajos, como si fuera una papesa. Que rabien los murmuradores, ándeme yo caliente…


Nunca había visto a mi madre tan ilusionada. Ahora dice que todo esto se lo tenía profetizado su buen Sancho, el cual no parará hasta hacerla condesa. Y suelta una sarta de refranes más larga que la de los corales, los mismitos que soltaba mi padre: Que si te dan la vaquilla, corre con la soguilla. Y si te dan un gobierno cógele y, si es un condado, agárrale…Y sigo yo con ese de “viose el perro en bragas de cerro”.

Entonces, el cura saca en consecuencia que los Panzas nacemos con un costal de refranes. El paje asiente, su “señor gobernador” a cada paso los dice, aunque no vengan a cuento. Los duques tienen mucho gusto en oírlos, al parecer.

El bachiller insiste, si afirma ser verdad eso de los duques, el gobierno y demás. Porque para don Quijote piensa que todas cosas son por encantamiento. El Carrasco está por tocar al muchacho por ver si es de carne y hueso.

El mensajero responde, harto , que él es embajador verdadero y Sancho es gobernador efectivo. Que los duques se lo dieron y él lo hace valentísimamente, Y que lo jura por sus padres. ¡Qué gusto me da oír a este buen mozo! Es una pena que no me quiera llevar en las ancas de su rocín, hasta la ínsula ésa. Pero no, que las hijas de los gobernadores han de ir con carrozas, literas y sirvientes. Yo estoy dispuesta a ir en una pollina, pero mi madre dice que ahora toca ir de señora…

Hay cosas que no entiendo porque el bachiller suelta latinajos y el paje contesta con más latinajos.

El de las cartas se impacienta, tiene prisa, démosle de comer y dejémosle marchar. El cura le invita a comer, a su casa. Que vaya con él a “hacer penitencia”, que Teresa tiene voluntad pero no dispone de lo necesario para servir a tal huésped. Y él acepta, por la mejora. ¡Con lo que me hubiera gustado a mí verlo comer mi empedrado de torreznos! Ya estoy viendo al cura, cosiéndole a preguntas.

Como conoce al bachiller desde chico, no quiere que le escriba la carta de respuesta, que lo de la burla le viene de antiguo y de familia. Así que, con un bollo y dos huevos, paga a un monacillo que sabe escribir. Son dos cartas, una para padre y otra para la duquesa. No le quedan nada mal, sería una buena escribana.
Desaparezco.

Un abrazo para Pedro y todos los que pasáis por aquí.


María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/05/vuesa-mercedes-mujer-dignisima-de-un_23.html

sábado, 6 de diciembre de 2014

"Vuesa merced...es mujer dignísima de un gobernador archidignísimo, y para prueba desta verdad reciba vuesa merced esta carta y este presente."(1)


Ana Queral pinta al Quijote.

Primera parte del comentario al capítulo 2.50 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "La burla se extiende", correspondiente al día 20 de mayo de 2010.

Donde se declara quién fueron los encantadores y verdugos que azotaron a la dueña y pellizcaron y arañaron a don Quijote, con el suceso que tuvo el paje que llevó la carta a Teresa Sancha, mujer de Sancho Panza


Comienza el capítulo y jugamos, otra vez, con la muñeca rusa de los narradores de esta gran obra. El narrador, la voz textual anónima, nos dice lo que dice el cronista, el morisco Cide Hamete, al que califica de “puntualísimo escudriñador de los átomos de esta verdadera historia”. O sea, grandísimo cotilla.

Cide nos revela que la duquesa y Altisidora fueron las que vapulearon y pellizcaron a la Rodríguez y a Don Quijote, respectivamente. Algo que ya sospechábamos porque, fácilmente , se despiertan los demonios de la ira y la venganza en las mujeres, si se pone en entredicho su hermosura. Carros y carretas, suelen soportar las féminas, pero la belleza, ni tocarla.

¿Cómo va a sufrir la duquesa que esa deslenguada dueña destape el “Aranjuez de sus fuentes”? Su recóndito secreto de belleza: esos desaguaderos que destilan sus malos humores. Y de mil amores, que no humores, le acompaña “Altisidorilla”, furiosa también , ésta por insinuaciones acerca de su mal aliento.

Y, ahora, sabemos de otra dueña que la ve levantarse del lecho, la sigue sigilosamente y va con el cuento a su señora: la Rodríguez, en estos momentos, se encuentra en el aposento del invitado, don Quijote. ¡Qué deber tan penoso para la pobre dueña anónima!

El primer impulso de la duquesa es acudir con inmediatez, mas las grandes señoras también están sometidas a su dueño y señor esposo, al que han de pedir licencia. Mendigas, campesinas, sirvientas, hidalgas, duquesas se igualan, no dan un paso sin permiso marital.

El duque, divertido, da consentimiento y ellas “con tiento y sosiego”, se colocan junto a la puerta del aposento y pegan la oreja. Cuando oyen lo de las fuentes, empujan de golpe la puerta, coléricas y vengativas.


Ana Queral pinta al Quijote.

¡Cómo disfruta el duque con el relato que le hace su media naranja! La duquesa se anima, hay que seguir con el pasatiempo quijotesco. Que venga aquel paje que hizo de Dulcinea. Va a enviarlo a casa de Teresa Panza, con dos cartas, una de su marido y otra suya. Una sarta de ricos corales, con una miaja de oro, será el presente que deslumbre a la villana.

El “discreto y agudo paje” parte de muy buena gana, hacia la aldea de Sancho, con esta misión que promete ser tan divertida y bien remunerada.

Y, de golpe y porrazo, el paje se encuentra en las afueras del pueblo. Hay un arroyo, donde lavan unas cuantas aldeanas. El mensajero pregunta si vive allí Teresa Panza, mujer de Sancho Panza, escudero de don Quijote de la Mancha.



Parece que mi ordenador vuelve a recibir alguna extraña visita. Nada me causa asombro, después de haber recibido a tantos personajes quijotescos, de segunda línea.

Veo la imagen de una mujer muy joven, no tiene nada que ver con la dueña Rodríguez. Sí, es casi una niña, va descalza y lleva los cabellos largos y enmarañados. Viste una saya corta y descolorida, las corvas al aire y no demasiado limpias, la camisa remendada y enorme.

Me hace señas, quiere comunicarse conmigo. ¡Habla! ¡Escuchémosla!

Saludo a vuesa merced. Sanchica me llaman, pa servir a Dios y a usté. Soy hija de Sancho Panza, escudero de ése que dice llamarse don Quijote de la Mancha...don Alonso Quijano, hidalgo natural de nuestra aldea. Vengo a visitarla a usté, pa contarle como fue lo de la vesita del paje, el del señor duque, el que dio gobierno a mi padre.

Me escapé del limbo de los personajes, me aburría. Allí hay pocas muchachas de mis años. Y las hay mu estirás, como ésa que se escapó de casa, con su hermano y la ropa cambiá.

Así que le cuento, señora que hace letras:

Aquel día estaba lavando la ropa, en el arroyito que pasa cerca del pueblo, junto a mis amigas. Mientras trabajamos, hablamos de nuestras cosas y no nos damos cuenta de lo fría que está el agua o de lo que pesa la ropa mojada.

Cuando aparece aquel mensajero del duque, a caballo, lo miramos embobadas, qué ojos tentadores, qué talle tan garrido…

Cuando va y pregunta por Teresa Panza, mujer de Sancho Panza y escudero de don Quijote. Ay, diome un vuelco el corazón. Me levanto, con presteza y le aclaro que ésos son mi madre, mi padre y nuesamo.

El buen mozo me llama doncella y me pide que le lleve con mi madre, que trae una carta y un presente del mío padre. Suelto la ropa, la María la recoge y pa casa, que harta pena tiene mi madre. Tiempo ha que no sabe nada de padre. El de los ojuelos tentadores masegura que las nuevas son buenas, que son de las de dar gracias a Dios.

Salto, corro, brinco y ya estoy en la puerta de mi casa. Llamo a voces a mi madre, que salga, que viene un señor que trae cartas y cosas de padre. Está hilando un copo de estopa y sale a ver qué pasa. Lleva esa saya parda que tuvo que cortar porque se chamuscó, al arrimo de la lumbre. Guarda la saya nueva para ir a misa, los domingos. El corpezuelo pardo y la camisa de pechos no están tan mal…Ya es un poco vieja pero tiene fuerza para tirar del arado, en las largas ausencias de padre.

Me pregunta quién es el señor y el de a caballo se presenta como “un servidor de mi señora doña Teresa Panza”. Se arrodilla , le llama “vuestra merced” y le pide las manos como mujer no sé qué del señor Sancho Panza, gobernador de no sé cuántos.

Mi madre no quiere hacer nada de eso, que ella es una probe labradora y mujer de un escudero andante, que no gobernador. Y el mensajero responde que es mujer dignísima de un gobernador archidignísimo y, como prueba, ahí tiene la carta y unas güeltas de corales que le pone al cuello. La carta es del señor gobernador, que es padre. La sarta es de la duquesa esa.

Pasmadas quedamos y yo digo que todo eso es cosa de nuestro amo don Quijote, que le habrá dado a mi padre el gobierno prometido. Nos contesta que así es, por don Quijote es Sancho gobernador de la ínfula Barataria, que así lo dice la carta.

Le pedimos que nos la lea, que no sabemos leer. Nos lee primero la de padre, no la entiendo, no sé que dice de azotes que le daban. Mi madre es mujer de un gobernador, eso está claro, y en coche ha de ir. Y envía un sayo verde para que me haga una saya, me gusta ese color.

Después, saca de su faltriquera la carta de la duquesa. Qué señora, la llama amiga Teresa, nada menos. La bondad y el ingenio de padre la movieron , no sé de dónde, y ella pidió a su marido le diese un gobierno de una ínsula, que tiene muchas.

Y la gobierna muy bien y está muy contenta, y el duque también. Da gracias al cielo que no es tan fácil pillar uno así. En que es difícil encontrar uno como Sancho Panza, estoy de acuerdo.

Y envía a su “querida mía” la sarta de corales, con los padrenuestros de oro. Da a entender esta mujer que el collar es poca cosa, que más adelante cuando se traten...Duquesa y gobernadora, a partir un piñón.

Y lo más importante de la carta es que habla de mí y que me apareje, me dice. Me ha de casar altamente, mas a mi lo altura del mancebo me da igual.

Y esta mi casamentera pide dos docenas de bellotas gordas, que le escriba largo y si hubiere menester de algo, no tiene más que boquear. Como pez fuera del agua, entiendo yo. Y se despide y firma, sin poner su nombre de pila. La duquesa y ya está. No hay muchas, creo yo.

Mi madre se derrite oyendo la carta. Y le sale fuera el desprecio que las hidalgas del pueblo muestran hacia las labriegas, como nosotras. Que aprendan de esta duquesa, que a mi madre trata como igual. Un celemín de bellotas le enviará, faltaría más.

Y me dice que atienda al de los mensajes y a su caballo. Y que saque de la caballeriza güevos, querrá decir el gallinero, está que no sabe lo que dice. Y que corte tocino, para prepararle un empedrado de huevos con torreznos. Es lo que piensa mi madre que come un príncipe. De los corales, quiero la mitad y con el finísimo paño haré un apaño. Viva mil o dos mil años el gobernador y viva el que tan buenos presentes me trae.

Desaparezco y dejo hablar a mi madre…

(Sigue)

Un abrazo de María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
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miércoles, 3 de diciembre de 2014

"...vamos a rondar, que es mi intención limpiar esta ínsula de todo género de inmundicia y de gente vagamunda , holgazanes y mal entretenida"


Abejita fulera y peleona, a tono con este capítulo. ¡Cómo la vea el gobernador Sancho, en su ronda!

Comentario al capítulo 2,49 del Quijote, segunda parte, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Programa de gobierno de Sancho y ronda nocturna por la ínsula", correspondiente al día 13 de mayo de 2010.

De lo que le sucedió a Sancho Panza rondando su ínsula.

En el capítulo anterior al anterior, dejamos a Sancho encolerizado con aquel rico labrador que, después de torturarle con su esperpéntica pintura familiar, tiene la desfachatez de pedirle dinero. Y, ahora Cervantes lo confiesa, aunque lo suponíamos, qué me van a contar a mí…Que el mayordomo industrió al insoportable personaje, por orden del duque. ¡Qué dominio de la farsa tiene este tipejo! Me callo, no vaya aparecer otra vez, por aquí.

Todos se ríen, pero Sancho capea el temporal y hace frente al coro de burladores, con su inesperado ingenio. Y, en este capítulo, expone su programa de gobierno y resuelve los tres casos presentados, en su ronda nocturna. Y lo hace admirablemente, sólo guiado por sus luces naturales, volviendo las burlas “en veras”.

Veámoslo actuar. Comienza reflexionando acerca de las visitas importunas, a cualquier hora, que han de sufrir jueces y gobernadores, ahora los entiende. Ni dormir ni comer les dejan y…hablando de comer, maldice a ese Pedro Recio Tirteafuera, allí presente. Ése que le quiere dar vida, matándole de hambre. Maldito él, malditos todos los malos médicos y palmas para los buenos.

Todos quedan admirados de la elegancia en el hablar de Sancho y no saben de dónde lo saca ese rústico. Tal vez, la clave esté en la gravedad del cargo, que unas veces adoba y otras entorpece los entendimientos.

Y, por fin, se ablanda el recio doctor de mal agüero y promete darle de cenar, a pesar de Hipócrates. Contento el gobernador, pero con grande ansia, espera el tan esperado momento de hincar el diente a…lo que sea. Un salpicón de vaca y unas manos de ternera , pasaditas de días. No importa, la humilde comida le sabe mejor que esos manjares volátiles, y no volátiles que cita el escritor. Cervantes, se relame citando estas exquisiteces que, posiblemente, paladeó en alguna mesa, ¿italiana?, mejor abastecida que la suya.

Ahora se dirige, respetuosamente, al “señor doctor” y le pide que no le dé de comer “manjares esquisitos”, que su estómago recibe con melindre o con asco. Cabra, vaca, tocino, cecina, nabos y cebollas son los alimentos básicos en la manchega dieta sanchesca. Y lo mejor, esa olorosas ollas podridas, con tantas cositas ricas, manjar compuesto pero delicioso. Estará agradecido y se lo pagará algún día.

Sancho Panza pide a su expectante auditorio que no se burle, que coma, viva y deje vivir; para pasar, con posterioridad, a su programa de gobierno. Nada más sencillo: defender derechos, evitar cohecho y velar cada uno por lo suyo.

El maestresala le asegura que los insulanos estarán de acuerdo con tales principios expuestos y esa “suave forma de gobernar”. Le servirán bien, sin dar lugar a desobediencia alguna.

Tras opinar que los insulanos serían necios si otra cosa pensaren, vuelve a lo suyo, a lo que más importa: su sustento y el del rucio. Así lo dice, sin embarazo alguno. Más claro, agua.

Anuncia que ya es la hora de ir a rondar y que su intención es limpiar la ínsula de gente holgazana, tan perjudicial a la república. Y nada de cambiar el inmutable orden social establecido: los labradores favorecidos, los hidalgos con sus privilegios, los religiosos respetados y los virtuosos premiados.

El gobernador pregunta a sus gobernados si está diciendo algo... y contesta el mayordomo. Sí, aquí está, en la pantalla, aquel que fue Merlín y la Dolorida, el que industrió al labrador pintor y socarrón. Hable, hable vuestra merced, puesto que es imposible impedírselo.

Saludo a vuestra merced y sigo con el labriego escudero gobernador de Barataria. Le muestro mi admiración, cómo un hombre iletrado puede hablar con tantas “sentencias y avisos”, algo que no esperábamos de su ingenio. Tengo que reconocer que los burladores nos hallamos burlados. ¡Los del busilis pensábamos reír a carcajadas, a costa de su simpleza!

De noche, ése que bautizamos como Pedro Recio le permite cenar y, con el estómago lleno, se siente capaz de seguir la costumbre de tantos gobernantes, la de realizar una ronda nocturna. Va con su vara, escoltado por el secretario, el maestresala, alguaciles, escribanos y yo mismo. Buen escuadrón.


No, esta ronda no es la de Sancho, ésta es la de Rembrandt...

No muy lejos del punto de partida, unas pocas calles más allá, hemos dispuesto una pelea de dos hombres, a cuchilladas. Uno de ellos se queja, a gritos, de un robo. No estaba previsto el que gritara tanto…Si exageramos, corremos el riesgo de descubrir la farsa.

Es increíble, el majagranzas se dirige al de los gritos, con un “Sosegaos”, expresión que hizo famosa nuestro rey Felipe II, que Dios guarde, ante los súbditos que temblaban en su presencia. El gritón se convierte en “hombre de bien” y es requerido para que cuente la causa de la pendencia.

Estamos ante una pelea de dos jugadores de naipes. Uno acaba de ganar más de mil reales y se niega a pagar, al otro, lo que le corresponde por haber estado presente en la partida. Creo que, a esa propina, es conocida como “el barato”. El mirón va tras él y le pide siquiera ocho reales. Cuatro reales, sólo cuatro, está dispuesto a dar el que ganó mil.

Sancho pregunta la opinión del ganancioso, el cual responde que es verdad cuanto dice y no le da más reales porque se los da muchas veces. Y obligados están los que “esperan barato”, a poner buena cara, les den poco o mucho.

El señor gobernador responde a mi pregunta, acerca de lo que ha de hacer. Y sentencia que el ganancioso ha de dar, a su observador, cien reales. Y ha de desembolsar treinta reales para los pobres de la cárcel.

Y el acuchillador es desterrado de la ínsula, por diez años. Y como vuelva antes del plazo, el señor gobernador mismo lo colgará de la picota. Que él no quiere ver, en su ínsula, a gente sin oficio ni beneficio, que como tal se presentó el desterrado. Y así se hace.

Ahora Sancho, orgulloso de su sentencia, quiere ir más lejos: fuera las casas de juego. ¡No sabe que pincha en hueso! El escribano le aclara que, la de aquí, no la puede quitar porque es “de un gran personaje”; aunque, tal vez, pueda cerrar” garitos de menor cuantía”. Y le explica que, en casas principales, no se atreven los fulleros; con lo cual no parece muy conforme este Panza.
Tal y como esperábamos, todos menos Sancho, aparece un “corchete” que trae detenido a un mozo. Nos cuenta que el mancebo iba hacia ellos y, así como divisó a la justicia, comenzó a correr. Pensaron que era un delincuente y fueron a por él. Tropieza y lo atrapan…

Sancho le pregunta por qué huye y tiene que oír las ocurrentes respuestas de un gracioso. Yo le preparé la bromita, bien urdida.

Irritado, le manda a la cárcel, para que duerma allí. El mozo le contesta que , en modo alguno, podrá hacerle dormir allí. Y sigue con su gracia, todo su poder no será bastante para hacerle dormir en la cárcel. No habrá quien le haga pegar ojo, en prisión, si él no quiere. Ni alcalde, ni grilletes, ni cadenas, nada será suficiente.

Al final, entiende lo de “dormir en la cárcel”, le manda a su casa y le advierte que no se burle con la justicia, que puede salir mal parado.

Sigue la ronda el gobernador y, poco después, aparecen dos corchetes que traen otro preso. Todos me miran porque esto no está preparado, ignoro quién es ése jovencito, tan bello, que traen asido.

Me dice el corchete que, aunque parezca hombre, es mujer, como de dieciséis años, bellísima y ricamente ataviada. Lleva los cabellos, lo que más la puede delatar, recogidos en una redecilla de oro y seda verde. Medias, greguescos, jubón, zapatos…todo ello lujosísimo y masculino. Lleva una daga, que no espada ceñida. ¿De dónde ha salido esta reina de la hermosura? Los naturales del lugar no la conocen.

Sancho también es sensible a su belleza, le pregunta quién es y por qué se ha vestido con aquel atavío. Ella, avergonzada, quiere declarar que no es ladrón ni facineroso, sino doncella desdichada que, por celos, ha roto el decoro que a la honestidad se debe.

Aconsejo a Sancho que ordene retirarse a la gente, para que la joven hable con menos empacho. Lo hace así y ahora sólo somos cuatro: gobernador, maestresala, secretario y yo.

Al final, confiesa que es la hija de Diego de la Llana. Conozco muy bien a este rico hidalgo, padre de un hijo y una hija. Desde que enviudó nadie puede decir que ha visto el rostro de su hija, tan encerrada la tiene. De verdad que es hermosa esta niña…

La doncellita comienza a llorar y pensamos que le debe de haber sucedido algo de importancia.

Sancho se enternece, tiene buen fondo este labriego. Intenta consolarla y le pide que, sin temor, cuente lo sucedido, que tratará de poner remedio.

Responde que su padre la ha tenido encerrada diez años y no sale ni a misa, que la oye en un oratorio. Desconsolada, quiere ver el mundo, por lo menos, el pueblo donde vive. Le parece, y le parece bien, que su deseo no va contra el buen decoro propio de doncellas principales.

Llora, suspira, se eterniza contando su desgracia…¡Cómo la mira el maestresala!

Su hermano le habla de toros, juegos de cañas, comedias. Y ella le ruega que la vista con uno de sus vestidos y la saque de noche a ver el pueblo. Él accede y, a su vez, se viste con ropas de su hermana. Como no tiene barba, parece también una hermosísima jovencita.

Cuando quieren volver a casa, oyen un gran tropel de gente y echan a correr. La muchacha tropieza y el “corchete” la trajo ante nosotros.

Se confirma la verdad cuando traen preso a su hermano, que cuenta la misma historia. Faldellín, mantellina, cabellos como sortijas de oro. Tan bello y bien ataviado como su hermana.

Sancho los reprende suavemente por su “rapacería”. Con decir quiénes eran y sus inocentes propósitos había bastado. Tanto gemidito y suspirito para nada.

La doncella se disculpa, la turbación no la dejaba hablar como debía.

El gobernador lo tiene fácil, hay que llevar a estos niños a su casa. Y suelta algunos refranes, de esos que tanto irritan a su don Quijote. La doncella honrada, la pata quebrada, la mujer, la gallina, la deseosa de ver y la que quiere ser vista. Sabios refranes, maguer rústicos.

El maestresala, enamorado de la doncella, decide pedírsela por mujer a su padre. No s la negará al criado del señor duque.

Sancho tiene el atrevimiento de pensar en una posible boda de su hija Sanchica, con el hermanito de la llorona doncellita.Increíble, ae lo cree, no sabe lo que le espera.

Desaparezco.

Un abrazo para todos de María Ángeles Merino


Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
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viernes, 21 de noviembre de 2014

"no es posible que una dueña toquiblanca, larga y antojuna pueda mover ni levantar pensamiento lascivo "


Don Quijote, está mohíno y señalado por las uñas de un gato, desdicha ajena, que no aneja, a la caballería andante.(Ana Queral pinta al Quijote)


No se imaginaba la dueña Rodríguez las dolorosas consecuencias de sus indiscreciones. Esta dueña también es dolorida.(Ana Queral pinta al Quijote).


Comentario al capítulo 2,48 del Quijote, segunda parte, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Azotes y pellizcos con una historia de crítica social escondida", correspondiente al día 6 de mayo de 2010.

"De lo que le sucedió a don Quijote con doña Rodríguez, la dueña de la duquesa, con otros acontecimientos dignos de escritura y de memoria eterna."

Miro la pantalla de mi ordenador y veo algo que no me es desconocido. ¿Qué imagen es ésa? No es una extraña publicidad de esas que emergen en Internet, no se trata de ningún anuncio, no. ¡Es una mujer vestida monjilmente, con ropajes negros y enorme toca blanca! ¡Es doña Rodríguez, la “reverenda dueña”! ¡Está ahí dentro, como la otra vez, en la pantalla de mi ordenador! Parece que quiere decirme algo, subo el volumen y escucho una voz algo fantasmal. Me dice:

“Ruego a vuestra merced, mujer amanuense, cese su movimiento digital, sobre ese extraño artefacto y me preste atención. Conoce vuestra merced mi procedencia, vengo de ese limbo, tan aburrido, en que viven los personajes secundarios de aquel genial libro, dado a la estampa con el título de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”. Sé que vuestra merced me concedió, anteriormente, su atención; por eso me presento, ahora, para representarle lo que pasó tras lo ya relatado. Verá vuestra merced:

Don Quijote, está mohíno y señalado por las uñas de un gato, desdicha ajena, que no aneja, a la caballería andante. Seis días lleva encamado, nadie lo ha visto; pero yo no me resisto, el llavero está a mi alcance. He de verlo y entablar amena conversación.

Me hago con la llave del aposento donde se repone el malferido don Quijote. Abro, sigilosamente, la puerta. Tal vez esté dormido y, si le despierto con brusquedad, puede echar mano a la espada y emprenderla a tajazos conmigo, confundiéndome con algún encantador follón y malandrín.

No hay por qué temer, que mi caballero permanece desvelado, pensando en sus desgracias y en el acoso de esa tontuela Altisidora. ¿He dicho mi caballero? Borre, por Dios, ese mi; un lamentable lapsus linguae, fruto de la precipitación. Decía que el caballero , a pesar de mi cautela, percibe el girar de la llave.

Y manifiesta en voz alta sus pensamientos. Cree que la alta doncella Isidora, viene a turbar su honestidad de casto doncel. ¡A forzarle, Dios no lo quiera! Tal vez, cayendo en las redes traicioneras, falte a su Dulcinea. ¡No, eso nunca!

Grabada, estampada, escondida en sus entrañas; así la siente. ¿Qué demonios tendrá la tobosana? Cebolluda labradora, dorada ninfa del Tajo, con Merlín, con Montesinos…le da igual, es suya de todas maneras. No entiendo eso, pero suena muy bien.

Abro la puerta y acaba sus enamoradas razones. Se pone de pie, en la cama, y luce una imagen fantasmal. La colcha de manto, la galocha de corona y una cabeza toda vendada. Esos bigotes tiesos y vendados podrían haber movido a risa, mas la verdad es que estoy asustada.

Espera, no hay duda, a aquella que tan impúdicamente se le ofreció, en el jardín. Me ve entrar, arrastrando mis blancas tocas, con la vela medio encendida, mis anteojos. La expresión de su rostro es la de quien ve a un fantasma. Se santigua apresuradamente.

Él medroso, yo asustada. Doy una gran voz y con el sobresalto se me cae la vela de las manos. Uy, yo me voy de aquí. Me enredo con las faldas y las tocas, vuelan los anteojos. La caída no es pequeña. Buena liebre…

Don Quijote conjura al “fantasma”, para que diga qué quién es y que quiere Si es alma en pena, le ofrece sus servicios como caballero andante, incluso en el purgatorio.

Por mi temor deduje el de don Quijote. Desolada le digo quién soy, en verdad. Me presento como doña Rodríguez, dueña de honor de la duquesa, con una necesidad de las que su merced suele aliviar.

Y, en lugar de indagar el origen de mi cuita, me pregunta si vengo “a hacer alguna tercería. ¿Me está llamando Celestina? Me hace saber que él no es para nadie, si no es para la sin par Dulcinea. Qué empecinamiento el de este hombre. Y que si olvido “todo recado amoroso”, puedo departir con él de todo lo que quiera.

Dejo el enojo que lo de la “tercería” me ha causado y contesto, reprimiéndome, que aún no soy tan vieja, para tener que dedicarme a esas actividades celestinescas. Que tengo todos los dientes y muelas, a excepción de los que se me cayeron.

Le pido que espere, mientras salgo a encender la vela, que le contaré mis cuitas, como al gran “remediador” que es. No sé si me remediará, que mi don Quijote, lo sé, tiene muy mala opinión sobre nosotras, las vituperadas dueñas. Impertinentes, fruncidas, melindrosas, inútiles para el humano regalo…eso es lo que opinan por ahí.

Si para tan poco servimos ¿por qué no colocan una dueña de bulto, una estatua, en sus salas, para dar autoridad? Labrar y callar.

Cuando vuelvo al aposento, con la vela, encuentro levantado al arañado caballero. No me parece “honesta señal” el verlo levantado, temo por mi seguridad y así se lo hago saber.

Me responde, irritado, que él mismo se pregunta si está seguro, si no corre el riesgo de ser”acometido y forzado”. ¿Un varón hablando como una indefensa doncellita?

Le pregunto a quién pide esa seguridad, Me contesta que es a mí a quién la demanda, porque ni él es de bronce, ni yo soy de mármol. Es más de medianoche y estamos en una estancia cerrada.

Pero, al fin, confía en su “continencia y recato”, así como en mis “reverendísimas tocas”.

En esto, inicia una singular ceremonia. Ambos besamos nuestra mano derecha para, a continuación, asir la del otro. ¡Si alguien nos viera de esta guisa!

Mi recatadísimo caballero se entra en el lecho, se acurruca y se cubre hasta el cuello. Yo me siento en una silla algo desviada de la cama, por si acaso...es un hombre, al fin y al cabo.

Nos sosegamos y me da licencia para contar mis cuitas. Me asegura que me escuchará con “castos oídos” y me socorrerá con “piadosas obras”. Así lo creo y comienzo con lo mío. Desbucho:



La dueña Abejita haciendo "vainillas" o vainicas.

Comienzo presumiendo de mi limpio linaje procedente de las Asturias de Oviedo. Así es aunque me veáis en hábito de asendereada dueña, en el reino de Aragón.

Ocurrió que mis padres empobrecieron y me trajeron a la corte, de Madrid, donde me acomodaron como doncella de labor de una principal señora. Nadie como yo para hacer “vainillas y labor blanca”. Todo el día de Dios sacando hilos…

Pronto fui una criadita huérfana, sometida a un duro trato y a un mísero salario. En ese tiempo se enamoró de mí un escudero de casa, hidalgo como montañés que era y ya mayorcito. Tras tratarnos secretamente, nos casamos católicamente. Nació mi hija y, poco tiempo después, murió mi esposo a consecuencia de un desgraciado accidente. Lloro recordando mi desgracia.

Mi montañés era el que llevaba a mi señora a las ancas de una negrísima mula, por las calles madrileñas. Pero un día, mi señora, doña Casilda le clavó un alfiler en todos los lomos, por empeñarse en dar la vuelta, sin su permiso, para acompañar a un alcalde de corte, el cual venía en dirección contraria. El sobresalto fue tan grande que dio con la de las ancas en el suelo, tras el aguijonazo.

Su excesiva cortesía fue divulgada y comentada con muchas risas, incluso los muchachos se burlaban de él. Por esto y por corto de vista, mi ama, Casilda, la que no era duquesa, lo despidió y, al poco tiempo, murió de pesar.

En la anterior visita a vuestra merced, mujer amanuense, convertí a mi difunto en soldado caído, en los Viejos Tercios. Ruegole perdone mi falta, quedaba más heroico morir al servicio del Emperador que hacerlo de pesadumbre, sin ocupación y siendo el hazmerreír de la chiquillería.

Quedé viuda desamparada y con una hija, de creciente hermosura. Mi señora, la duquesa, esta sí lo era, me llevó consigo a este reino de Aragón, movida por mi buena fama como costurera. Aquí creció mi hija con sus donaires: canta, danza, baila, lee, escribe, cuenta y más limpia, no la hay. Dieciséis años, cinco meses, tres días…creo que tiene. Soy precisa, incluso, en la inseguridad.

¿Qué pasó con mi bella niña? Pasó que un labrador riquísimo se enamoró de ella, la burló y faltó a su promesa de matrimonio. No sé dónde estaría yo cuando se juntaron...pero lo hicieron.

Mi señor, el duque, lo sabe puesto que me he quejado a él, muchas veces. Sólo le pido que le mande casarse con mi niña. Pero “hace orejas de mercader”, que el padre del burlador le presta dineros y es fiador de sus trampas. Incluso los grandes se endeudan…

Después de este relato, pido al caballero andante, aunque malherido y rasguñado, que deshaga el agravio, con ruegos o con armas. Enderezar tuertos, amparar a los miserables, para eso está la caballería andante. Si lo dicen los libros ¿quién va a dudar de que sea así? Huérfana es mi hija, ha de ampararla.

Le hago saber que de cuantas doncellas tiene la duquesa, no hay ninguna que le llegue a la suela de su zapato. Quiero que don Quijote sepa que” no es todo oro lo que reluce”. Le advierto que esa Altisidorilla es más presumida que hermosa, demasiado desenvuelta, poco recatada y no muy sana. Que ese aliento insufrible, de alguna enfermedad nace.

Y reconozco que soy demasiado atrevida. Aunque las paredes oyen, ahora le toca el turno a la duquesa. Don Quijote, sorprendido, me pregunta qué tiene la señora duquesa, por vida suya.

Y no me puedo callar. La hermosura duquesil, su tez tersa, sus mejillas de leche y carmín, su gallardía. ¿A quién se lo tiene que agradecer? Primero a Dios y luego a dos fuentes que tiene en las dos piernas, por donde desagua los malos humores. Humores de los que está llena. Menudo trabajo el del cirujano con su lanceta. 


Don Quijote pregunta si es posible que la señora tenga “tales desaguaderos”. Lo cree, porque lo digo yo. Pero me corrige, tales fuentes, en tales lugares, en tal señora…no pueden manar humor sino ámbar líquido.

De repente, se abren de golpe las puertas del aposento. Se me cae la vela y quedamos a oscuras. Entran varias personas. Mientras uno me agarra la garganta, otro me alza las faldas y con un objeto duro se pone a darme muchos y dolorosos azotes, dejándome las posaderas en carne viva. Ay, bien conozco esas manos que se vengan de mi indiscreción. Ay, que se me ha olvidado mi humilde condición, perdón, perdón.

Don Quijote no entiende aquello y permanece mudo, en el lecho. Oye mis lamentos y teme que vayan a por él. Y, así es, porque en cuanto acaban de molerme, le destapan y le pellizcan, aunque él se defiende a puñadas. Cuando se van las fantasmas, recojo mis faldas y salgo del aposento, gimiendo mi desgracia. Dejo solo a mi caballero dolorido que, tal vez, esté pensando en algún perverso encantador. Sí, sí, encantador. Encantadoras…

Un abrazo a todos de María Ángeles Merino

Desaparezco

(Sigue)


Copiado de "La arañita campeña", entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/05/no-es-posible-que-una-duena-toquiblanca.html

jueves, 13 de noviembre de 2014

Hambriento, débil, irritado y aguantando a un pelmazo.


Segunda parte del comentario al capítulo 2,47 del Quijotepublicado en "La acequia" , en la entrada titulada "Sancho, gobernador de Barataria", correspondiente al día 15 de abril de 2010.

Se siente débil e irritado. Además, le molesta lo inoportuno de la visita, Estos “negociantes” creen que pueden presentarse a cualquier hora. Piensan, tal vez, que los gobernadores no necesitan descansar, que son de piedra y no de carne y hueso. Si le dura el gobierno, que no lleva trazas de durar, bien se lo tiene tragado, meterá en cintura a más de uno.

El paje puede dejarlo entrar. Pero, cuidado, no vaya a ser un espía o asesino, de esos que le rondan. No, no tema el señor gobernador. Parece “una alma de cántaro”, “tan bueno como el buen pan”. ¡Pan! ¿Ha dicho pan? Por Dios, que no se lo mienten…

Como Pedro Recio ya no está, Sancho se atreve a pedir algo para comer, aunque sea pan y cebolla. El maestresala le tranquiliza, en la cena podrá desquitarse. Dios le oiga.

Entra el labrador y pregunta quién es el gobernador. El secretario le responde que el de la silla, quién si no. El negociante se arrodilla y le pide la mano para besarla. Sancho lo tiene muy claro, cada uno en su estamento social, que se levante y deje eso del besamanos para los señores.

El negociante se presenta como labrador, natural de Miguel Turra. Lugar cercano a Ciudad Real, que Sancho conoce bien porque no está lejos de su pueblo.




Sancho le pide que hable y resulta ser un pelmazo. Alguien ha preparado su discurso inaguantable, para mayor tortura del hambriento gobernador. Y, como todo pelmazo que se precie, ha de contar su vida. Y éste la cuenta, la que fue y... la que pudo ser y no fue.

Muy católicamente casado, con dos hijos estudiantes: el menor estudia para bachiller, el mayor para licenciado. Y si a su mujer, preñada del tercero, no la hubiera purgado y matado un mal médico, tendría un hijo estudiando para doctor, qué menos.

El gobernador, con sorna, saca en conclusión que si su mujer no hubiera muerto, su interlocutor no sería viudo. Asiente el labrador y Sancho expresa su aburrimiento.A dormir...

Dice, que su hijo, el bachiller, se enamoró de Clara, la Perlerina, hija de un labrador riquísimo. Y, como toda la dinastía de los Perlerines, afectada de perlesía o parálisis. Y nos pinta magistralmente a la perla, digo a la doncella: tuerta, picada de viruelas, con la boca grande, la nariz arremangada, desdentada, con labios de tres colores. Y la chica le parece guapa, que su hija ha de ser.¡Qué perla oriental es la Perlerina!

Sancho le anima a seguir con el retrato, menudo postre si hubiera comido. Y sigue: encogida, con las rodillas en la boca, no se puede levantar, si pudiera daría con la cabeza en el techo, con las manos agarrotadas y las uñas largas y acanaladas.
Ahora viene la pregunta clave “¿Qué es lo que queréis ahora?”

El labrador pide a su merced que le haga una merced de darle una carta de favor para su consuegro Perlerín, suplicándole que consienta en la boda , dado lo iguales que son en fortuna y  naturaleza. Porque si la Perlerina es monstruosa, el novio es un endemoniado, con la cara abrasada y los ojos hechos fuente…Pero, a pesar del diablo, es un ángel. Y… un bendito si no se golpeara a sí mismo, en la cara. Menudo cuadro y menudo matrimonio, Cervantes ha cargado las barrocas tintas.

La paciencia de Sancho se agota, pero todavía encuentra fuerzas para preguntar si quiere otra cosa.

El “buen hombre” dice que no se atreve, “pero vaya, que, en fin”, lo va a decir. Sólo pide unos trescientos o seiscientos ducados, para que su hijo ponga la casa, sin depender de sus suegros.




Sancho se reprime un poco más y le anima a pedir otra cosa, que no le dé vergüenza. Pida por esa boca.El labrador manifiesta no querer más y el gobernador se levanta, agarra la silla y explota. ¡Cómo explota!

Y amenaza al “patán, rústico y mal mirado”. Si no se va de su presencia, romperá la silla en su cabeza.Y no se queda corto con los insultos: hideputa bellaco, pintor del demonio, hediondo, socarrón y mentecato. ¿Pedirle seiscientos ducados? ¿Dónde los puede tener? ¿Por qué se los había de dar si los tuviera? ¿Qué le importan a él los Perlerines? Hace un día y medio que tiene el gobierno y este “desalmado” piensa que ya puede tener seiscientos ducados. ¡Le ha llamado corrupto!




El labrador se va cabizbajo y temeroso de que la silla acabe estrellada en su cabeza. ¡Qué bien hizo su papel! A ver si se estira el duque...

Dejamos al colérico Sancho y volvemos con don Quijote, convaleciente de sus gatescas heridas. Cide Hamete promete contarlo veraz y puntualmente.

Un abrazo de María Ángeles Merino


Copiado de "La arañita campeña", entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/04/hambriento-debil-irritado-y-aguantando.html

sábado, 8 de noviembre de 2014

La desesperación de las tripas de Sancho


"Mas lo que yo sé que ha de comer el señor gobernador ahora para conservar su salud y corroborarla, es un ciento de cañutillos de suplicaciones y unas tajadicas subtiles de carne de membrillo, que le asienten el estómago y le ayuden a la digestión."

Primera parte del comentario al capítulo 2,47 del Quijote, publicado en "La acequia" , en la entrada titulada "Sancho, gobernador de Barataria", correspondiente al día 15 de abril de 2010.


"Donde se prosigue cómo se portaba Sancho Panza en su gobierno"

Dejamos a don Quijote, en el lecho de dolor, recuperándose de heridas y arañazos. Cambiamos de escenario y ahora estamos con Sancho gobernador, que pasa del juzgado a un “suntuoso palacio”, en Barataria.

Lo conducen a una gran sala, donde va a comer. La mesa, “real y limpísima”, está dispuesta sólo para una persona. ¡Qué pequeñito se siente!

Suenan chirimías y, muy en su papel, recibe gravemente a los pajes que le dan agua a las manos. Sus jugos gástricos se preparan para una opípara comida. Su imaginación vuela hasta las “espumas” de las bodas de Camacho. Esto va bien, pero… ¿quién es ése de la varilla? ¿El que dirige a los músicos?

Levantan una “riquísima y blanca toalla”, lo que hoy llamamos servilleta. Asoman las frutas y diversos manjares. ¡Qué buen aspecto tienen! A ver si acaba el de la bendición, que los juicios rápidos dan un hambre…

¿Qué es esto que le ponen al cuello? ¡Un babero con encajes! Se siente como un niño de pecho, de esos de casa fina. Menos mal que llega el maestresala y le pone delante un plato de fruta fresca. ¡Qué refinados son los grandes señores! Fruta para comenzar la comida…

Apenas ha dado un mordisquito, cuando el de la varilla da unos toquecitos con ella, en el plato, el cual es inmediatamente retirado. Bueno, aquí viene otro manjar, listo para que dé buena cuenta de él. Pues no, visto y no visto, un paje lo alza, con tanta presteza, como el de la fruta.

Sancho les mira, cómo les mira. Y con sorna, pregunta si ha de comer haciendo juegos de prestidigitación.

El de la vara replica que se ha de seguir las costumbres insulares. Se presenta como médico y asalariado, al servicio de gobernadores, para cuidar su salud. Ha de tantear, bien tanteada, su complexión, para poder curarle, si cae enfermo. Para ello, lo más importante es impedirle comer los alimentos que este singular galeno “imagina”, sólo imagina, como dañinos.

¿Qué tiene de malo la fruta? Demasiado húmeda ¿Y el otro plato retirado? Demasiado caliente y especiado. Da sed y el que bebe mucho, gasta su “húmedo radical”, origen de la vida. Mucho cuidado tengan los varones con él, háganse cruces del disparate.
Por delante de un Sancho hambriento pasa todo lo que más le puede apetecer. ¡Qué bien sazonadas deben estar esas perdices asadas! No le harán daño alguno, se atreve a decir. El falso galeno ataca con su palabrería pseudohipocrática. De esas no comerá mientras viva, que el galeno cita, en latín y tergiversado, un aforismo que considera malísimo el hartazgo de perdices.

Sancho se muere de hambre y así lo manifiesta. Que diga “el señor doctor” qué manjares, de los de la mesa, le harán más provecho y menos daño. Por Dios, no los “apalee” más y denle de comer. No le nieguen la comida, que eso priva de la vida, no la aumenta…

El médico le da la razón pero sigue eliminando platos que se le ofrecen, tentadores, a la vista. Los conejos guisados no, por “peliagudos”. La ternera no, por ser asada y en adobo. De la olla podrida ha de abstenerse un primoroso y atildado gobernador. Canónigos, rectores, labradores en bodas…para gente tan vulgar está hecho ese plato “compuesto”; mucho más peligroso, a causa de sus muchos ingredientes. Aunque Cervantes no lo diga, suponemos que Sancho mira, con tristeza, la humeante olla podrida.

¡Por fin este espantajo le va a decir lo que sí puede comer! Algo muy sutil: un ciento de “cañutillos de suplicaciones”, unos barquillos , más unas tajaditas de membrillo que “le ayuden a la digestión” ¿Digestión? ¿De qué digestión habla este majadero? ¿La de los cañutillos? Que, por cierto, no aparecen por ninguna parte, tampoco las tajadicas .

Sancho no puede más, mira fijamente al médico y le pregunta su nombre y el lugar donde ha estudiado. Se presenta como doctor Pedro Recio de Agüero, natural de un lugar manchego llamado Tirteafuera y doctor por la universidad menor de Osuna, sin Facultad de Medicina, por cierto.

Sancho, al principio con parsimonia y luego amenazante, le insta a que se quite de en medio si no quiere que le mida los lomos con el garrote. Y, luego, lo probarán todos sus colegas de la ínsula, los que él entienda que son ignorantes, que su “saber natural “le hará distinguir a los ignaros de los sabios. ¡La magia de ser gobernador!

Insiste, que se vaya de aquí. Ahora amenaza con estrellarle una silla, en la cabeza. En su descargo, dirá que hizo un gran servicio a Dios y a la república: matar a un mal médico. ¡La de vidas que se pueden salvar! Y no quiere oficio que no dé de comer. Si no le dan de comer, ahí se quedan con su gobierno.

El doctor quiere “hacer tirteafuera” porque esto se pone feo. Pero, suena una corneta, viene un correo, debe ser importante. El sudoroso y jadeante mensajero pone, en manos de Sancho, un pliego que pasa a manos del mayordomo, espero que no sea el de siempre, para que lea el sobrescrito, el cual indica que se entregue en manos del gobernador, o de su secretario.

¿Secretario? Sancho pregunta quién es ése. Uno de los presentes se identifica como tal. Lo es porque sabe leer y escribir, pero no sólo eso. Además es vizcaíno. Y con esa añadidura, dice Sancho, puede serlo del emperador. Tal vez, aquí, desee Cervantes congraciarse con sus lectores vascongados. Recordemos que, el capítulo 1. 8, aparece un personaje que habla ininteligiblemente, “en mala lengua castellana y peor vizcaína”. Por aquellas bellas y verdes tierras también hay posibles lectores del famoso libro.

El “recién nacido secretario” lee y dice que es negocio para tratarlo a solas. Despejan la sala y lee la carta. El duque le comunica que unos enemigos suyos van a dar un asalto nocturno y furioso. Como no saben cuándo, hay que velar. También le informa de que, según sus espías hay cuatro personas disfrazadas para matarle, por envidia de su ingenio. Le aconseja que ande con cuidado y sobre todo…que no coma nada que le presenten. ¡Cómo crujen las sanchescas tripas al oír esto!

El duque termina su misiva, asegurándole el socorro si se ve en peligro. Y no le da más instrucciones, que “en todo haréis como se espera de vuestro entendimiento”. ¡Qué responsabilidad para los débiles hombros del inexperto gobernador”! La carta está firmada el 16 de agosto, a las cuatro de la mañana. Peligroso asunto ha de ser, si su señor vela a intempestivas horas. ¡Y firma como “vuestro amigo, el Duque”! No cabe duda, es su hombre de confianza. Atónito queda, no es para menos. Y los “circunstantes” más atónitos todavía. ¿Su amo amigo de un destripaterrones?




Sancho está decidido, hay que mandar al calabozo a Recio. Es el más sospechoso de quererlo matar...de hambre.

El maestresala, tal vez, haya recibido instrucciones, para impedir que la pobre víctima pruebe bocado. Y, en ese empeño, dice algo que suena muy raro, en esos tiempos de Inquisición. Le advierte que no debe comer de lo de la mesa, porque lo han preparado unas monjas” y detrás de la cruz está el diablo”.

No pude estar sin comer. En su desesperación, pide pan y unas uvas, nada menos que cuatro libras, el equivalente a 1814 gramos. Son muchas uvas, mas es lo que le pide su hipoglucémico organismo. Ingenuamente, piensa que, en esos sencillos alimentos, no puede venir veneno.

Se dirige al secretario para darle órdenes. Ha de comunicar a su señoría que Sancho acata fielmente sus órdenes. Para la duquesa, ay la duquesa, no se olvida de las cortesías, ahí va un besamanos. Y, a pesar del hambre, no se le borra la carta y el lío de ropa, que la señora prometió enviar a su Teresa. Tampoco se olvida de su señor don Quijote, a quien envía otro besamanos, porque vea que es “pan agradecido”. ¿Pan? ¡Dónde hay pan?

Que el vascongado añada lo que quiera, álcense los manteles y denle de comer, lo que sea. Con la tripa llena, lidiará con “espías y matadores, y encantadores”, lo que sea. Mas sin comer, no sabe si va a poder, siquiera, atender, a ese labrador negociante, y pelmazo, que le anuncia el paje.

(Continúa) 


Un abrazo de María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.

http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/04/la-desesperacion-de-las-tripas-de.html