jueves, 25 de septiembre de 2014

"Si vuestra señoría fuese servido de darme una tantica parte del cielo...la tomaría de mejor gana que la mayor ínsula del mundo."


Comentario al capítulo 2.42  del Quijote. Publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Consejos para un buen gobierno", correspondiente al día 25 de marzo de 2010.

De los consejos que dio don Quijote a Sancho Panza antes que fuese a gobernar la ínsula, con otras cosas bien consideradas-


La Dolorida desaparece y el mayordomo polifacético ya no quiere aparecer por la pantalla de mi ordenador. Recupero mi voz para contaros este capítulo 42,en el que somos testigos de dos conversaciones.

Las dos giran en torno a Sancho Panza, como futuro gobernador de una ínsula; aleccionado por el duque, en primer lugar, y por don Quijote, después.

El suceso de la Trifaldi, ha salido mejor de lo que esperaban, todo un éxito. Los duques, contentos, deciden seguir las burlas. La fe de Sancho en el asunto de la ínsula es un filón abierto, para sus diversiones.

Criados y vasallos reciben órdenes e instrucciones, el estilo y las trazas han de seguir las pautas de los libros de caballerías.El que dirige esto, el de siempre. No,señor mayordomo, no venga su merced por aquí.

Al día siguiente, el duque se presenta ante Sancho y le dice que ha de vestirse como gobernador, que ya sus insulanos le esperan, como agua en mayo.

¿Se queda mudo? ¿Balbucea? ¿Besa las manos del que le otorga la merced? No, no hace nada de eso.

La emoción no le impide seguir fantaseando y expresar lo diminutos y de poco valor que le parecieron la tierra y sus habitantes, vistos desde allá arriba. Grandeza del cielo, bajeza del suelo. Ecos de Cicerón o, tal vez, de Fray Luis de León. Hay que ver lo buen maestro que ha sido Don Quijote para Sancho. Y qué buen alumno este “destripaterrones” que es capaz de dirigir a su benefactor esta pregunta retórica: “¿qué grandeza es mandar en un grano de mostaza, o qué dignidad o imperio el gobernar a media docena de hombres tamaños como avellanas…?”

¿Qué dice este majadero? ¿Que prefiere “un tantica parte del cielo” a la mayor ínsula? ¿A dónde quiere ir a parar? ¿Se está burlando de su excelencia? ¿Está mohíno a causa de aquellas pullas? Recordemos, si encontró algún “cabrón”, entre las siete estrellas, llamadas “cabrillas”…

El duque coge aire y, con el tratamiento de “vos”, ése que molesta tanto a las dueñas, cuando sus señoras se lo aplican; le contesta que él no puede conceder trozos de cielo, ni siquiera del tamaño de una uña. Eso sólo Dios puede darlo.

Una ínsula “hecha y derecha, redonda y bien proporcionada, y sobremanera fértil y abundosa”, eso sí.

Y si maneja bien las riquezas terrenas, podrá ganar las del cielo. Impía conclusión la del duque.  ¿Qué diría el de Rotterdam?

Sancho se anima y “venga esa ínsula”: será gobernador, manejará riquezas y, al final de todo, irá al cielo derechito. Tres pájaros de un tiro. Y mejor que la codicia, mejor que el ascenso social... , probar a qué sabe el poder, algo sabrosísimo, al parecer.

El duque, le dice que si prueba ese dulcísimo sabor, se comerá las manos, tras él. Y lo mismo hará su señor don Quijote, cuando llegue a emperador, nada menos.

A Sancho le parece de perlas el mandar, “aunque sea a un hato de ganado”. El “grande”,cada vez más admirado de las respuestas certeras de este labriego...

Mañana mismo, ha “de ir al gobierno de la ínsula”, con el traje conveniente. Al escudero lo del vestido le parece irrelevante, siempre será el mismo: él mismo. El duque le explica que los trajes han de ir de acuerdo con el oficio o la dignidad.

El uniforme que se le tiene asignado es parte de letrado y parte de capitán porque, en la ínsula, son necesarias tanto las armas como la letras.

Lo que no especifica son las partes. ¿De cintura para arriba y de cintura para abajo? ¿La parte derecha y la parte izquierda? ¿Sotana con greguescos? ¿Jubón con sotana?

Letras, pocas tiene Sancho, ni siquiera el A, B, C. No pasó del Christus, la cruz que va delante del abecedario, en la cartilla; pero le basta para ser buen gobernador. No es un inconveniente el que sea poco instruido, mas ha de ser buen cristiano.

De las armas, las que le den y Dios le ayude, que en su vida las ha manejado.
(Continúa)


Un abrazo de María Ángeles Merino 


Copiado de "La arañita campeña", entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/03/si-vuestra-senoria-fuese-servido-de.html


viernes, 19 de septiembre de 2014

"...solo sé que será bien que vuestra señoría entienda que, pues volábamos por encantamento, por encantamento podía yo ver toda la tierra..."


"Todas estas pláticas de los dos valientes oían el duque y la duquesa y los del jardín, de que recibían estraordinario contento; y queriendo dar remate a la estraña y bien fabricada aventura, por la cola de Clavileño le pegaron fuego con unas estopas, y al punto, por estar el caballo lleno de cohetes tronadores, voló por los aires con estraño ruido"



"...y dio con don Quijote y con Sancho Panza en el suelo medio chamuscados.
En este tiempo ya se habían desparecido del jardín todo el barbado escuadrón de las dueñas, y la Trifaldi y todo , y los del jardín quedaron como desmayados, tendidos por el suelo."




“Y sucedió que íbamos por parte donde están las siete cabrillas …, que así como las vi, me dio una gana de entretenerme con ellas un rato, que si no la cumpliera me parece que reventara… Sin decir nada a nadie, ni a mi señor tampoco, bonita y pasitamente me apeé de Clavileño y me entretuve con las cabrillas, que son como unos alhelíes y como unas flores , casi tres cuartos de hora”



La luna sobre unas históricas almenas burgalesas (antiguo palacio de Capitanía General, el de las placas suprimidas). Los cuernos no se aprecian.

"¿vistes allá entre esas cabras algún cabrón?

—No, señor —respondió Sancho—, pero oí decir que ninguno pasaba de los cuernos de la luna
"


Tercera parte del comentario al capítulo 2.41 del Quijote. Publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Un caballo de madera para festejar mentiras y risas con una explicación final que lo desvela todo sin matar la ilusión" correspondiente al día 18 de marzo de 2010.

El duque, la duquesa, los del jardín, todos nos regocijamos con las pláticas de los dos valientes. Porque quién duda de que lo sean. Sólo falta pegar fuego a la cola de Clavileño, que el leñoso equino, a diferencia del de Troya, va relleno de cohetes tronadores, que no de soldados griegos.

No volaba, mas ahora sí vuelaaaaa por los aires y da con don Quijote y Sancho en el suelo, algo churruscados.

Doña Trifaldi se volatiliza. Me despojo rápidamente de las tocas, el monjil y las barbas postizas. Ahora vuelvo a ser un fiel mayordomo de palacio. Mi barbado escuadrón se retira y los del jardín tirados por el suelo, como desmayados. 


Caballero y escudero, molidos y sorprendidos de verse en el mismo jardín de donde habían salido. ¡Y cuánta gente en tierra!

Y… ¿qué es eso? Hay una lanza hincada en el suelo y, atado con dos cordones de seda verde, un pergamino, con letras de oro.

Dice que el ínclito acabó la aventura de la dueña Dolorida y compañía, solamente con intentarla. Asegura que, a Malambruno le basta con el intento y las barbas de las dueñas quedan mondas. No se olvida del cocodrilo y la mona, don Clavijo y Antomasia vuelven a su prístino estado.

Lo de Dulcinea no se acaba tan fácil, la “blanca paloma” se verá libre de “los pestíferos” que la persiguen. Y su arrullador, don Quijote, la tendrá en brazos. Todo por orden del primero de los encantadores, el gran Merlín. Me quedó bien la redacción de este pergamino... y la presentación con su seda y sus oros.

Don Quijote da gracias al cielo y se va adonde los duques simulan que aún no han vuelto en sí.

Sancho sujeta al duque de la mano, no es mal actor mi amo, no. Despierta poco a poco, como si le costara, mientras se le pide que tenga buen ánimo, que todo ha acabado bien.

La duquesa y todos los tumbados también despiertan, se maravillan y se espantan, qué bien saben todos fingir. Se diría que han pasado la vida en un carro de comediantes.

El duque lee el pergamino y abraza a don Quijote, alabando su buen hacer como caballero.

Sancho me busca y no me ve por ninguna parte. Quiere verme sin barbas, para ver mi hermosura pero le dicen que, en el momento de bajar Clavileño, el escuadrón dueñil desapareció, liso y mondo.

La duquesa pregunta, al escudero, cómo le ha ido en el viaje. Para contestar, le cuenta que, en la región del fuego, quiso destaparse y su amo no lo consintió. Mas él, curioso, apartó un poco el pañizuelo y miró a la tierra.

Mi señora le pilla en mentira porque asegura haber visto la tierra del tamaño de un grano de mostaza y los hombres de las avellanas. Mi ama, con una sonrisilla, le replica que, de esa guisa, un solo hombre cubriría la tierra. Él sostiene su mentira y responde que, al verla por un ladito, la vio entera.

La duquesa le advierte que, por un ladito, “no se vee el todo de lo que se mira”. Sancho no sabe por dónde salir…si volaba por encantamiento, por encantamiento lo veía todo.

Una vez dicha la primera mentira, ya no hay empacho en decir muchas más. Sancho cuenta que llegó a palmo y medio del cielo y vió esas estrellas que llaman las siete cabrillas. Como, de niño, fue pastor de cabras no pudo resistir la tentación de entretenerse con ellas. Así lo hizo , mientras Clavileño se estaba quietecito.

El duque quiere saber qué hacía, mientras tanto, don Quijote, el cual no vio nada de lo que su escudero dice. Sintió el aire, menudos bríos daban algunos al fuelle. También tuvo indicios de la del fuego, cómo ardían las estopas aquellas; mas no puede creer que llegaran al cielo, donde están las estrellas llamadas cabrillas. Según sus conocimientos, se hubieran abrasado. Sancho miente o sueña.

Sancho asegura que ni una cosa ni otra, que le pregunten las señas de tales cabras. La duquesa le pide que las diga y así lo hace. Dos encarnadas, dos azules y una de mezcla. Tales son sus colores.

El duque, que no hay cabras de esos colores. Sancho, que son cabras del cielo, no del suelo. Mi señor pregunta, con mucha socarronería, si no vio entre las cabras algún cabrón. Con flema, le contesta que no, puesto que “ninguno pasaba de los cuernos de la luna.”. Después de esta enigmática respuesta, no quisieron saber más de los paseos celestiales del gobernador insular.

Toda su vida rieron los duques esta aventura de la Dolorida. Sancho tuvo para contar siglos, si lo viviera.

Don Quijote le dice algo al oído a Sancho, algo de la cueva de Montesinos. No sé cuál de los dos miente más…

Un abrazo de María Ángeles Merino 

Copiado de "La arañita campeña", entrada con el mismo título.
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miércoles, 17 de septiembre de 2014

"...quizá vamos...subiendo en alto, para dejarnos caer de una sobre el reino de Candaya, como hace el sacre o neblí sobre la garza para cogerla"


La garza real del Arlanzón (foto de María Ángeles Merino, tomada en el puente Bessón, en Burgos)

Segunda parte del comentario al capítulo 2.41 del Quijote. Publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Un caballo de madera para festejar mentiras y risas con una explicación final que lo desvela todo sin matar la ilusión" correspondiente al día 18 de marzo de 2010.


Ya sabemos que Sancho, aunque rústico, es de carnes tiernas. Se acomoda en las ancas y las encuentra duras, como el mármol. Pide al duque, que le den algún cojín o almohada ¡del estrado de su señora la duquesa! Si no es posible, se conforma con la almohada de un paje.

Las posaderas del señor gobernador son delicadas, mas Clavileño lo es más y al madero le puede molestar un almohadón de plumas. La solución es montar a mujeriegas, lo cual hizo Sancho, amén de dejarse vendar los ojos, muy a su pesar.

Se vuelve a descubrir y nos mira a todos, con lágrimas y rogándonos paternostres y avemarías. Sus ojos nos arrojan iracundas miradas. La traducción: ¿Pensáis que me creo esta patraña? ¡Todo por una ínsula! ¿Qué vais a hacer ahora con nosotros?

Las plegarias del escudero irritan sobremanera a su señor. Descarga una lluvia de injurias, sobre esta temerosa criatura que, encontrándose en el mismo privilegiado lugar que ocupó una reina de Francia, parece estar en la horca. ¿En la horca? En Peralvillo se ve Sancho, asaetado por la Santa Hermandad.

Se cubren, el caballero andante pone los dedos en la clavija y todos vocean las mismas palabras de ánimo, yo soy el apuntador, yo dirijo la farsa. Que Dios le guíe y sea con él, que ya vuela como una saeta, que a todos admira. También hay para Sancho: que tenga cuidado de no caer, no vaya a ser un nuevo Faetón.

Sancho abraza a su amo y le plantea una duda: cómo dicen que vamos altos si las voces suenan aquí mismo. Don Quijote le contesta que “estas cosas y estas volaterías van fuera de los cursos ordinarios”. No le aprietes tanto, que le derribas, escudero. Destierra el miedo, que “la cosa va como ha de ir”. Acepta el juego, Sancho, como yo lo acepto, y calla.

Unos grandes fuelles les dan aire, el viento sopla recio. Aire, frío, agua y fuego son las cuatro regiones, según el gran Ptolomeo. Don Quijote manifiesta el temor de abrasarse si se acercan a la última.

Ya deben haber llegado a la región del fuego. Unas estopas que se encienden y se apagan , en lo alto de una caña, les calientan los rostros y chamuscan las barbas del escudero que está a punto de quitarse el pañuelo.

Mas su señor le advierte que no lo haga, que recuerde el caso del licenciado Torralba; el cual viajó por los aires, llevado por los diablos, a Roma, donde presenció su asalto. Al día siguiente ya estaba de vuelta en Madrid. Contó que, durante el viaje, el diablo le ordenó abrir los ojos y pudo ver el cuerno de la luna. ¿Por qué le cuenta esto? No sé, quizás sea el temor de que les acusen de brujería.

Don Quijote piensa que no hay que descubrirse, ya se ocupará de ellos quien debe ocuparse. Llevan unos minutos subidos, él calcula que media hora, pero ya “han hecho gran camino”. Quizá caigan, de un momento a otro, sobre Candaya, como un neblí sobre una garza. Cómo nos sigue el juego este loco.

Sancho Panza, hablando de Magalona, se acuerda de Magallanes, el que dio la vuelta al mundo, tan largo es el viaje…

(Continúa)


Un abrazo de María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", entrada con el mismo título.
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lunes, 15 de septiembre de 2014

"...avísenme si cuando vamos por esas altanerías podré encomendarme a Nuestro Señor o invocar los ángeles que me favorezcan"


Sancho dice: "...avísenme si cuando vamos por esas altanerías podré encomendarme a Nuestro Señor o invocar los ángeles que me favorezcan". Puede usar estos llamadores de ángeles, que a precios módicos y no tan módicos , venden en las tiendas de objetos religiosos.

Primera parte del comentario al capítulo 2.41 del Quijote. Publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Un caballo de madera para festejar mentiras y risas con una explicación final que lo desvela todo sin matar la ilusión" correspondiente al día 18 de marzo de 2010.

"De la venida de Clavileño, con el fin desta dilatada aventura"

Anochece y Clavileño no viene. Don Quijote, expectante, piensa que, tal vez, la aventura haya sido adjudicada a otro andante. ¿Y si Malambruno no quiere batallar?... ¡Por fin está aquí!

Entran cuatro hombres, los más brutos del castillo, si los conoceré yo, con un gran caballo de madera, sobre los hombros. Muy a su pesar, van cubiertos con yedra. Lo de ser los salvajes no les entusiasma y, menos, aún el cargar con un caballote de madera. Órdenes del señor duque, les digo, y no rechistan. A mandar, para eso estamos.

Colocan al caballo de pies y uno de ellos invita a subir a los animosos. Sancho no sube, no tiene ánimo y no es caballero. El salvaje se hace el sordo, exhorta al escudero, para que ocupe las ancas. Se tuerce la clavija del cuello y Clavileño le lleva por los aires, a donde quiera. Pero han de cubrirse los ojos, durante todo el viaje, para evitar mareos. Una vez dadas estas instrucciones, los salvajes se van.
Así como veo, ve, al caballo, me pongo, se pone, a llorar. Tropiezo con las personas de los verbos, vuestra merced me perdonará. Les suplico que nos rape, basta con que suban y…a viajar.

“Eso haré yo”, sin cojín ni espuelas, dice presto don Quijote. “Eso no haré yo”, replica Sancho, que ni es brujo ni gusta de volar por los aires. Bien puede buscar a otro. ¡Ay, la ínsula! ¡Ay, los insulanos! ¿Qué dirán de un gobernador que va por los aires? ¿Y cómo salvar la distancia si falla el caballo o el gigante? Cuando consigan regresar por sus medios…

El escudero tiene la desvergüenza, delante del duque, de decir que se queda en el palacio, donde le harán la merced de nombrarle gobernador, de bóbilis bóbilis. Mi señor se dirige a Sancho amigo y le explica, pacientemente, su deseo de que monten, los dos, en Clavileño, para dar cima a esta aventura. Y no ha de preocuparse porque la ínsula le estará esperando, aunque vuelva a pie, que no se escapa…

Cuando el duque le dice que no lo ponga en duda, que sería agravio al deseo que tiene de servirle…Sancho se derrite y ya no puede más. Hará lo que sea, el pobre escudero no puede llevar a cuestas las cortesías de un grande de España. Tápenle los ojos y encomiéndele a Dios, que por esas “altanerías” duda si podrá hacerlo. Siquiera con los ángeles...

Le tranquilizo, bien puede hacerlo, que Malambruno no deja de ser cristiano, a pesar de su oficio de encantador. Sancho se anima e invoca a una Virgen napolitana. Se lo habrá oído a algún soldado de los tercios Viejos…

Don Quijote declara no haber visto, a su escudero, tan temeroso como ahora, desde aquella vez que el ruido nocturno de unos batanes le produjeron retortijones. Ya, ya conozco esa aventura, la cual huele y no a ámbar, que la tengo leída, en ese libro que mis señores manosean a todas horas.

El caballero andante quiere hablar aparte con su medroso escudero. No puedo oír lo que le dice entre los árboles, pero no hay rincón aquí donde no haya oídos bien abiertos. Me cuentan que, a la vista del largo viaje que van a realizar, quiere don Quijote que Sancho se retire brevemente, y se azote un poquillo, sólo unos quinientos azotes, a cuenta de los que debe darse para desencantar a Dulcinea. Y me cuenta mi comunicante que Sancho siente pena de sus pobres posaderas, primero el vápulo y luego ir sentado en una dura tabla. Y me aseguran que Sancho promete azotarse a la vuelta, que ahora toca dejar bien mondas a las dueñas.

Don Quijote es fácil de conformar, confía en la promesa de Sancho que, aunque tonto es “hombre verídico”. Ya ve vuestra merced que lo de tonto, no lo digo sólo yo. No, no es verdico, es moreno. Tal vez sea sordo…

En el momento de subir en Clavileño, el caballero quiere disipar los temores del escudero. Bien puede subir y taparse, que no va a engañarlos quien pide sus servicios, desde tierras tan lueñes. Y, salga como salga, la gloria no se la quita nadie.

Sancho pronuncia un “vamos, señor”, que nos sobresalta. Ahora, se muestra dolido por nuestras barbas y lágrimas, no comerá a gusto hasta vernos en nuestra original lisura. Y animoso: que suba su señor, que el de las ancas monta después.

Don Quijote asiente, saca un pañuelo y me pide que le cubra muy bien los ojos. Así lo hago pero, ya con los ojos velados, se acuerda del caballo de Troya, preñado de caballeros. Será bien ver el estómago de Clavileño.

Salgo fiador, fiadora, de Malambruno. No hay para qué que escudriñarle las tripas a un leño con clavija, que el gigante no es un traidor. Suba de una vez, que son tres mil leguas…y pico.

Don Quijote cae en la cuenta de que un caballero tan prevenido puede ser tachado de cobarde, así que sube, tienta la clavija y, al no haber estribos, queda con las piernas colgando, lo cual da una imagen un tanto ridícula. Creo haber visto jinetes así, en un tapiz flamenco, sí, ese de romanos, en el salón de poniente.
(Continúa)


Un abrazo de María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", entrada con el mismo título.
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domingo, 14 de septiembre de 2014

De semínimas, parches pegajosos y caballos de madera (3)


Al destripaterrones le pica la curiosidad, le gustaría ver a Clavileño; pero le tiemblan las carnes sólo de pensar en subirse a un veloz leño volador. Reconoce que apenas puede subir sobre su rucio, aún con esa albarda tan mullida. No sé si el impedimento es la gordura o su vieja osamenta. De molerse, ni hablar; aunque las dueñas usen las barbas como mantón. Con la navaja del barbero o con los ungüentos pegajosos, pueden elegir.

Y ni hablar de recorrer, con su señor, las tres mil doscientas veintisiete leguas. Pase por lo del desencanto de Dulcinea, pero ni hablar de barbas ni de viajecitos a tierras incógnitas.

Le suplico, le necesitamos para el rapamiento, no hacemos nada sin su presencia.
¡Aquí del rey! Dice Sancho, como si pidiera socorro. Y, maguer tonto, se da cuenta de un detalle. La fama se la llevan los señores, nunca se escribe que el tal caballero acabó la aventura, con la imprescindible ayuda de su escudero. Me pone un ejemplo: «Don Paralipomenón de las Tres Estrellas acabó la aventura de los seis vestiglos». No le creía capaz de pronunciar tales vocablos, todo de un tirón, a este labriego analfabeto. Algo se le ha debido pegar de su andante y leído amo.

Pretende quedarse amparado en las faldas de mi señora la duquesa. Sí, por supuesto, mirándola embobado ¿verdad, bellaco? Y se dará unos azotes tales que no volverá a crecer pelo en la zona dolorida. Que no, majadero, que no me chupo el dedo. Ya nos informaste de lo tiernas que eran tus rústicas carnes, unas palmaditas de mosqueo en tu no pequeño trasero y que Dulcinea lleve la cuenta hasta la senectud.

Le insisto, ha de acompañar a su amo, que no nos quedemos barbadas por culpa de sus temores. Y, otra vez, con lo del rey.

Que si fuéramos recogidas doncellas o huérfanitas, nos hiciera la caridad, pero las dueñas no merecemos amparo. Desde la mayor hasta la menor, todas con barbas y, a este escudero con ínfulas de gobernador, le importa una higa.

Gracias sean dadas a los cielos, que interviene mi señora, la duquesa, para defenderlas, para defendernos. Le señala su sinrazón, que en esta casa hay dueñas tan ejemplares como la doña Rodríguez. Esa que Sancho pretendió convertir en moza de cuadra, en exclusiva para su sucio rucio.

Doña Rodríguez asiente a las palabras de la excelentísima y nos recuerda la sabiduría divina. Buenas o malas, barbadas o lampiñas, todas son hijas de la madre que las parió y, si Dios las puso en este mundo, Él sabrá para qué.

Don Quijote toma su papel de indómito caballero andante y nos asegura que Sancho hará lo que él le mandare, a callar escudero. Venga Clavileño, venga Malambruno; que la quijotesca espada hará las veces de navaja barbera, con ella rapará la cabeza de Malambruno y las pilosidades desaparecerán. ¡Este es mi don Quijote! ¡El del famoso libro!

Lanzo un ¡ay! y me dirijo al valeroso para desear que las estrellas le infundan valentía para amparar al gremio dueñesco, tan mal tratado por boticarios, escuderos, pajes y …por nuestras señoras que nos tratan con un humillante “vos”, a pesar de nuestro rancio linaje . ¡Cuánto mejor meterse a monja!

Pido, a voces, al gigante Malambruno que nos envíe ya a Clavileño, para que se acabe nuestra desdicha. Que si el calor nos pilla con estas barbas…

Lloro yo y lloran todos. He hablado con tanto sentimiento que arraso los ojos de Sancho y su duro corazón. Acompañará a su señor hasta las últimas partes del mundo para esquilarnos los venerables, ay venerables, rostros.

Este comentario se ha retrasado un poco porque ayer estuve ocupada en el homenaje a otro gran Miguel, nuestro Miguel Delibes, recientemente fallecido. ¿Os imagináis juntos a los dos?

Un abrazo de María Ángeles Merino


Copiado de "La arañita campeña", entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/03/de-seminimas-parches-pegajosos-y_12.html

sábado, 13 de septiembre de 2014

De semínimas, parches pegajosos y caballos de madera (2)



Segunda parte del comentario al capítulo 2.40, del Quijote. Publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Un caballo de madera para rapar a unas dueñas" correspondiente al día  11 de marzo de 2010.


Comienzo hablando de distancias. De aquí a Candaya, hay cinco mil leguas, por tierra, más o menos. Por aire se quedan en tres mil doscientas veintisiete, en línea recta. Malambruno me anunció que, una vez localizado don Quijote, él enviaría un caballo mejor que los de alquiler. 

Nada menos que un caballo de madera, compuesto por Merlín, sabio y carpintero; el cual se lo prestó a Pierres, para viajar hasta aquel lejano lugar, donde pudo robar a la linda Magalona. La levantó por los aires, la puso en las ancas y dejó a todos con la boca abierta. Me gustó aquella historia…

El barbudo Merlín lo presta a quien él quiere o, mucho mejor, al que suelta buenos maravedíes.  Malambruno ni pide, ni paga…Lo roba y le sirve para sus viajes. El leñoso equino es veloz como el viento, en un día te lleva de Francia a Potosí, sin gastar un ochavo. Ni pienso, ni caballeriza, ni herrero. Y no vuela sino que camina llano y reposado, pisando las nubes. El viajero puede llevar una taza de agua, sin derramar una gota. Cómo se regocijaba la linda Magalona, sin bajarse del caballo…

Sancho compara a su rucio con el prodigio volador y todos se ríen. La risa de la duquesa contagia a todo su séquito.

Prosigo y anuncio que Malambruno se presentará media hora después de ponerse el sol. El gigante me anunció que, una vez hallado el caballero, la señal consistiría en enviarme presto al caballo.

Don Quijote quiere saber cuántas personas pueden ir en el mágico jumento y yo le aclaro que dos. Caballero y escudero o, algo más habitual, caballero con robada doncella.

Sancho se interesa por el nombre. Rompería su estilo habitual si nos contestara cómo se llama. Ha de especificarnos cómo no se llama, dirá vuestra merced que hasta el día del Juicio. No es para tanto, son nueve en total, desde Pegaso a Orelia. Y nueve sus amos: desde Belarofonte al rey godo de las culebras.

El escudero, socarrón, añade que en esa lista ilustre no está el que “excede a todos “los equinos citados. Falta el gran Rocinante, tampoco se llamará Rocinante…

Y, por fin, respondo, responde que tiene un nombre que le cuadra mucho: Clavileño el Alígero. Leño de leña, clavi de clavija, la que tiene en la frente. Y ligero. Todo cuadra.

Sancho desea saber cómo se maneja tan singular montura. Le explico que se gobierna con una clavija, moviéndola a uno y otro lado, por el mar o por la tierra.

(Continúa)



Un abrazo para todos los que pasáis por aquí.

María Ángeles Merino Moya


Copiado de "La arañita campeña", entrada con el mismo título.

http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/03/de-seminimas-parches-pegajosos-y_11.html

viernes, 12 de septiembre de 2014

De semínimas, parches pegajosos y caballos de madera (1)


Semínima, negra, cuarta parte de la redonda, clase de solfeo…Cervantes conoce el lenguaje musical.


"...hemos tomado algunas de nosotras por remedio ahorrativo de usar de unos pegotes o parches pegajosos, y aplicándolos a los rostros, y tirando de golpe, quedamos rasas y lisas como fondo de mortero de piedra."


De cosas que atañen y tocan a esta aventura y a esta memorable historia.


Antes de que se presente, por aquí, el mayordomo de los duques, voy a comentar las primeras líneas de este capítulo XL, que no es tan largo como su cardinal romano, asociado a camisetas y demás prendas, nos sugiere. 

Nos habla una voz omnisciente que proclama lo agradecidos que debemos estar a Cide Hamete, tan curioso él que no olvida las semínimas de la historia. Semínimas, palabra del mundo de la música. Semínima, negra, cuarta parte de la redonda, clase de solfeo…Cervantes conoce el lenguaje musical.

Y, antes de que le critiquen su prolijidad de detalles, en el inacabable y emotivo discurso de la Trifaldi, el autor, se cura en salud, con su propio panegírico. Pensamientos, dudas, imaginaciones, preguntas, dudas, argumentos, deseos, átomos incluso…no falta nada. Pronuncia cuatro “vivas “laudatorios: al autor, a Don Quijote, a Dulcinea y a Sancho. Y remata con una premonición: “Todos juntos y cada uno de por sí viváis siglos infinitos, para gusto y general pasatiempo de los vivientes.” Así es y así sea, dure su fama, al menos, cuatrocientos años.

Me callo, que el mayordomo travestido ya asoma por la pantalla de mi ordenador.

Saludo a vuestra merced y sigo con mi historia. Estoy desmayado, pero con los oídos listos. Sancho asegura no haber conocido aventura como ésta. Lo jura como Panza y como hombre de bien. Impreca a Malambruno por el castigo de las barbas nacidas, en lugar de algo más benévolo…como la ablación, a cada una, de media nariz. Sólo a un asno, como Sancho, se le puede ocurrir tan salvaje alternativa. Basa su disparatado razonamiento en que las dueñas no pueden pagar al barbero. Y mejor gangosas que arruinadas…qué burro.

Le contesta una de las barbudas. Así es, no poseemos dineros para mondarnos, los barberos son caros, mas una de nosotras conoce la receta de un remedio barato. Consiste en unos parches pegajosos y calientes, los cuales se aplican en el rostro, nos armamos de valor y tiramos de golpe. ¡Raaaaas! ¡Ayyyyyyyy! Quedamos bien mondadas, con la cara enrojecida e irritada, eso sí.

El doloroso remedio suple, con ventaja, a los servicios de esas mujerucas, hijas de la madre Celestina, que van por las casas quitando vello y puliendo cejas. Antes nos lleven a la sepultura más barbadas que Merlín…no queremos saber nada de las “terceras” que, tal vez, fueron “primas”, en su tierna edad, cuando reinaba el emperador Carolo.

Oigo a don Quijote, en mitad de mi vahído. El caballero andante se dejaría rapar las barbas en tierra de moros, donde no hay imberbes, si no pone remedio a nuestras pilosidades.

Vuelvo del fingido desmayo y suplico al “andante ínclito y señor indomable”. Hay que ver cómo hablo, mis palabras salen de mi boca como recién salidas de esos libros que devoro, en la biblioteca de mi señor, el duque. A lo que iba, suplicole que haga realidad su “graciosa promesa”. Don Quijote está dispuesto a ayudarme, me pregunta lo que ha de hacer y, con muy breves y concisas palabras, se lo expongo.


(Continúa)



Un abrazo para todos los que pasáis por aquí.

María Ángeles Merino Moya

Copiado de "La arañita campeña", entrada con el mismo título.

http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/03/de-seminimas-parches-pegajosos-y.html



jueves, 11 de septiembre de 2014

"...y en aquel mismo momento ...sentimos todas que se nos abrían los poros de la cara y que por toda ella nos punzaban como con puntas de agujas."


¡Qué faena la de Malambruno!

Comentario al capítulo 2.39, del Quijote. Publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Una reina enterrada muerta, una infanta mona, un caballero cocodrilo y unas dueñas barbudas" correspondiente al día 4 de marzo de 2010.

Donde la Trifaldi prosigue su estupenda y memorable historia

Saludo a vuestra merced, aquí estoy de nuevo. Soy el mayordomo de los duques, el cual hizo de Merlín cadavérico y ahora es la llamada Dueña Dolorida.

¿Rcuerda vuestra merced el final del capítulo pasado? Sancho se impacienta y pide a la parlanchina dueña que se dé prisa, que se muere por saber el fin de la historia. Porque se ha explayado con sus sentimientos y todavía no sabemos por qué se duele tanto la Dolorida.

Las palabras del escudero divierten a mi señora tanto como irritan a don Quijote. El caballero andante ordena callar al impaciente, para más regocijo de la duquesa, y la Dueña Dolorida sigue con lo de don Clavijo y la hinchazón de la infanta Antonomasia.

El vicario somete, a la infanta Antonomasia, a un concienzudo interrogatorio, para ver si la chiquilla cae en contradicción; pero bien claro lo tiene la candayesa: el Clavijo es su legítimo, aunque su madre rabie y patalee.

Fue más que un berrinche, a los tres días entierran a la reina doña Maguncia. Sancho Panza se estruja el magín y, con el mejor estilo de Perogrullo, nos aclara que si la enterraron, es que se murió. Y Trifaldín, otro mentecato, esclarece que no se entierra, en su tierra, a los vivos sino a los muertos.

El gobernador escuderil, para enmendar su patochada, la coge por los pelos y nos cuenta que ya se ha visto enterrar a un desmayado. Y afea a la reina Maguncia la ocurrencia que tuvo de morirse, habiéndole bastado con desmayarse, que lo de la infanta no era para tanto y, con vida todo se arregla más o menos. Al fin y al cabo, las hinchazones se solucionan en unos meses.

El destripaterrones, siguiendo las reglas de su señor, considera que casarse con un caballero como Clavijo, es necedad pero no excesiva, ya que los caballeros, y más si son andantes, pueden dar en reyes o emperadores. Y va la reina y se muere, ni que se hubiera casado con el paje Gerineldo, que ese sí era un desarrapado.

Don Quijote asiente complacido, qué bien se ha aprendido la lección mi escudero. Que un caballero andante, a poco que se esfuerce, puede llegar a lo más alto. Pero pase adelante la señora Dolorida y nos cuente sus cuitas, de una vez.

Queda lo amargo, más amargo que las tueras y las adelfas. Muerta y bien muerta está Maguncia, recién tapadita con tierra. ¿Quién puede contener las lágrimas? Esto último dicho en latín y con cita del gran Virgilio.

En medio del duelo, aparece el gigante Malambruno, en un caballo de madera. Sí, de madera, no ponga vuestra merced esa cara de extrañeza. Es el primo "cormano" de la finada. Cruel, vengativo y encantador. Sí, encantador como esos que acosan a don Quijote. Encantador con encanto, no, eso no.

Enseguida pone en práctica sus encantos, convirtiendo a Clavijo y Antonomasia en metálicas figurillas, allí en la misma sepultura. Ella es ahora una jimia de bronce, una mona. Él es ahora un feo cocodrilo, hecho de algún metal extraño. Podrían servir de adorno urbano, en alguna ciudad castellana. 
No se olvida el Malambruno de incluir una lápida con inscripción aclaratoria, en lengua siriaca que, traducida al candayés y luego al castellano, viene a decir que así se quedarán los dos osados amantes hasta que el valeroso manchego presente batalla al primo “cormano” de doña Maguncia, que en paz descanse.

Una vez acabada la metamorfosis, saca algo muy grande de la vaina. ¡Es el alfanje más grande que la dueña ha visto en su vida! ¡Ay, que va a segarle la gola! Está turbada, no puede hablar, la lengua se le pega a la boca. Sigo los salmos, a los cuales soy muy aficionado.

La dueña se esfuerza y consigue, con voz temblona, evitar su ejecución. Malambruno lo piensa mejor, nada de cadáveres. Manchan mucho y lo ponen todo perdido. Ordena traer a todas las dueñas del palacio, el escarmiento va a ser corporativo, aunque la culpa sea sólo de la Condesa de las tres colas.

Exagera sus culpas, sus mañas y trazas. Manifiesta que no quería castigarlas a la pena capital sino a una pena más dilatada. Algo que las incapacite, durante largo tiempo, para la vida social: “muerte civil y continua”. ¡Casta gigántea malvada! ¡Condenar al hambre a estas pobres mujeres!

En ese mismo momento, todas las dueñas sienten como cientos de agujas van abriéndose paso, por toda su cara, qué tortura, Dio mío.

Se alzan los antifaces que ocultan su rostro. ¡Horror! A cada una le ha crecido la barba. Negras, blancas, rubias, rojas…

A todos causa espanto la visión. El duque y la duquesa disimulan y fingen admirarse. Don Quijote y Sancho quedan pasmados. Los presentes, atónitos casi todos. Muy pocos sabían lo que iba a ocurrir, aunque esperaban algo sorprendente, fruto de mi ingenio…aunque no me lo reconozcan, soy un simple mayordomo. En realidad, me siento como un bufón, me avergüenzan estas crueles burlas. Bueno, ya lo he dicho…

Sigo en mi papel, la Trifaldi ha de lamentarse de la pena impuesta por Malambruno. Así las castiga este follón. Sus blandos y mórbidos rostros cubiertos de ásperas cerdas. Cuánto mejor hubiera sido perder las cabezas…Toda mujer tiene su coquetería, aunque vista con toca y monjil.

El tópico de los “ojos hechos fuentes” no cabe aquí, que los tienen secos. Lloraron a mares, mas ahora los ojos han perdido sus humores naturales, no hay lágrimas siquiera.

¿Y adónde puede ir una dueña con barbas? Si, cuando lucían la tez lisa y embadurnada de mejunjes y potingues, difícilmente hallaban acomodo con quien bien las quisiera…Ahora que causan espanto, con el rostro hecho un bosque ¿Qué será de ellas?

Por último, la Dolorida maldice la hora en que la engendraron, a ella y a sus compañeras.

Ahora, me toca desmayarme. Si caigo, que sea en blando…

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí.

María Ángeles Merino Moya


Copiado de "La arañita campeña", entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/03/y-en-aquel-mismo-momento-sentimos-todas.html

miércoles, 10 de septiembre de 2014

La Dueña Dolorida y la infanta por antonomasia: Antonomasia.



Segunda parte del comentario al capítulo 2.38, del Quijote. Publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Todo el mundo es uno y superlativo", correspondiente al día 25 de febrero de 2010.

La condesa Trifaldi comienza situándonos en su país : Candaya. No, no lo busque vuestra merced en mapa alguno, no lo encontrará. No indague acerca de la gran Trapobana ni del cabo Comorín. Son fruto de mi imaginaria Geografía.

Pues…de allí es natural la reina doña Maguncia, viuda del rey Archipiela y madre de la infanta Antonomasia, la cual fue educada bajo la tutela de la dueña Dolorida, como más antigua y principal que es. De algo sirven los trienios, en el palacio candayés...

Y, aquí,para crear el discurso de la Trifaldi,lo tengo fácil. Echo mano de aquellas narraciones en las que, indefectiblemente, había una vez una princesa hermosísima, perfectísima y discretísima. Por supuesto, la más bella del mundo; título que seguirá ostentando ahora, si la parca envidiosa no ha segado, con su guadaña, el tierno tallo de su vida. Mas no, no permitirán los cielos tamaño desaguisado; que los cielos ya han hecho de las suyas.

Y, como sucede en los cuentos, un número infinito de príncipes , naturales y extranjeros acuden al reino, para pedir su mano. Y quedan prendados de la bella princesa. Ni uno, ni dos, ni tres, ni mil…infinitos.

Mas el elegido va a ser un bizarro mozo que despliega sus gracias y habilidades: baila, hace hablar a la guitarra, compone versos e incluso hace jaulas para los pajarillos.

Una alhaja, muy capaz de engañar a una tierna doncellita. Pero el ladrón no tendió sus amplias redes a la niña, no. La atrapada fue la Dolorida, ella entregó las claves de la virginal fortaleza, al llamado don Clavijo.

Con unas coplas que oyó cantar al malandrín, qué vergüenza, Dios mío. Esa de la dulce mi enemiga…se derretía de gusto.

Acertó Platón, hay que desterrar a estos poetastros. Espinas blandas, rayos que hieren, muerte tan escondida, ven. ¡Ay estas seguidillas! Azogue para los sentidos, desasosiego para el cuerpo, música que hace brincar el alma…Que destierren a estos trovadores que embrujan a las incautas doncellas. No, que la culpa no es de las jóvenes sino de las viejas y bobaliconas dueñas que, fácilmente engañadas, permiten que la llave abra la escondida cerradura. ¡Ay, don Clavijo!

Los escritos son un compendio de imposibles: vive muriendo, arde en el hielo y el majadero parte y se queda a la vez. En los libros de la biblioteca, aprendí que todas esas sinrazones son paradojas. ¿Paradojas? ¡Disparates!

¿Y qué podemos decir de lo que prometen? Un fénix, una corona, perlas, oro, un mágico bálsamo. Poco cuesta alargar la pluma y prometer imposibles.

La Trifaldi habla de faltas ajenas, teniendo tanto que contar de las suyas. Su simplicidad no advirtió que, desembarazando el camino a don Clavijo, se embarazaría la pequeña Antonomasia. No fue una sola vez la que yacieron juntos, actuando ella de medianera. Eso sí, como legítimo esposo. ¿No entienden nada? Les explico.

La infanta había firmado, previamente, una cédula en la que declaraba ser esposa del Clavijo. La dueña, creyéndose muy lista, lo redactó convenientemente. Sin este papelucho, jamás hubiera consentido…

Sólo ve un daño en esta coyunda y es la desigualdad de condición social. ¡Una heredera del reino con un simple caballero!

La maraña está encubierta hasta que se descubre la hinchazón del vientre de Antonomasia. Don Clavijo pide, ante el vicario, por su mujer a la princesa, en fe de la cédula firmada.

El vicario ve el documento, confiesa a la chiquilla que confiesa de plano y la deposita en casa de un alguacil de corte, alguacil pero honrado.

Sancho se extraña de que en la lejana Candaya haya como aquí: sus alguaciles, sus poetas y sus seguidillas. ¡Qué desilusión!

La señora Trifaldi nos hace bostezar, no acabará nunca su relato, se va por las ramas. Creo que, a eso, se le llama digresiones. Y es Sancho el que le pide que se dé prisa. Así lo hará, dice…No sé yo...

Un abrazo para los que pasáis por aquí.

María Ángeles Merino.


Copiado de "La araíta campeña", entrada con el mismo título.
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martes, 9 de septiembre de 2014

La Dueña Dolorida o la importancia del superlativo.


Hago decir al mayordomo que, aunque tenga unos conocimientos gramaticales más bien escasos, le chirría en los oídos eso de” lo que quisieridísimis”. El superlativo en el verbo no figura en ninguna gramática...en la última de la R.A.L., tampoco.


Comentario al capítulo 2.38, del Quijote. Publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Todo el mundo es uno y superlativo", correspondiente al día 25 de febrero de 2010.

Donde se cuenta la que dio de su mala andanza la dueña Dolorida

Aquí estoy otra vez, soy aquel humilde mayordomo que organizaba las burlas de los duques, escribía los diálogos y hacía de actor. Recordará vuestra merced que, al oír la música, me incorporo a la comitiva de la condesa Trifaldi, también llamada Dueña Dolorida.

Entran, en el jardín, tres tristes músicos. Sus pífaros y tambores invitan a la melancolía e incluso al llanto. Tras ellos, dos hileras de seis dueñas, vestidas con anchos monjiles y larguísimas tocas. Tras ellas, vengo yo…digo que viene la condesa Trifaldi, con el barbadísimo Trifaldín.

Voy…va vestida de bayeta negra finísima, tan fina, tan fina que el tejido hace nudos gordísimos, cual tuccitanos garbanzos. ¿Y qué me dicen de la trifalda? Tres puntas, una por paje, dibujando una matemática figura de tres ángulos “acutos”. Por esta prenda, conocen a la condesa Trifaldi, como la de las tres colas... E incluso, alguno de los allí presentes la llamó condesa Lobuna o Zorruna. Lobas, zorras…ya se sabe a dónde apuntan las malas lenguas, aunque lo desmienta una airada dueña Rodríguez.

Pasa la procesión de las doce con la Trifaldi, cubiertas con tupidos velos negros que no traslucen su ajado rostro. El duque, la duquesa, don Quijote y todos los mirones se ponen de pie.

Paran las dueñas y la Dolorida se adelanta, dando la mano a Trifaldín. Me arrodillo, se arrodilla y con una voz ronca pido, pide que no hagan tanta cortesía a este a este su criado…digo criada. Está tan dolorida que no acierta a responder atinadamente, piensa que entendimiento se ha dado a la fuga.

El duque replica, con cortesía empalagosa, que sin entendimiento está el que no descubra su valor, el cual merece la nata y la flor. Y levantándome, levantándola de la mano, me sienta con mi señora la duquesa.

Hay silencio, sólo roto por la dolorida dueña que se presenta con un superlativo discurso: poderosísimo, hermosísima, discretísimos. Está confiada en que su gran cuita halle acogimiento y ablande corazones. Antes de hacerla pública, quiere saber si está presente “don Quijote de la Manchísima y su escuderísimo Panza”.

El Panza es el que responde, por él y por su señor, remedando su habla superlativa. Aunque mis conocimientos gramaticales son más bien escasos, chirria en mis oídos eso de” lo que quisieridísimis”. Este majadero se está pasando con la burla.

Don Quijote ofrece sus servicios…para lo que haya menester se brinda a la Dolorida. Debe decir sus males, que para eso están los de su cofradía andante.

La dueña se arroja a los pies y piernas del “caballero invicto”, para abrazárselos. Casi cojo una liebre, me piso una de las colas; mas enseguida recupero el equilibrio.

¡Oh, las basas y las columnas! Y los capiteles y los fustes… ¡Oh sus hazañas que dejan a tras a Amadises, Esplandianes, etc., etc. Tras el panegírico a don Quijote; me vuelvo, se vuelve hacia el más leal escudero de todos los tiempos y le cojo las manos. A ver si mis palabras ablandan al gran Sancho, más luengo en bondad que las barbas de Trifaldín, aquí presente.

Me dirijo, se dirige al que, sirviendo al gran don Quijote, sirve a toda la caballería andante. Voy a hablar en tercera persona, que esto de pasar de primera a segunda es cansino. La desdichada y superlativa condesa quiere que Sancho interceda. Admirado me hallo del poder de este sandio, sólo acostumbrado a gobernar sus pegujales.

Al buen Sancho le incomodan las alabanzas, socaliñas y plegarias. Eso de la largura de su bondad, comparándola con la luenga barba de Trifaldín… Buen creyente,algo beaturrón, sólo desea estar preparado para rendir cuentas, cuando doble el espinazo. Nos aguantamos la risa cuando dice eso de “barbada y con bigotes tenga yo mi alma cuando desta vida vaya”.

El escudero rogará, de todos modos, a su amo, el cual estará bien dispuesto a ayudar. He de sacar del baúl la cuita y contarla…la Trifaldi quiero decir…

Todos contienen la risa y se admiran de mi agudeza y disimulación. Si Merlín me quedó bien, la Dolorida me quedará bordada, ya verá vuestra merced. Se sienta mi personaje y nos relata, brevísimamente, su cuita.(Sigue en "La Dueña Dolorida y la infanta por antonomasia: Antonomasia")


Un abrazo de:

María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", entrada con el mismo título.
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domingo, 7 de septiembre de 2014

"En estremo se holgaron el duque y la duquesa de ver cuán bien iba respondiendo a su intención don Quijote..."




Don Quijote reacciona tal y como los duques esperan. En extremo, se huelgan los duques; como niños que se regocijan tirando del hilo que mueve al títere. El títere puede acabar machacado…

Donde se prosigue la famosa aventura de la dueña Dolorida

Saludo a vuestras mercedes. Soy el mayordomo de los señores duques, aquel que hizo de Merlín ¿recuerdan? El capítulo anterior terminó con una comitiva negra y triste, tocando melancólicos instrumentos. Tras ella venía Trifaldín, el escudero de la condesa Trifaldi, el cual expone los deseos de su señora. Elegí a Trifaldín entre los numerosos criados con que cuenta este palacio ducal. Buena memoria, pronuncia bien un discurso, mantiene el semblante grave y no estalla de risa. Creo que, en su mocedad, sirvió de cómico en una compañía ambulante; aunque no lo reconoce, dada la mala reputación que conlleva haber trabajado en la farándula. No es el único…

Tras oírlo, Don Quijote está radiante: la condesa Trifaldi, también llamada Dueña Dolorida, viene a pie y en ayunas, nada menos que desde el lejanísimo Candaya. Solicita audiencia con nuestro caballero, ha de exponer sus cuitas y recibir la pertinente ayuda de su fortísimo brazo. Que pase, que pase la cuitada.

Y clama por la presencia de aquel “grave eclesiástico”, el que demostró tanta ojeriza a los caballeros andantes, para que vea si son necesarios en el mundo. Menudo rapapolvo le echó, yo lo vi…las cortinas son mis aliados.

Don Quijote reacciona tal y como los duques esperan. En extremo, se huelgan los duques; como niños que se regocijan tirando del hilo que mueve al títere. El títere puede acabar machacado…

Tras lo de Trifaldín, he de esconderme para vestirme de Dueña Dolorida. Me pongo rápidamente los monjiles ropajes, la triple falda y la toca blanca. Mas, antes de incorporarme a la comitiva, tengo tiempo de escuchar, escondido tras un frondoso arbusto, los razonamientos del escudero con los duques. Cuando no hay cortinas, me sirvo de la vegetación.

Sancho va a su avío. Tiene muy mala opinión de las dueñas y podría ser que la cuitada dueña estorbara su ansiado gobierno insular. Y el gran mentecato se pone a hablarnos de un boticario toledano, el cual hablaba como un jilguero. ¿Piaba, hablaba “polido” o era un correveidile? El escudero le oyó decir un día que “donde interviniesen dueñas no podía suceder cosa buena”. Y si todas son enfadosas e impertinentes... ¿cómo serán las que, además, están doloridas? ¡No habrá quién las soporte!

El escudero es algo malicioso. Llama a la condesa Tres Faldas o Tres Colas para dejar caer eso de que “en mi tierra faldas y colas, colas y faldas, todo es uno”.

Don Quijote le manda callar, la de las “lueñes tierras” no es de esas del boticario toledano. Le explica que, al ser condesa, tiene dueñas “señorísimas” que a su vez son servidas por dueñas. Y estas dueñas menores serán servidas por otras inferiores y, así, se establecerá una jerarquía dueñil.

Parece que viene alguien. ¡Es doña Rodríguez! Está furiosa. Me dice:

¡Alto ahí! Cállese, que no voy a permitir que cuente lo mío un mayordomo farandulero. Estoy presente cuando ese majagranzas de escudero habla mal de las de mi condición, incluso da a entender que somos de costumbres lujuriosas, que si colas y faldas…Procuro tener control sobre mí misma y, con mucha serenidad, le indico que hay dueñas, por aquí, que pudieran ser condesas si la fortuna hubiera querido…mas no quiso. Defiendo a mis compañeras dueñas, que nadie diga mal de ellas. Y si son doncellas y antiguas, merecen más respeto; aunque yo no sea de esa condición, que mi doncellez queda ya muy lejos. Cuando reinaba nuestro augusto emperador Carolo , en nombre de su augusta madre, doña Juana.

“Quien a nosotros trasquiló, las tijeras le quedan en la mano”, sentencio. Y este escudero, tan amigo de refranes, lo agarra para manifestar que hay mucho que trasquilar en las dueñas y mejor es no menar ese arroz, aunque se pegue. ¡Cómo encaja refranes el villano!

Le respondo que los escuderos siempre son enemigos nuestros. Son los “duendes de las antesalas “que suelen estar ociosos y se dedican a enterrar nuestra fama. A galeras les mandaba yo, que aunque les moleste, tenemos nuestro sitio en el mundo, aunque no muy confortable.” No hay virtud que no se encierre en una dueña”, puedo demostrarlo.

Mi señora, la duquesa, sale en mi defensa. Reconoce que tengo mucha razón, pero me dice que conviene esperar, antes de defenderme a mí misma y a mis compañeras. Ya veo que limpiar la mala fama de las dueñas, aunque sea ante el desconocido boticario y el escudero gobernador, no es prioritario para esta altísima señora. Lo que corresponde al momento actual, es reírse a costa de este resucitado caballero andante, como recién salido de sus librotes caballerescos. Dejemos a la criatura con sus juguetes…

Sancho replica que ahora, con sus humos de gobernador, las dueñas le importan un cabrahígo. Eso es cosa de escuderos. Hasta aquí, mi participación en este capítulo, así que me voy. Quédense con Dios.

La dueña Rodríguez desaparece y yo he de vestirme rápidamente, que suenan los pífaros y los tambores. La dueña Dolorida va a entrar y soy imprescindible.

Mientras lucho con las tres faldas y la toca, oigo hablar a los duques. La señora pregunta al señor si han de recibirla, puesto que es condesa y principal. Sancho da su opinión, que nadie le ha solicitado: hay que recibirla como condesa, que no como dueña.

Don Quijote, irritado, le pregunta quién le mete en esto, a lo que Sancho contesta que lo hace por cortesía, la misma que aprendió en su compañía.

El duque da la razón al rústico y opina que , al ver a la condesa, tantearán la cortesía que se le debe.

Suenan los tambores y pífaros, me ajusto la toca y me incorporo a la comitiva.

Un abrazo de María Ángeles Merino


Comentario copiado de "La arañita campeña", entrada con el mismo título.
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sábado, 6 de septiembre de 2014

"...de Sancho no hay que decir sino que el miedo le llevó a su acostumbrado refugio, que era el lado o faldas de la duquesa..."




Segunda parte del comentario al capítulo 2.36, del Quijote. Publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Una carta de Sancho a su mujer", correspondiente al día 11 de febrero de 2010.

Es un día caluroso y la servidumbre tiene la orden de servir la comida en uno de los jardines de palacio, el más fresquito. Como yo soy el cuerpo de casa, también he de ocuparme de la disposición correcta de la vajilla y de que las viandas no se echen a perder, con el calor. Como ven, sirvo para todo.

Comen, alzan los manteles y se entretienen con la conversación de Sancho, más sabrosa que la comida servida. Tengo poco tiempo, he de vestirme de…no, de nada, de nada.

Un pífaro, flautín para entendernos, suena tristísimo. Un tambor suena ronco y destemplado. Esta música encoge el alma.¡Lo mío me costó encontrar músicos así! Olviden lo que he dicho. A lo que vamos. Todos fingen alborotarse, pero el caballero y el escudero se alborotan de verdad. Sancho pide asilo en las faldas de mi señora.

Entran dos hombres con larguísimas ropas de luto., tocando dos enormes tambores negros, también de luto. El del pífaro viene a su lado, tan pizmiento como la pimienta.

Sigue a los tres de la música, un personaje que parece un gigante. Su negrísima y larguísima loba llama la atención. También sorprende por su ancho tahelí y su desmesurado alfanje. Un transparente velo negro deja ver una larguísima y blanquísima barba. Como veis, es el reino del superlativo.

Llega contoneándose, se hinca de rodillas y se dirige al duque. Mas mi señor no consiente que hable de rodillas y le hace levantar. Se pone de pie, se quita el antifaz y descubre una barba blanquísima, pobladísima y horribilísima.

Arranca del pecho una voz grave y sonora, la de meter miedo a los niños , y se presenta ante mi “altísimo y poderoso señor”. Se llama Trifaldín el de la Barba Blanca, es escudero de la condesa Trifaldi, también llamada Dueña Dolorida. Trae una embajada de la de los dolores, la cual pide licencia para entrar a contar su cuita.

Trifaldín desea saber si está aquí “el valeroso y jamás vencido caballero don Quijote de la Mancha”. La condesa viene a pie y en ayunas , desde el reino de Candaya, que todos suponen lejanísimo. Espera para entrar, con el ducal beneplácito.

El duque se ha aprendido muy bien el papel y pronuncia el discurso de bienvenida. Ha muchos días que tenemos noticia de la desgracia de la Trifaldi, llamada Dueña Dolorida por los malvados encantadores. Bien puede Trifaldín comunicarla que aquí está don Quijote, para ayudarla. Precisamente, su especialidad son “las dueñas viudas, menoscabadas y doloridas”.Tiene una mano para eso...

Trifaldín se va con su música llorona y su grandioso contoneo. El duque se dirige pomposamente a don Quijote. Apenas ha seis días que está en el castillo y ya vienen a buscarlo desde “lueñes tierras”. Las cuitas encuentran remedio en su fortísimo brazo.El brazo, un poco delgaducho, pero fortísimo.

Don Quijote quisiera que estuviera aquí aquel religioso, el de tan mal talante y ojeriza con los caballeros andantes. ¡Que vea si son necesarios en el mundo! Que venga, que venga esta dueña y pida lo que quiera, verá la fuerza de su brazo y de su espíritu…

Me voy presto, que tengo que colocarme tres faldas y alguna cosa más. No, no, no he dicho nada de faldas.

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino


Copiado de "La arañita campeña" de la entrada con el mismo título.

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viernes, 5 de septiembre de 2014

"Dijo... que aquella noche se había dado cinco azotes...con la mano. Eso —replicó la duquesa— más es darse de palmadas que de azotes"


¿Cinco? ¿Con la mano?


Comentario al capítulo 2.36, del Quijote. Publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Una carta de Sancho a su mujer", correspondiente al día 11 de febrero de 2010.

Saludo a vuestra merced. Tuve ocasión de relatarle cómo hice la figura de Merlín, con mayor o menor habilidad de actor. En aquella carroza, vestido con rozagantes ropas negras que, en un momento dado, descubrí para mostrarme como la esquelética figura de la Muerte.

Mas no fue sólo eso, ahora confieso que acomodé todo aquel aparato, compuse los versos y las palabras de aquella Dulcinea un tanto hombruna…como que era un paje palaciego.

Me presenté, ante vuestra merced, como un humilde servidor, mas no le aclaré mi condición de mayordomo de mi señor el duque, el cual tiene en mucho mi ingenio socarrón y desenfadado. Actor, director de escena, poeta, escribano y…mayordomo. Sí, a pesar de mi habilidad escribiendo y dirigiéndolo todo. Y ordené otra aventura, la conocerá vuestra merced, a continuación.

Detrás de unos amplios cortinajes, presencio una conversación de Sancho con mi señora la duquesa, que se interesa por la tarea penitente del escudero, si había comenzado ya a zurrarse. Dice que cinco, dados con la mano. Ella piensa que esas blandas palmaditas no satisfarán a Merlín. La libertad de Dulcinea no puede ser tan baratita, qué menos que una disciplina de esas que hacen sangre. Mi ama se pone a hablar como un predicador, diciendo no sé qué de las obras de caridad flojas. El rústico, tiene la osadía de pedir alguna disciplina que no le duela demasiado, para sus carnes de algodón. La duquesa le asegura que buscará una adaptable a sus tiernas carnes. ¿Tiernas las carnazas de este destripaterrones?


¡Cómo se enternece el tierno escudero ante su alteza, la señora de su ánima! Desea que tan grandísima dama lea una carta destinada a Teresa, su mujer. Como buen marido ausente, le cuenta lo sucedido tras su marcha. La guarda cerca de su corazón, en el arca de su seno, do no se le podía pegar mucha limpieza. No está muy seguro, aunque él diga lo contrario, de que esté escrita en un estilo adecuado a las circunstancias. Como no sabe escribir, se la dictó a alguien, escribanos no faltan en esta corte…

La duquesa lee, para sí, una disparatada carta. ¿Cómo sé de su contenido? Aquí todo se sabe, con tantos ojos y oídos como hay. No les digo más que con pelos y señales…
Parece ser que comienza con los “buenos azotes” que le cuesta el ser gobernador. Aunque la gobernadora doña Teresa tenga buenas entendederas, se quedará perpleja. Más desconcertada, aún, cuando le lean eso de ir en coche, una pobre mujer que en su vida habrá subido a vehículo alguno. Andando siempre y descalza las más veces. Y ahora su Sancho va y dice que “todo otro andar es andar a gatas”.

A caballo regalado no le mires el diente y, sin preguntarse qué hace su marido con un sayo verde de caza, se pondrá a la tarea de convertirlo hábilmente en saya y cuerpos para su hija, aunque esté desgarrado. Una tejido así, tan bien bataneado, no lo ha visto la villana en su vida.

Sancho reconoce que está a la altura de su amo, tanto en locura como en mentecatería. Dirá para sí la pelarruecas: ¿Loco mi marido? Aunque lo haya tenido siempre por cuerdo, a la vista de lo que cuenta, cambiará de opinión. Que si ha estado en la cueva de Montesinos, Merlín, Dulcinea y Aldonza. ¿Qué nombres son esos? Y cuenta que se ha de dar tres mil y trescientos azotes, para que esa Dulcinea quede como la madre que la parió. Suponemos que ha querido decir desencantada porque , de aquella señora que la trajo a este mundo, no tenemos noticias.

Le pide que guarde el secreto. Pronto partirá para el gobierno, adonde va con deseos de hacer dineros. La sinceridad de este rústico es inaudita, pero va acertado, ya lo creo. Los gobernadores de verdad así piensan, aunque jamás lo reconozcan.

Así que tanteará el terreno y ya le avisara si ha de acudir o no. Y no se olvida del rucio, está bien de salud y se encomienda mucho a la señora Teresa. ¿Cómo hará eso el borrico? ¿Rebuznando o coceando? Podría ganar dinero exhibiendo al animalillo.

Si la mi señora le besa las manos mil veces, Teresa besará dos mil. Eso es barato. Y añade algo de una maleta con cien escudos dentro. Si por aquí hubiera unas cuantas así, iba yo a estar aquí, organizando patochadas caballerescas.

Pero que no tenga pena, que todo saldrá en no sé qué colada. Lo que sí siente este mentecato es eso que le dicen de que, una vez probada la golosina del poder, se comerá las manos tras él. ¡Verdad ahora y verdad dentro de cuatro siglos! ¡Por que dentro de cuatro siglos? No sé, cuatro, diez o mil da igual.

Y con lo de comerse las manos, se permite decir una gracia acerca de mancos y demás “estropeados”, cuya canonjía privilegiada está en pedir limosna. Así que Teresa será rica aunque Sancho se coma las manos. Dejemos en paz a los mancos, que los hay muy ilustres.

Se despide con buenos deseos y pone una fecha equivocada. El señor gobernador no sabe en qué día vive. Tampoco sabe dónde está. Eso sí, firma como “tu marido el gobernador”: Sancho Panza.

La duquesa le señala dos errores. Uno es que el gobierno no se lo dan por el vapuleo , siendo anterior la promesa del duque. Cuando su ducal esposo lo prometió “no se soñaba haber azotes en el mundo”. El otro error es el mostrarse codicioso, que “el gobernador codicioso hace la justicia desgobernada”. ¡Cómo habla mi señora! ¡Excelente fingimiento el suyo!

Sancho se disculpa, si la carta no sirve, se rompe y se escribe otra distinta. La duquesa, disimula la risa y le dice que no, que ésta es buena y desea que la vea el duque, mi señor.


(Continúa)

Un abrazo a todos los que pasáis por aquí de: 

María Ángeles Merino


Copiado de "La arañita campeña" de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/02/dijo-que-aquella-noche-se-habia-dado.html


jueves, 4 de septiembre de 2014

“Y ya en esto se venía a más andar el alba, alegre y risueña; las florecillas de los campos se descollaban y erguían ..."








El capítulo termina con un amanecer tópico (Parodia final del amanecer mitológico, acorde con el tono de todo el capítulo) que, en lugar de al principio, Cervantes coloca al final. Pero me sirve para lucir mis flores, las de este verano.

"Y ya en esto se venía a más andar el alba, alegre y risueña; las florecillas de los campos se descollaban y erguían , y los líquidos cristales de los arroyuelos, murmurando por entre blancas y pardas guijas, iban a dar tributo a los ríos que los esperaban . La tierra alegre, el cielo claro, el aire limpio, la luz serena, cada uno por sí y todos juntos daban manifiestas señales que el día que al aurora venía pisando las faldas había de ser sereno y claro"

Segunda parte del comentario al capítulo 2.35, del Quijote. Publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Receta para desencantar a una dama", correspondiente al día 4 de febrero de 2010.

Mi señor, el duque, le indica que si no se ablanda como una breva, no será gobernador. Que mi señor no puede enviar a un gobernador cruel y pedernalino, para sus insulanos. ¿Insulanos? ¿Qué es eso de la ínsula? Que yo sepa, tiene posesiones en el reino de Castilla y en el de Aragón, pero yo no sé de ninguna ínsula. Así que elija: o se azota o es azotado.

¿No le darán dos días para pensarlo? No, ha de decidirlo aquí y ahora. Dulcinea volverá a la cueva de Montesinos o será conducida a los Elíseos Campos, donde esperará a que las posaderas de Sancho reciban el azote número tres mil trescientos. Rústica o dama, de él depende.

Mi señora aguanta la risa y anima a Sancho con un “ea”. Que sea agradecido al pan que ha comido y dé el sí a la azotaina.

Luego, me pregunta el escudero. No olviden que soy Merlín. Me pone en un aprieto, que si el diablo correo dio a su amo un recado del señor Montesinos; diciendo que esperase aquí, donde daría orden de desencantar a la señora Dulcinea del Toboso. Me señala que no han visto a Montesinos.

Le digo que el Diablo es mentiroso, que yo le envié en busca de su amo; pero no de parte de Montesinos sino mía.Montesinos está en su cueva intentando desencantarse, que ya tiene bastante con lo suyo y con Durandarte.

Le insto a que dé el sí. Como si fuera un sacerdote, le digo que la disciplina será buena para su alma. Como si fuera médico, suelo escuchar al que visita a los señores duques, le digo que es de complexión sanguínea y no le vendrá mal perder sangre. Sancho me contesta, con sorna, que hasta los encantadores son médicos.No es tan tonto.

Al final, se ablanda y manifiesta estar contento de darse los tres mil trescientos, con la condición de dárselos cada y cuando quisiere. Él saldará la deuda lo más presto que le sea posible, para que el mundo goce la hermosura de Dulcinea. Él pensaba que no era bella, pero resulta que sí lo es.

El duque y la duquesa se miran y sonríen. La que tienen preparada, cuando el diablo no tiene nada qué hacer, con el rabo spanta las moscas. Esto de los refranes se contagia.

Sancho está por poner condiciones y las pone. No está obligado a sacarse sangre y si hay azotes de mosqueo, también cuentan.

Y como yo, que soy Merlín, lo sé todo; he de contar los azotes y avisar de los que faltan o sobran.

Yo, con mi ciencia zoroástrica, le informo de que llegando al cabal número, quedará Dulcinea desencantada. No habrá sobras Y Sancho recibirá la visita agradecida de Dulcinea, en su prístino estado. Merlín no engaña.

El escudero acepta la penitencia, con las condiciones señaladas. Suenan las chirimías, se disparan arcabuces y don Quijote se cuelga del cuello de Sancho y le da mil besos, en frente y mejillas.

¡Qué contentos mis señores y todos los presentes! El carro camina y la Dulcinea argentada inclina la cabeza a los duques y hace la reverencia al de la descomunal zurra.

Viene el alba, volvemos todos al castillo. Cielo claro, aire limpio, luz serena. Mañana será un buen día. Merlín está cansado y no se fija en florecillas, ni en arroyos.

Un abrazo a todos los que pasáis por aquí de: 


María Ángeles Merino


Copiado de "La arañita campeña" de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/02/y-ya-en-esto-se-venia-mas-andar-el-alba.html

miércoles, 3 de septiembre de 2014

"A ti digo...es menester que Sancho tu escudero se dé tres mil azotes y trecientos en ambas sus valientes posaderas..."



"A ti digo...es menester que Sancho tu escudero
se dé tres mil azotes y trecientos
en ambas sus valientes posaderas..."

Comentario al capítulo 2.35, del Quijote. Publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Receta para desencantar a una dama", correspondiente al día 4 de febrero de 2010.

Me presento ante vuestra merced. Vengo de ese limbo donde habitan los personajes secundarios del famoso libro titulado “El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha”. Me trae hasta esta caja luminosa, la dueña Rodríguez.

Esa añosa dama nunca fue santo de mi devoción, era bien conocido su mal humor y despotismo,  entre la servidumbre del palacio ducal. Sin embargo es ella la que me ha encaminado hasta este ingenio infernal que maneja vuestra merced, asegurándome que aquí los secundarios, o terciarios, expresan su punto de vista con libertad.

Soy Merlín, bueno ese Merlín más falso que Judas, el cual aparece en el capítulo treinta y cinco, del segundo libro, subido a un carro triunfal. Recordarán que, en el sueño que don Quijote tuvo en una famosa cueva, se cita a Merlín como encantador de Montesinos, Durandarte y “otros muchos”. Aquel Merlín no era el mago galés del ciclo artúrico. Era apócrifo, y éste lo es todavía más. Lo conocerán por mi recitado: tiene una fórmula para desencantar a la llamada Dulcinea del Toboso.

¿Y quién soy yo, en verdad? Pues soy un humilde servidor de los señores duques que, como otros muchos, nos hemos visto obligados a representar un papel en esta cortesana farsa.

El cortejo que rodea a mi carro triunfal, viste de blanco; mas yo parezco una mosca en leche, con mis rozagantes ropajes negros… Al son de chirimías, arpas y laúdes, marcho subido a este carro triunfal; donde aun las pardas mulas son blancas, bien encubertadas de lienzo blanco. Sobre cada acémila, un albo disciplinante de luz, con su hachón encendido. Aquí, arriba, otros doce níveos disciplinantes, con otras tantas hachas encendidas, asombrando y amedrentando, todo a la vez.

Y, en un levantado trono, una mujer joven, con su abundancia de plateados velos y sus brillos baratos de argentería dorada. Creo que conozco a esta ninfa, o ninfo, sí, es…Va cubierta con un transparente cendal, que no oculta su bello y joven rostro. Y, junto a la de las gasas, voy yo.

Seguimos las instrucciones recibidas: cuando el carro se coloca frente a mis señores y don Quijote, cesa la música y descubro mi rostro. Me han caracterizado como a la figura descarnada de la muerte. El caballero muestra aflicción, el escudero se asusta. El duque y la duquesa fingen algo de temor.

Sé de memoria lo que he de recitar, mi presentación como Merlín, príncipe de la Mágica. A pesar de la humildad de mi cuna, no carezco de instrucción, sé leer y leo cuando cae en mis manos uno de esos tesoros de papel. Me crié junto a uno de los hijos del duque, le acompañaba a todas partes, incluso en las lecciones que le daba aquel dómine tan paciente, el cual repetía y repetía lo que el noble discípulo debía conocer. Puedo decir, sin exagerar, que yo aprovechaba aquellas enseñanzas más que mi joven señor.

Ahora sigo leyendo, entro a horas intempestivas, a escondidas, en la biblioteca del palacio, tan poco visitada. Tengo llaves… Las historias del rey Artús y Merlín están ahora fuera de los estantes, mi amo los ha usado para preparar mi recitado. No creo que lo haya escrito él, algún escribano le habrá ayudado.

En el momento de descubrirme y presentarme como Merlín y recitar aquello, llevo todo el día trajinando, sin haber dormido nada la víspera, con muchos tragos de la bota en el estómago.No es de extrañar que mi voz suene un tanto extraña.

Ahora soy Merlín, el mago. No soy hijo del diablo, eso fue una calumnia. Si los encantadores son de condición áspera, la mía es blanda y amiga de hacer el bien. Estaba yo en las cavernas y me llega el mensaje doliente de Dulcinea. La han metamorfoseado: de gentil dama a rústica aldeana. Me da lástima, encierro mi espíritu en esta espantosa apariencia y busco la solución en  miles de libros de mi ciencia. Al fin, encuentro el remedio. Me dirijo a don Quijote de la Mancha, gloria y honor de la caballería andante, loando su laboriosidad, para indicarle la fórmula, con la que Dulcinea puede recobrar su estado primo: el escudero Sancho ha de propinarse tres mil trescientos azotes en sus no pequeñas posaderas.

Sancho reacciona como movido por un resorte.Salta. De ninguna manera, ni tres mil azotes ni tres. Sus posas no tienen nada que ver con los encantos. Dulcinea se puede ir sin desencantar a la tumba.

Sus palabras provocan un tremendo acceso de ira en don Quijote, que le amenaza con atarle desnudo a un árbol y darle seis mil y seiscientos.

Yo le hago saber que los azotes no ha de recibirlos por fuerza,sino cuando quiera. Y ofrezco la posibilidad de recibir la mitad del vapulamiento, siempre que los azotes sean dados por mano ajena. Redención por vejación, buena fórmula.

Sancho rechaza mi oferta, que se azote su amo, que la llama “mi alma”. Mis amos y mis compañeros, los de luz, están a punto de estallar de risa, al oírle eso de “¡Abernuncio!”.

Se levanta mi compañera de carro, la ninfa plateada. Se aparta el velo del hermoso rostro y la voz que sale de esa boca no es muy de dama, no, por cierto.

¡Menudo rapapolvo para el de las posas ¡Qué improperios! Malaventurado, alma de cántaro, corazón de alcornoque, ladrón y desuellacaras. Casi nada. Y no para ahí. Si le mandaran que se comiera una docenita de sapos o cosas así…Si le mandaran matar a su mujer e hijos…Pero mil trescientos azotes, que cualquier huerfanito recibe en un mes…pobres huérfanitos. Espanta, a la gente piadosa y con blandas entrañas, que no esté dispuesto al sacrificio.

También le exhorta a que vea como lloran sus ojos, surcando sus hermosas mejillas. Que su edad florida de diecinueve años “, se consume y marchita debajo de la corteza de una rústica labradora”, aunque ahora, no aparezca ni como tal.Ahora parece el muestrario de un buhonero, llena de lentejuelas doradas. Y ni a Sancho, ni a don Quijote les extraña este detalle.

Le ruega que se dé en esas carnazas para que pueda recuperar su belleza. Y si no lo hace por ella, por Dulcinea, que lo haga por su amo, que tiene el alma en la garganta, pobre.

Don Quijote, tentándose la garganta, se vuelve al duque le manifiesta que Dulcinea dice verdad, que lleva “el alma atravesada en la garganta”.

Mi señora, la duquesa, pregunta a Sancho, el cual insiste en su “abernuncio”. Mi señor le indica que ha de decir “abrenuncio”, mas Sancho no está para letras, que tres mil trescientos azotes deben escocer y amargar lo suyo.

Luego recrimina a la presunta Dulcinea, eso no son formas de pedir. Si le hubiera ofrecido algún detallito, tal vez un canasto de ropa blanca. Este hombre es una máquina de ensartar refranes: que si las dádivas, las peñas, un asno cargado de oro, un toma, dos te daré…

A continuación arremete contra su amo, que le doblará los azotes, a todo un gobernador. Que aprenda a rogar, que esas no son maneras. El escudero reventando de pena por su sayo roto y vienen a pedirle que se dé miles de azotes.


(Continúa)

Un abrazo a los que pasáis por aquí:


María Ángeles Merino, de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/02/ti-digoes-menester-que-sancho-tu.html