sábado, 28 de febrero de 2015

El verde prado, la fresca fuente, don Quijote chantajea pero Sancho sortea.



 
Primera parte del comentario al capítulo 2, 59 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Primeras noticias del falso Quijote", correspondiente al día 22 de julio de 2010.

Donde se cuenta del extraordinario suceso, que se puede tener por aventura, que le sucedió a don Quijote.

Una “fuente clara y limpia” les socorre del polvo, del cansancio y del susto, mucho susto…El agua refresca y hace cobrar el aliento ¡Aquellos toros descomedidos!

En una “fresca arboleda “se sientan caballero y escudero, mientras el rocín y el rucio pacen a sus anchas. Sancho extrae, de las alforjas, un tesoro de pan y queso; mas don Quijote, pesaroso, no come y Sancho, comedido, espera a su señor, hasta que el escudero, impaciente, se olvida de la cortesía y comienza a engullir pan y queso.

Don Quijote, sarcástico, le dice que coma, viva y... le deje morir a manos de sus pesarosos pensamientos. Si él nació “para vivir muriendo”, se ve que Sancho lo hizo “para morir comiendo”. Ahora que sus historias son impresas , respetándole los príncipes, solicitándole las doncellas…ahora que espera palmas, se ve pisado por inmundos animales. Considerando esto, no puede comer y se dejará morir de hambre, la peor muerte.

Creo que , en realidad, a don Quijote no le duelen tanto las coces y su breve huelga de hambre es una redecilla que va a tender al pajarillo Sancho. El chantaje emocional es una trampa que Sancho va a saber sortear.

Él mastica y desaprueba la actitud de su señor. Le aconseja bien: hay que tirar de la vida y la desesperación es gran locura. Coma un poco, échese un sueñecito sobre la hierba y volarán las pesadumbres.

Estas “filosofías” convencen a don Quijote que , seguramente, empieza a tener algo de hambre. Ahora es el momento de proponérselo. Él dormirá, y mientras tanto, puede Sancho apartarse, echar al aire sus “valientes posaderas” y azotarse un poquillo, con las riendas de Rocinante. Sólo unos trescientos o cuatrocientos azotitos de nada, y comenzará la cuenta atrás para desencantar a Dulcinea.

Sancho sabe parar a su amo. Tranquilo, mi amo, por ahora los dos echamos un sueñecito y Dios dirá. Tenga paciencia la encantada tobosina y verá a Sancho como una criba, cumpliendo lo prometido; que azotarse es “cosa recia” y precisa su preparación.

Don Quijote se lo agradece, come algo y a dormir los dos. El rucio y el rocín, compañeros inseparables, quedan libres para darse un atracón de jugosa hierba.
Y el verde colchón se pega a sus magullados cuerpos más de la cuenta y han de apresurarse para recorrer esa legua que los separa de una venta; que así la llama don Quijote esta vez , abandonando su antigua costumbre de llamar castillos a las ventas.
(Sigue)

Un abrazo para Pedro Ojeda y para todos los que pasáis por aquí. Sigo con el capítulo.


María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/07/el-verde-prado-la-fresca-fuente-don.html

Que trata de la Libertad, santos a caballo, agüeros, la ceguezuela Altisidora, una Arcadia fingida y un tropel de toros . Menudo menudeo (2)

Ana Queral pinta al Quijote.

Segunda parte del comentario al capítulo 2, 58 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "La libertad y sus consecuencias, con subrayado pastoril y toros", correspondiente al día 16 de julio de 2010.

Dice bien Sancho, pero ahora don Quijote quiere matizar aquello que dijo de tener por buen agüero el ver tal muestrario de imágenes. Eso que el vulgo llama agüeros no se funda “sobre natural razón”, son felices acontecimientos y nada más. Y eso ha querido decir nuestro caballero, que un cristiano y discreto caballero andante no cree en tales supercherías, no es un agorero “mendoza” que se acongoja si derrama la sal. A los malos agüeros se les da la vuelta, se les ve como buenos y asunto terminado…

Sancho asiente y vuelve con Santiago Matamoros, quiere que le aclare por qué es costumbre española entrar en la batalla al grito de « ¡Santiago, y cierra, España!» Se pregunta si está España abierta y hay que cerrarla. Don Quijote le tilda de simplicísimo y le explica que Dios nos dio al de la cruz colorada por patrón, qué cruz. Por eso, se le pide amparo cuando atacan los agarenos. Y se presenta en persona, que hay quienes le ha visto faenando en algunas gloriosas batallas “derribando, atropellando, destruyendo y matando” al islámico enemigo. ¡Un santo; oiga!

Como no se entera de lo que cierra Santiago, Sancho cambia de tema. Ahora se muestra “maravillado” de la desvergüenza de aquella Altisidora, tan ceguezuela como el rapaz que la traspasó con sus flechas, ése que llaman Amor. Don Quijote le advierte que el primer efecto del amor es quitar la vergüenza y, despojada de ella, declaró Altisidora esos deseos que confundieron al viejo hidalgo.

El escudero, que a estas alturas se toma todas las confianzas, tacha a su amo de cruel, desagradecido y de corazón duro. Y no se explica qué vio Altisidora para enamorarse de esa manera. Que si, en don Quijote, se ven “más cosas para espantar que para enamorar”…no sabe “de qué se enamoró la pobre”. Vamos, que le llama feo con toda la desvergüenza. Pero el aludido le advierte, con toda paciencia, que hay dos hermosuras: la del alma y la del cuerpo. La del alma se muestra en las buenas cualidades morales que también caben en un hombre feo. Su amo sabe que no es guapo; pero no es ningún monstruo y eso es suficiente si va unido a las dotes del alma.

Razonando y platicando, se apartan del camino y entran en un bosque. De pronto, el caballero andante se enreda en unas redes de hilo verde, tendidas de unos árboles. Lo interpreta en clave caballeresca: está ante una nueva aventura, obra de los encantadores que le han enredado, para que no siga su camino. Se vengan por haber sido riguroso con Altisidora. Pues que se enteren, si en vez de hilo fueran de diamante las rompería igualmente.

Caballero y escudero se abren paso entre las redes y ven salir, entre árboles, a dos hermosísimas y jovencísimas pastorcillas, vestidas con sayas y pellicos; mas tan ricas son las telas que niegan su pastoril condición. Sus cabellos, tan rubios que con el sol pueden competir, libres vuelan libres por sus espaldas, pero se coronan con delicadas guirnaldas de laurel y amaranto.

Hermosa vista que admira a Sancho, suspende a don Quijote, detiene al sol e impone el silencio…hasta que habla una de las zagalas, para pedirle que no rompa las redes, tendidas para pasatiempo y no para hacer daño. También desea decirles quiénes son. Son hidalgos y gente principal de una aldea cercana que se entretienen representando una nueva Arcadia, pastorilmente vestidos. Traen aprendida una égloga de Garcilaso y otra de Camoens. Gente que lee…

Tienen plantadas sus tiendas de campaña, al lado de un arroyo, junto a un prado ameno. Como les faltaba el detalle de los pajarillos, tendieron unas redes. Don Quijote, si gusta de ello, puede ser agasajado como huésped de este grupo tan bucólico.

Nuestro caballero está encantado con el juego literario, aunque lo suyo sea de otro género. Manifiesta haberse quedado atónito con la belleza de la primera zagala y alaba el asunto de sus entretenimientos. Ofrece sus servicios como bienhechor de todos y, en especial, de la gente principal. Y se presenta como don Quijote de la Mancha…

La otra bella pastorcilla ha leído el libro y comunica alegremente a su amiga, la ventura que supone tener delante a este señor. El más valiente, el más enamorado y el más comedido del mundo. Y ahí está su escudero Sancho Panza, el más gracioso.

Su compañera cae en la cuenta de que conoce de “oídas” al caballero. Y sobre todo ha llegado a sus oídos su fama de “leal enamorado” de la hermosa Dulcinea del Toboso. Hay que suplicarle que se quede, para disfrute de sus padres y hermanos…

Muy galantemente deja compartir “la palma de la hermosura” con su Dulcinea, pero don Quijote no puede detenerse, ha de atender las obligaciones de su profesión.

Ahora llega el hermano de una de ellas, vestido también de pastor engalanado. También ha leído la quijotesca historia y le pide que vaya con él a sus tiendas. Le convence con masculina persuasión.

Se llenan las redes de incautos pajarillos y se juntan más de treinta personas vestidos a la moda pastoril. Reciben no poco contento al saber que tenían delante, en carne y hueso, a los personajes de aquella conocida historia.

En las tiendas, las mesas ofrecen una buena comida. Don Quijote come con ellos y todos le miran y admiran. Alzan los manteles y alza el hidalgo su voz, para dar un reposado discurso, dando unas cuantas vueltas al agradecimiento. El desagradecimiento es un pecado del que ha procurado huir. Y en agradecimiento a las mercedes recibidas, proclamará que las señoras zagalas son las más hermosas y corteses del mundo, exceptuando sólo a Dulcinea. Y lo hará durante dos días, en el real camino.

Sancho, entusiasmado, pregunta si puede haber quien diga que su señor está loco, diciendo lo que dice. Y a don Quijote le molesta muchísimo la salida de su escudero. Con el rostro encendido le reprende agriamente, llamándole tonto, bellaco, malicioso…Le manda callar y ensillar a Rocinante. Con gran furia, se levanta de la silla, dejando a los presentes en la duda, si es loco o cuerdo.

Puesto sobre Rocinante, con su escudo y su lanza, se coloca en medio de un real camino, cercano a la Arcadia. Le sigue Sancho con su rucio y toda la gente del “pastoral rebaño”, deseosos de ver en qué para su extravagante ofrecimiento.

¡Y hiere el aire con sus palabras! Se dirige a todos los que pasan por el camino, proclamando que don Quijote de la Mancha está allí puesto para defender la superior hermosura de “las ninfas habitadoras de estos prados y bosques” sobre todas…dejando a un lado a su señora Dulcinea. Y si alguien es de parecer contrario, allí lo espera.
Ana Queral pinta al Quijote


Dos veces lo repite y nadie aparece…Pero, poco después, aparecen muchos hombres a caballo, con lanzas y mucha prisa. Los “pastores” los ven y se apartan. Sólo don Quijote se está quedo, con Sancho escudado en las ancas del rocín.

Uno de los lanceros, a grandes voces, le dice que se aparte, porque unos toros le harán pedazos. No hay toros que valgan para don Quijote, el cual insiste en que los lanceros confiesen lo que él ha publicado.

Un tropel de toros bravos, con mansos y cabestros, pasan sobre don Quijote, Sancho, Rocinante y el rucio. También los vaqueros y otros que llevan los toros a encerrar. Sancho molido y espantado don Quijote. El rucio y Rocinante también llevan su parte.

Cuando consigue levantarse, don Quijote corre tras la vacada y vocea a la “canalla malandrina”, pero los corredores no hacen ni caso a sus amenazas. Cansado y enojado, espera a que lleguen Sancho, Rocinante y el rucio. Suben amo y mozo y siguen su camino, sin despedirse de la Arcadia fingida.

Un abrazo de María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/07/que-trata-de-la-libertad-santos-caballo.HTML

domingo, 15 de febrero de 2015

Que trata de la Libertad, santos a caballo, agüeros, la ceguezuela Altisidora,una Arcadia fingida y un tropel de toros . Menudo menudeo (1)




Primera parte del comentario al capítulo 2, 58 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "La libertad y sus consecuencias, con subrayado pastoril y toros", correspondiente al día 16 de julio de 2010.

  Que trata de cómo menudearon sobre don Quijote aventuras tantas, que no se daban vagar unas a otras.

Si atendemos al título, son muchas y seguidas aventuras las que nos esperan. Mas lo que nos encontramos son algunos razonamientos entre Don Quijote y Sancho: que si la libertad, que si qué habrá visto Altisidora en vuestra merced, que si los agüeros…Y varios encuentros: con unos que transportan imágenes de santos, otros que juegan a pastorcillos de la Arcadia y un tropel de toros bravos, como broche final, lo único con trazas de aventura.

Empezamos la lectura del LVIII. ¡Uf! ¡Qué alivio! Ahora sí que está en su elemento, ahora sí renueva el espíritu de la caballería. Ya está don Quijote en el campo, con su fiel Sancho, libre de los requiebros de Altisidora y de las burlas de los duques. No nos extraña que, al dejar atrás el castillo, sus primeros “razonamientos”, con su escudero, hablen de libertad, “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”. Tesoro inigualable por el que se puede y se debe poner en riesgo la propia vida. Por el lado contrario está el cautiverio, el mayor mal.




Don Quijote le razona como se sintió en la estrechez, en medio de la abundancia. Porque a los banquetes, ofrecidos por los duques, les faltaba el sabroso ingrediente de la libertad, la de gozar de algo propio. Las “mercedes recibidas” son ataduras que no dejan al ánimo a sus anchas. Cervantes, harto de agradecimientos, pone en boca de su personaje ese anhelo de no tener que agradecer nada a nadie, al vejo estilo del “Beatus ille”.

Pero Sancho aprovecha para informarle de los doscientos escudos de oro que le dio el mayordomo, algo que “no es bien que se quede sin agradecimiento”. Bolsilla sobre el corazón, que calma su ansiedad, ante la posibilidad de caer en ventas donde les apaleen.

Tras los “razonamientos”, ven a una docena de labriegos comiendo en la yerba, con unas capas a guisa de mantel. Junto a sí, unas sábanas blancas que cubren unos bultos.

Don Quijote, picado de la curiosidad, tras saludarlos cortésmente, les pregunta por lo que cubren los lienzos. Uno de ellos le responde que son unas imágenes para un retablo y que las llevan, cuidadosamente, hasta su aldea.

Al caballero andante le gustaría verlas, deben ser buenas si con tanto mimo se transportan . El hombre que le habla no tiene duda de su bondad, dado su precio de más de cincuenta ducados cada una. Se levanta y quita la cubierta a la primera imagen de la caballería celestial que va a componer el modesto aldeano retablo.

 

"San Jorge", Ana Queral pinta al Quijote.

 Es un San Jorge, bien doradito, tal y como solía pintarse, hincando la lanza al fiero monstruo enroscadito a sus pies. Don Quijote lo identifica como caballero andante de la milicia divina y defensor de doncellas.

 
San Martín (Ana Queral pinta al Quijote)

Pide que le enseñen más imágenes y le sigue la del caritativo San Martín, dando media capa a un pobre. Toda entera se la diera, según don Quijote, si fuera verano. A lo que Sancho contesta con un atinado refrán, tanto que su amo se ríe y no se enfada: “para dar y tener, seso es menester”.


San Diego (Ana Queral pinta al Quijote)

A continuación destapan a un
Santiago Matamoros, don San Diego, en su cotidiana faena de cortar cabezas y pisotear moros con las patitas del caballo. “Uno de los más valientes y santos caballeros” del mundo y del cielo, dice don Quijote.
San Pablo (Ana Queral pinta al Quijote)

La milicia celestial se completa con San Pablo, en plena conversión, cayéndose del caballo. Tal parece que Cristo le habla y Pablo responde. El mayor enemigo y el mayor defensor de la Iglesia, caballero andante, santo, trabajador y enseñante; todo eso dice don Quijote que fue y los portadores deben estar preguntándose de dónde ha salido éste que sabe tanto.

No hay más imágenes, las manda cubrir y va a expresar su satisfacción por haber visto a estos caballeros que, al igual que él, profesan el ejercicio de las armas. Por buen agüero lo tiene, aunque él pelee a lo humano y los santos hicieran uso de su fuerza para ganar el cielo, a lo divino. Don Quijote quisiera saber lo que ha de conquistar con sus trabajos, se siente sin rumbo. Si su Dulcinea “saliese de lo que padece” podría encaminar sus pasos. Sancho sabe de qué van los tiros y… amén; pero los del retablo no entienden las razones de tan extravagante personaje. Cargan con sus santos de madera y se despiden.

Sancho queda admirado de la sabiduría hagiográfica de su señor y dirigiéndose a él como “señor nuestramo”, fórmula campesina de mucho respeto o cariño, manifiesta su satisfacción por esta aventura tan dulce, sin palos ni peleas.

Y nos preguntamos ¿por qué Cervantes incluye este encuentro tan pacífico? Tal vez, para dar un repaso irónico, propio de un erasmista, al gusto exagerado por las imágenes que trae la Contrarreforma Católica. Las iglesias se llenan de recargadísimos retablos, con especial predilección por los caballeros andantes del santoral, porque “el cielo padece fuerza”. No se salvan ni las iglesitas de las aldeas, unos pocos ducados y no van a ser menos que los del pueblo de al lado. Si los protestantes quitan los santos de los templos, los católicos no han de dejar un hueco sin cubrir.
(Sigue)


Un abrazo de:

María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/07/menudeo-libertad-santos-caballo-agueros.html

sábado, 7 de febrero de 2015

Don Quijote no desea estar entre algodones. A Sancho, tal vez, no le importara...



Coloco aquí a un don Quijote y a un Sancho, pequeñitos y de barro. Los dejo descansar sobre una nube de algodón que se posa en dicho capítulo. El caballero andante no desea estar entre algodones. Al escudero, tal vez, no le importara ... En realidad, los duques no les han dado precisamente una vida ociosa ni regalada. ¡No les han dejado en paz un momento!

Comentario al capítulo 2.57 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Salida de don Quijote y Sancho de la casa de los Duques", correspondiente al día 8 de julio de 2010.

Que trata de cómo don Quijote se despidió del duque y de lo que le sucedió con la discreta y desenvuelta Altisidora, doncella de la duquesa.

Don Quijote, guiado por sus lecturas, sabe que un caballero andante huye de la ociosidad. El mundo necesita de sus servicios y ha de abandonar esta vida, entre algodones, que lleva en el castillo. Para ello, ha de pedir licencia ,a los duques, para partir; y ellos se la dan, con muestras de pesar. Se acabó la diversión, vaya por Dios.

Sancho Panza recibe aquellas cartas que escribió su Teresa. Y llora con ellas. Se lamenta por aquellas grandes esperanzas engendradas en el pecho de su buena mujer. Pero está contento, su Teresa no olvidó remitir las bellotas para la duquesa. Y nadie puede hablar de cohecho bellotero porque cuando se las envío, ya era Sancho gobernador. Y, de todas maneras, se justifica, es razonable mostrarse agradecido siempre que se recibe algo. E insiste, machaconamente, en que desnudo nació y desnudo está, ni ha perdido ni ha ganado.

Don Quijote se presenta armado en la plaza del castillo, dispuesto para partir. Desde los corredores mil ojos le siguen, incluidos los de los duques.

Sancho no cabe en sí de gozo. Alforjas, maleta, repuesto y…doscientos escudos de oro que le dio el mayordomo, para el camino. Su amo aún no sabe nada del bolsico recibido.

Entre dueñas y doncellas curiosas, se alza una voz quejumbrosa. Es Altisidora, deseosa de complacer a los duques con una prórroga de la burla, una romancera despedida despechada que no está en el guión.

El mal caballero, falso y monstruo horrendo, ha de escuchar las recriminaciones que le hace la poetastra, jugando paródicamente con Virgilio, con Ovidio o con Lope de Vega que pilla mucho más cerca. 



Su contenido no tiene desperdicio burlesco. Don Quijote es el “fugitivo Eneas” y el pobre Rocinante es “una mal regida bestia”. La que canta, aparte de “corderilla”, es “la más hermosa doncella” en los montes de Diana y en las selvas de Venus. No tiene abuela esta muchacha. Luego dirá que sus piernas se igualan al mármol del mejor , blancas o negras, qué más da.

Ya están los oyentes a punto de reventar de risa cuando Altisidora acusa de ladrón al impío. Se lleva sus “entrañas” entre las garras, cual un ave de rapiña. Y no contento con eso, roba sus tres gorras de dormir y ¡una liga! Comprometedora está esta Altisidora.

Sigue con las maldiciones. Que Dulcinea no salga de su encanto por las duras entrañas, y tiernas posaderas, de Sancho. Que todo le salga al revés, que le tengan por falso en todas partes, que pierda jugando a las cartas, que sangre si le cortan los callos y le dejen la raíz si le sacan una muela. De Dulcinea a los raigones, se ha despachado a gusto la del “harpa”. Desde el mundo ideal que sueña don Quijote hasta las curas chapuceras de algún barbero cirujano…Barroco contraste.

Mientras Altisidora se queja así, don Quijote la mira en silencio. Se vuelve,muy, muy nervioso, hacia Sancho y le pregunta, por sus muertos, si tiene las prendas de la “enamorada doncella”. El escudero reconoce tener los tres tocadores; pero lo de las ligas está tan lejos de la verdad como los cerros de Úbeda.

La duquesa queda admirada del desparpajo de Altisidora. La tenía por atrevidilla pero no tanto. Además del contenido de la cancioncilla, ya es una osadía no advertirla , de esta prolongación de la burla.

El duque aguanta la risa para reforzar la farsa , con unas severas palabras hacia el atrevido caballero, que ha osado llevarse, por lo menos, tres tocadores; circunstancia que no se corresponde con su fama.

Y si no devuelve las ligas, el duque le desafía “a mortal batalla”, sin temer a “malandrines encantadores” que le cambian la cara, como han hecho con Tosilos. Los presentes no pueden más, van a estallar las carcajadas como esto se prolongue.

Don Quijote responde que no, por Dios. Dios no lo querrá. ¿Cómo va a desenvainar su espada contra su ilustrísima, de quien tanto ha recibido? Devolverá los tocadores. Ni caballero ni escudero tienen las dichosas ligas. Que busque y rebusque Altisidora en sus íntimos cajones y aparecerán. Seguro.


Al viejo hidalgo le duele especialmente lo de ladrón, acusación tan grave, algo tan lejos de su condición antes, ahora y en el futuro, con la ayuda de Diosa. Palabras de enamorada, qué culpa tiene él. Y suplica a Su Excelencia le tenga en su prístina buena opinión y le dé licencia para seguir su camino.

Contesta la duquesa y le expresa el deseo de que Dios se lo dé inmejorable y las buenas nuevas lleguen a sus ávidos oídos. No se resignan, no, a perder de vista su pasatiempo favorito. ¡Qué bien lo han pasado viviendo con un caballero andante! Mejor que con los libros, sí. Pero que ande ya con Dios, que va abrasando con su fuego a las enamoradizas doncellas. En cuanto a la suya, la castigará para que no se desmande…

La que presuntamente va a ser castigada, cierra el capítulo pidiendo perdón por lo de las ligas. Ahora se da cuenta, la muy descuidada, que las lleva puestas. La muy graciosa se acuerda ahora de un cuentecito, el de aquel que buscaba el burro y sobre él iba montado.

Sancho expresa su satisfacción. Si hubiera querido ser ladrón, qué mejor ocasión que la de su gobierno.

Don Quijote hace mil reverencias a los duques y a todos. Sale del castillo con Sancho, en dirección a Zaragoza. ¿Los veremos allí?

Un abrazo de María Ángeles Merino para todos.


Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/07/don-quijote-no-desea-estar-entre.html

domingo, 1 de febrero de 2015

Tosilos y sus flechas del amor.


Cupido y sus flechas.

Comentario al capítulo 2.56 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Amor a primera vista"correspondiente al día 1 de julio de 2010. 

De la descomunal y nunca vista batalla que pasó entre don Quijote de la Mancha y el lacayo Tosilos, en la defensa de la hija de la dueña doña Rodríguez

Estos duques son insaciables, no se cansan de tanta burla. Aquel día apareció el fiel mayordomo a contarles, con pelos y señales, todo las palabras y acciones del pobre Sancho, en Barataria. Con qué gusto escuchan lo del asalto a la ínsula y el miedo de Sancho, bien adobado y encarecido por este… ¿Cómo llamaban, en el XVII, a pelotas y lameculos? Por cierto, no se te ocurra aparecer por aquí, mayordomo…

Llega el día de la batalla. El duque está muy puesto en esto, es la única “ciencia” que conoce un señor feudal. Advierte a Tosilos como ha de avenirse para vencerle, sin matarle ni herirle. ¡Menos mal! Las lanzas irán sin hierros, el Santo Concilio no permite batallas con peligro de la vida, así se le ha de advertir al andante caballero. Se le da campo franco, eso sí.

Don Quijote, sumiso, manifiesta su total conformidad con lo que mande su excelencia.

Llega el día, jueces y dueñas demandantes se instalan en un cadahalso, qué palabra tan siniestra . Acude mucha gente deseosa de asistir a espectáculos novedosos, si hay sangre mejor. Nadie había visto algo semejante a la batalla entre Tosilos y don Quijote, ni había memoria de ello.

Entra el maestro de ceremonias, revisa el campo por si hay algún engaño o cosa en que tropezar. Entran, tapadas hasta los ojos, dueña y dueñita, mostrando gran pesar.

Don Quijote espera en la estacada. Tutú, tutú, suenan las trompetas y asoma Tosilos, sobre un caballote frisón de patas lanudas, más apto para el arado que para un torneo. La visera lleva calada y las armas relucientes.

Vaya, mi ordenador ya está haciendo tonterías, espero que no sea el mayordomo rastrero. A ver, no...¿Quién eres?


Me presento: me llamo Tosilos y soy lacayo de mi señor, el duque. Acabo de despistar a ese mayordomo que vuestra merced acaba de citar. Le he dicho que su excelencia preguntaba por él y ha salido a toda priesa.

Bien me ha informado mi amo. Soy un "valeroso combatiente", tanto que he de huir al primer encuentro porque en ninguna manera he de matar a don Quijote.

Llego donde está la Rodríguez y echo un vistazo a esa que me pide por esposo. Una mocosa tan melindrosa como su gruñona madre. Esto...¿qué veo? Se le cae el manto. ¡Cómo ha empollinado la creatura! ¡Ay, que me mata con esa mirada! ¡Qué boquita de fresa! ¡Ay, la blancura de su tez!


El maese de campo , ante mi presencia y la de caballero andante , pregunta a la madre y a la hija si consienten que el de la Mancha vuelva por su derecho. Ellas dicen que sí, que dan todo por válido.

Los duques están acompañados por una ruidosa multitud, la cual espera la victoria de uno de los dos combatientes. Si venzo quedo libre del casorio, si vence don Quijote me he de casar con la mochacha, lo cual ahora que la he visto bien vista…

El de las ceremonias nos parte el sol y nos coloca, a cada uno, en nuestro puesto. Retumban tambores y trompetas, la tierra tiembla a nuestros pies , los corazones en suspenso…Don Quijote encomendándose a Dios y a esa Dulcinea del Toboso que siempre tiene en la boca, espera la señal para atacar.

Nada de arremetidas, en lo que pienso es en mi enemiga, la más hermosa del mundo entero. El niño cegato, ése que llaman Amor, o Cupido, ha debido espetar mi corazón, con una de sus lanzas. ¿Es locura o es amor?

No suena la trompeta o es que yo no la oigo ; pero Don Quijote arremete y, corriendo todo lo que le permite su caballejo, parte contra mí. Su escudero Sancho dice no sé que de natas y de flores y le desea la victoria. Yo no me muevo, aunque viene a por mí.

Llamo a voces al maese de campo y le pregunto si la batalla es porque yo me case o no me case con la señora, allí presente. Me lo confirma y declaro, ante el asombro de todos, que no puedo seguir con la batalla porque yo… ¡yo me quiero casar con ella!

Admirado y mudo queda el maese, buen sabidor de todas las ducales maquinaciones. Don Quijote se para en seco, al ver que no le ataco. El duque no entiende, el maese le cuenta y su mirada mata, cual si fuera un basilisco.

Pero yo, ni caso. Me acerco a doña Rodríguez y declaro, a voces, que quiero casarme con su hija, sin “pleitos ni contiendas”.

Al “valeroso” don Quijote le parece de perlas que nos casemos, así todo queda arreglado. Por ahí viene el duque, la que me va a caer va a ser suave.

Se dirige a mí como “caballero” y quiere que le confirme si, dándome por vencido y azuzado por mi conciencia, me quiero casar con la doncella. Respondo afirmativamente y el escudero me dice que hago bien con un refrán que no entiendo.

Me va faltando el aire y pido que me ayuden a desenlazarme la celada. Me la quitan apriesa y todos ven mi rostro de pobre lacayo. Doña Rodríguez y su hija montan en cólera. Dan grandes voces proclamando el engaño, han puesto a Tosilos en lugar del verdadero esposo. Sí, a ése que le echen unos galgos…

Piden justicia por la malicia o bellaquería: mas don Quijote les dice que ni lo uno ni lo otro, ni el duque tiene nada que ver. ¡Han sido no sé qué encantadores que desean quitarle la gloria de vencer! Ellos han trocado el rostro de aquel que dio palabra de casamiento y han puesto la mía. Se le ha debido secar el celebro a este loco.

A pesar de los encantadores, el loco le aconseja que se case conmigo, que sin duda soy yo con quien desea casarse esta mochacha. ¡En esto el loco habla con sensatez!

Mi señor, a punto de reventar de risa, disimula y dice que, para casarnos, habrá que esperar quince días. ¡Ay, que me tendrán encerrado ese tiempo, por ver si vuelvo a mi estado original! Se les pasará el rencor, en ese plazo, a los encantadores.

Sancho no está de acuerdo, que esos malandrines tienen costumbre de mudar las cosas. Que a un caballero con espejos lo cambiaron por un bachiller de su pueblo. Y que su señora Dulcinea del Toboso es ahora una rústica labradora. Y, que así, me quedaré en lacayo toda la vida. En eso, no anda desacertado, no.

Por fin habla la hija de Rodríguez, qué voz tan dulce la suya. Y proclama que, sea quien sea yo, me lo agradece y más desea ser la mujer de un lacayo que no la burlada de un caballero que no lo es. ¡Así se habla!

En resolución, me encierran hasta ver en qué me transformo. ¡Qué gracioso el duque! Aclaman a don Quijote y muchos quedan decepcionados porque no nos hemos despedazado.

Mi futura esposa y mi futura suegra quedan contentísimas. Por una vía u otra, hay boda. Y yo en este lóbrego calabozo. Paciencia, Tosilos, paciencia.

Un abrazo de María Ángeles Merino


Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/07/tosilos-y-sus-flechas-del-amor.html