sábado, 8 de noviembre de 2014

La desesperación de las tripas de Sancho


"Mas lo que yo sé que ha de comer el señor gobernador ahora para conservar su salud y corroborarla, es un ciento de cañutillos de suplicaciones y unas tajadicas subtiles de carne de membrillo, que le asienten el estómago y le ayuden a la digestión."

Primera parte del comentario al capítulo 2,47 del Quijote, publicado en "La acequia" , en la entrada titulada "Sancho, gobernador de Barataria", correspondiente al día 15 de abril de 2010.


"Donde se prosigue cómo se portaba Sancho Panza en su gobierno"

Dejamos a don Quijote, en el lecho de dolor, recuperándose de heridas y arañazos. Cambiamos de escenario y ahora estamos con Sancho gobernador, que pasa del juzgado a un “suntuoso palacio”, en Barataria.

Lo conducen a una gran sala, donde va a comer. La mesa, “real y limpísima”, está dispuesta sólo para una persona. ¡Qué pequeñito se siente!

Suenan chirimías y, muy en su papel, recibe gravemente a los pajes que le dan agua a las manos. Sus jugos gástricos se preparan para una opípara comida. Su imaginación vuela hasta las “espumas” de las bodas de Camacho. Esto va bien, pero… ¿quién es ése de la varilla? ¿El que dirige a los músicos?

Levantan una “riquísima y blanca toalla”, lo que hoy llamamos servilleta. Asoman las frutas y diversos manjares. ¡Qué buen aspecto tienen! A ver si acaba el de la bendición, que los juicios rápidos dan un hambre…

¿Qué es esto que le ponen al cuello? ¡Un babero con encajes! Se siente como un niño de pecho, de esos de casa fina. Menos mal que llega el maestresala y le pone delante un plato de fruta fresca. ¡Qué refinados son los grandes señores! Fruta para comenzar la comida…

Apenas ha dado un mordisquito, cuando el de la varilla da unos toquecitos con ella, en el plato, el cual es inmediatamente retirado. Bueno, aquí viene otro manjar, listo para que dé buena cuenta de él. Pues no, visto y no visto, un paje lo alza, con tanta presteza, como el de la fruta.

Sancho les mira, cómo les mira. Y con sorna, pregunta si ha de comer haciendo juegos de prestidigitación.

El de la vara replica que se ha de seguir las costumbres insulares. Se presenta como médico y asalariado, al servicio de gobernadores, para cuidar su salud. Ha de tantear, bien tanteada, su complexión, para poder curarle, si cae enfermo. Para ello, lo más importante es impedirle comer los alimentos que este singular galeno “imagina”, sólo imagina, como dañinos.

¿Qué tiene de malo la fruta? Demasiado húmeda ¿Y el otro plato retirado? Demasiado caliente y especiado. Da sed y el que bebe mucho, gasta su “húmedo radical”, origen de la vida. Mucho cuidado tengan los varones con él, háganse cruces del disparate.
Por delante de un Sancho hambriento pasa todo lo que más le puede apetecer. ¡Qué bien sazonadas deben estar esas perdices asadas! No le harán daño alguno, se atreve a decir. El falso galeno ataca con su palabrería pseudohipocrática. De esas no comerá mientras viva, que el galeno cita, en latín y tergiversado, un aforismo que considera malísimo el hartazgo de perdices.

Sancho se muere de hambre y así lo manifiesta. Que diga “el señor doctor” qué manjares, de los de la mesa, le harán más provecho y menos daño. Por Dios, no los “apalee” más y denle de comer. No le nieguen la comida, que eso priva de la vida, no la aumenta…

El médico le da la razón pero sigue eliminando platos que se le ofrecen, tentadores, a la vista. Los conejos guisados no, por “peliagudos”. La ternera no, por ser asada y en adobo. De la olla podrida ha de abstenerse un primoroso y atildado gobernador. Canónigos, rectores, labradores en bodas…para gente tan vulgar está hecho ese plato “compuesto”; mucho más peligroso, a causa de sus muchos ingredientes. Aunque Cervantes no lo diga, suponemos que Sancho mira, con tristeza, la humeante olla podrida.

¡Por fin este espantajo le va a decir lo que sí puede comer! Algo muy sutil: un ciento de “cañutillos de suplicaciones”, unos barquillos , más unas tajaditas de membrillo que “le ayuden a la digestión” ¿Digestión? ¿De qué digestión habla este majadero? ¿La de los cañutillos? Que, por cierto, no aparecen por ninguna parte, tampoco las tajadicas .

Sancho no puede más, mira fijamente al médico y le pregunta su nombre y el lugar donde ha estudiado. Se presenta como doctor Pedro Recio de Agüero, natural de un lugar manchego llamado Tirteafuera y doctor por la universidad menor de Osuna, sin Facultad de Medicina, por cierto.

Sancho, al principio con parsimonia y luego amenazante, le insta a que se quite de en medio si no quiere que le mida los lomos con el garrote. Y, luego, lo probarán todos sus colegas de la ínsula, los que él entienda que son ignorantes, que su “saber natural “le hará distinguir a los ignaros de los sabios. ¡La magia de ser gobernador!

Insiste, que se vaya de aquí. Ahora amenaza con estrellarle una silla, en la cabeza. En su descargo, dirá que hizo un gran servicio a Dios y a la república: matar a un mal médico. ¡La de vidas que se pueden salvar! Y no quiere oficio que no dé de comer. Si no le dan de comer, ahí se quedan con su gobierno.

El doctor quiere “hacer tirteafuera” porque esto se pone feo. Pero, suena una corneta, viene un correo, debe ser importante. El sudoroso y jadeante mensajero pone, en manos de Sancho, un pliego que pasa a manos del mayordomo, espero que no sea el de siempre, para que lea el sobrescrito, el cual indica que se entregue en manos del gobernador, o de su secretario.

¿Secretario? Sancho pregunta quién es ése. Uno de los presentes se identifica como tal. Lo es porque sabe leer y escribir, pero no sólo eso. Además es vizcaíno. Y con esa añadidura, dice Sancho, puede serlo del emperador. Tal vez, aquí, desee Cervantes congraciarse con sus lectores vascongados. Recordemos que, el capítulo 1. 8, aparece un personaje que habla ininteligiblemente, “en mala lengua castellana y peor vizcaína”. Por aquellas bellas y verdes tierras también hay posibles lectores del famoso libro.

El “recién nacido secretario” lee y dice que es negocio para tratarlo a solas. Despejan la sala y lee la carta. El duque le comunica que unos enemigos suyos van a dar un asalto nocturno y furioso. Como no saben cuándo, hay que velar. También le informa de que, según sus espías hay cuatro personas disfrazadas para matarle, por envidia de su ingenio. Le aconseja que ande con cuidado y sobre todo…que no coma nada que le presenten. ¡Cómo crujen las sanchescas tripas al oír esto!

El duque termina su misiva, asegurándole el socorro si se ve en peligro. Y no le da más instrucciones, que “en todo haréis como se espera de vuestro entendimiento”. ¡Qué responsabilidad para los débiles hombros del inexperto gobernador”! La carta está firmada el 16 de agosto, a las cuatro de la mañana. Peligroso asunto ha de ser, si su señor vela a intempestivas horas. ¡Y firma como “vuestro amigo, el Duque”! No cabe duda, es su hombre de confianza. Atónito queda, no es para menos. Y los “circunstantes” más atónitos todavía. ¿Su amo amigo de un destripaterrones?




Sancho está decidido, hay que mandar al calabozo a Recio. Es el más sospechoso de quererlo matar...de hambre.

El maestresala, tal vez, haya recibido instrucciones, para impedir que la pobre víctima pruebe bocado. Y, en ese empeño, dice algo que suena muy raro, en esos tiempos de Inquisición. Le advierte que no debe comer de lo de la mesa, porque lo han preparado unas monjas” y detrás de la cruz está el diablo”.

No pude estar sin comer. En su desesperación, pide pan y unas uvas, nada menos que cuatro libras, el equivalente a 1814 gramos. Son muchas uvas, mas es lo que le pide su hipoglucémico organismo. Ingenuamente, piensa que, en esos sencillos alimentos, no puede venir veneno.

Se dirige al secretario para darle órdenes. Ha de comunicar a su señoría que Sancho acata fielmente sus órdenes. Para la duquesa, ay la duquesa, no se olvida de las cortesías, ahí va un besamanos. Y, a pesar del hambre, no se le borra la carta y el lío de ropa, que la señora prometió enviar a su Teresa. Tampoco se olvida de su señor don Quijote, a quien envía otro besamanos, porque vea que es “pan agradecido”. ¿Pan? ¡Dónde hay pan?

Que el vascongado añada lo que quiera, álcense los manteles y denle de comer, lo que sea. Con la tripa llena, lidiará con “espías y matadores, y encantadores”, lo que sea. Mas sin comer, no sabe si va a poder, siquiera, atender, a ese labrador negociante, y pelmazo, que le anuncia el paje.

(Continúa) 


Un abrazo de María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.

http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/04/la-desesperacion-de-las-tripas-de.html

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