viernes, 21 de noviembre de 2014

"no es posible que una dueña toquiblanca, larga y antojuna pueda mover ni levantar pensamiento lascivo "


Don Quijote, está mohíno y señalado por las uñas de un gato, desdicha ajena, que no aneja, a la caballería andante.(Ana Queral pinta al Quijote)


No se imaginaba la dueña Rodríguez las dolorosas consecuencias de sus indiscreciones. Esta dueña también es dolorida.(Ana Queral pinta al Quijote).


Comentario al capítulo 2,48 del Quijote, segunda parte, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Azotes y pellizcos con una historia de crítica social escondida", correspondiente al día 6 de mayo de 2010.

"De lo que le sucedió a don Quijote con doña Rodríguez, la dueña de la duquesa, con otros acontecimientos dignos de escritura y de memoria eterna."

Miro la pantalla de mi ordenador y veo algo que no me es desconocido. ¿Qué imagen es ésa? No es una extraña publicidad de esas que emergen en Internet, no se trata de ningún anuncio, no. ¡Es una mujer vestida monjilmente, con ropajes negros y enorme toca blanca! ¡Es doña Rodríguez, la “reverenda dueña”! ¡Está ahí dentro, como la otra vez, en la pantalla de mi ordenador! Parece que quiere decirme algo, subo el volumen y escucho una voz algo fantasmal. Me dice:

“Ruego a vuestra merced, mujer amanuense, cese su movimiento digital, sobre ese extraño artefacto y me preste atención. Conoce vuestra merced mi procedencia, vengo de ese limbo, tan aburrido, en que viven los personajes secundarios de aquel genial libro, dado a la estampa con el título de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”. Sé que vuestra merced me concedió, anteriormente, su atención; por eso me presento, ahora, para representarle lo que pasó tras lo ya relatado. Verá vuestra merced:

Don Quijote, está mohíno y señalado por las uñas de un gato, desdicha ajena, que no aneja, a la caballería andante. Seis días lleva encamado, nadie lo ha visto; pero yo no me resisto, el llavero está a mi alcance. He de verlo y entablar amena conversación.

Me hago con la llave del aposento donde se repone el malferido don Quijote. Abro, sigilosamente, la puerta. Tal vez esté dormido y, si le despierto con brusquedad, puede echar mano a la espada y emprenderla a tajazos conmigo, confundiéndome con algún encantador follón y malandrín.

No hay por qué temer, que mi caballero permanece desvelado, pensando en sus desgracias y en el acoso de esa tontuela Altisidora. ¿He dicho mi caballero? Borre, por Dios, ese mi; un lamentable lapsus linguae, fruto de la precipitación. Decía que el caballero , a pesar de mi cautela, percibe el girar de la llave.

Y manifiesta en voz alta sus pensamientos. Cree que la alta doncella Isidora, viene a turbar su honestidad de casto doncel. ¡A forzarle, Dios no lo quiera! Tal vez, cayendo en las redes traicioneras, falte a su Dulcinea. ¡No, eso nunca!

Grabada, estampada, escondida en sus entrañas; así la siente. ¿Qué demonios tendrá la tobosana? Cebolluda labradora, dorada ninfa del Tajo, con Merlín, con Montesinos…le da igual, es suya de todas maneras. No entiendo eso, pero suena muy bien.

Abro la puerta y acaba sus enamoradas razones. Se pone de pie, en la cama, y luce una imagen fantasmal. La colcha de manto, la galocha de corona y una cabeza toda vendada. Esos bigotes tiesos y vendados podrían haber movido a risa, mas la verdad es que estoy asustada.

Espera, no hay duda, a aquella que tan impúdicamente se le ofreció, en el jardín. Me ve entrar, arrastrando mis blancas tocas, con la vela medio encendida, mis anteojos. La expresión de su rostro es la de quien ve a un fantasma. Se santigua apresuradamente.

Él medroso, yo asustada. Doy una gran voz y con el sobresalto se me cae la vela de las manos. Uy, yo me voy de aquí. Me enredo con las faldas y las tocas, vuelan los anteojos. La caída no es pequeña. Buena liebre…

Don Quijote conjura al “fantasma”, para que diga qué quién es y que quiere Si es alma en pena, le ofrece sus servicios como caballero andante, incluso en el purgatorio.

Por mi temor deduje el de don Quijote. Desolada le digo quién soy, en verdad. Me presento como doña Rodríguez, dueña de honor de la duquesa, con una necesidad de las que su merced suele aliviar.

Y, en lugar de indagar el origen de mi cuita, me pregunta si vengo “a hacer alguna tercería. ¿Me está llamando Celestina? Me hace saber que él no es para nadie, si no es para la sin par Dulcinea. Qué empecinamiento el de este hombre. Y que si olvido “todo recado amoroso”, puedo departir con él de todo lo que quiera.

Dejo el enojo que lo de la “tercería” me ha causado y contesto, reprimiéndome, que aún no soy tan vieja, para tener que dedicarme a esas actividades celestinescas. Que tengo todos los dientes y muelas, a excepción de los que se me cayeron.

Le pido que espere, mientras salgo a encender la vela, que le contaré mis cuitas, como al gran “remediador” que es. No sé si me remediará, que mi don Quijote, lo sé, tiene muy mala opinión sobre nosotras, las vituperadas dueñas. Impertinentes, fruncidas, melindrosas, inútiles para el humano regalo…eso es lo que opinan por ahí.

Si para tan poco servimos ¿por qué no colocan una dueña de bulto, una estatua, en sus salas, para dar autoridad? Labrar y callar.

Cuando vuelvo al aposento, con la vela, encuentro levantado al arañado caballero. No me parece “honesta señal” el verlo levantado, temo por mi seguridad y así se lo hago saber.

Me responde, irritado, que él mismo se pregunta si está seguro, si no corre el riesgo de ser”acometido y forzado”. ¿Un varón hablando como una indefensa doncellita?

Le pregunto a quién pide esa seguridad, Me contesta que es a mí a quién la demanda, porque ni él es de bronce, ni yo soy de mármol. Es más de medianoche y estamos en una estancia cerrada.

Pero, al fin, confía en su “continencia y recato”, así como en mis “reverendísimas tocas”.

En esto, inicia una singular ceremonia. Ambos besamos nuestra mano derecha para, a continuación, asir la del otro. ¡Si alguien nos viera de esta guisa!

Mi recatadísimo caballero se entra en el lecho, se acurruca y se cubre hasta el cuello. Yo me siento en una silla algo desviada de la cama, por si acaso...es un hombre, al fin y al cabo.

Nos sosegamos y me da licencia para contar mis cuitas. Me asegura que me escuchará con “castos oídos” y me socorrerá con “piadosas obras”. Así lo creo y comienzo con lo mío. Desbucho:



La dueña Abejita haciendo "vainillas" o vainicas.

Comienzo presumiendo de mi limpio linaje procedente de las Asturias de Oviedo. Así es aunque me veáis en hábito de asendereada dueña, en el reino de Aragón.

Ocurrió que mis padres empobrecieron y me trajeron a la corte, de Madrid, donde me acomodaron como doncella de labor de una principal señora. Nadie como yo para hacer “vainillas y labor blanca”. Todo el día de Dios sacando hilos…

Pronto fui una criadita huérfana, sometida a un duro trato y a un mísero salario. En ese tiempo se enamoró de mí un escudero de casa, hidalgo como montañés que era y ya mayorcito. Tras tratarnos secretamente, nos casamos católicamente. Nació mi hija y, poco tiempo después, murió mi esposo a consecuencia de un desgraciado accidente. Lloro recordando mi desgracia.

Mi montañés era el que llevaba a mi señora a las ancas de una negrísima mula, por las calles madrileñas. Pero un día, mi señora, doña Casilda le clavó un alfiler en todos los lomos, por empeñarse en dar la vuelta, sin su permiso, para acompañar a un alcalde de corte, el cual venía en dirección contraria. El sobresalto fue tan grande que dio con la de las ancas en el suelo, tras el aguijonazo.

Su excesiva cortesía fue divulgada y comentada con muchas risas, incluso los muchachos se burlaban de él. Por esto y por corto de vista, mi ama, Casilda, la que no era duquesa, lo despidió y, al poco tiempo, murió de pesar.

En la anterior visita a vuestra merced, mujer amanuense, convertí a mi difunto en soldado caído, en los Viejos Tercios. Ruegole perdone mi falta, quedaba más heroico morir al servicio del Emperador que hacerlo de pesadumbre, sin ocupación y siendo el hazmerreír de la chiquillería.

Quedé viuda desamparada y con una hija, de creciente hermosura. Mi señora, la duquesa, esta sí lo era, me llevó consigo a este reino de Aragón, movida por mi buena fama como costurera. Aquí creció mi hija con sus donaires: canta, danza, baila, lee, escribe, cuenta y más limpia, no la hay. Dieciséis años, cinco meses, tres días…creo que tiene. Soy precisa, incluso, en la inseguridad.

¿Qué pasó con mi bella niña? Pasó que un labrador riquísimo se enamoró de ella, la burló y faltó a su promesa de matrimonio. No sé dónde estaría yo cuando se juntaron...pero lo hicieron.

Mi señor, el duque, lo sabe puesto que me he quejado a él, muchas veces. Sólo le pido que le mande casarse con mi niña. Pero “hace orejas de mercader”, que el padre del burlador le presta dineros y es fiador de sus trampas. Incluso los grandes se endeudan…

Después de este relato, pido al caballero andante, aunque malherido y rasguñado, que deshaga el agravio, con ruegos o con armas. Enderezar tuertos, amparar a los miserables, para eso está la caballería andante. Si lo dicen los libros ¿quién va a dudar de que sea así? Huérfana es mi hija, ha de ampararla.

Le hago saber que de cuantas doncellas tiene la duquesa, no hay ninguna que le llegue a la suela de su zapato. Quiero que don Quijote sepa que” no es todo oro lo que reluce”. Le advierto que esa Altisidorilla es más presumida que hermosa, demasiado desenvuelta, poco recatada y no muy sana. Que ese aliento insufrible, de alguna enfermedad nace.

Y reconozco que soy demasiado atrevida. Aunque las paredes oyen, ahora le toca el turno a la duquesa. Don Quijote, sorprendido, me pregunta qué tiene la señora duquesa, por vida suya.

Y no me puedo callar. La hermosura duquesil, su tez tersa, sus mejillas de leche y carmín, su gallardía. ¿A quién se lo tiene que agradecer? Primero a Dios y luego a dos fuentes que tiene en las dos piernas, por donde desagua los malos humores. Humores de los que está llena. Menudo trabajo el del cirujano con su lanceta. 


Don Quijote pregunta si es posible que la señora tenga “tales desaguaderos”. Lo cree, porque lo digo yo. Pero me corrige, tales fuentes, en tales lugares, en tal señora…no pueden manar humor sino ámbar líquido.

De repente, se abren de golpe las puertas del aposento. Se me cae la vela y quedamos a oscuras. Entran varias personas. Mientras uno me agarra la garganta, otro me alza las faldas y con un objeto duro se pone a darme muchos y dolorosos azotes, dejándome las posaderas en carne viva. Ay, bien conozco esas manos que se vengan de mi indiscreción. Ay, que se me ha olvidado mi humilde condición, perdón, perdón.

Don Quijote no entiende aquello y permanece mudo, en el lecho. Oye mis lamentos y teme que vayan a por él. Y, así es, porque en cuanto acaban de molerme, le destapan y le pellizcan, aunque él se defiende a puñadas. Cuando se van las fantasmas, recojo mis faldas y salgo del aposento, gimiendo mi desgracia. Dejo solo a mi caballero dolorido que, tal vez, esté pensando en algún perverso encantador. Sí, sí, encantador. Encantadoras…

Un abrazo a todos de María Ángeles Merino

Desaparezco

(Sigue)


Copiado de "La arañita campeña", entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/05/no-es-posible-que-una-duena-toquiblanca.html

jueves, 13 de noviembre de 2014

Hambriento, débil, irritado y aguantando a un pelmazo.


Segunda parte del comentario al capítulo 2,47 del Quijotepublicado en "La acequia" , en la entrada titulada "Sancho, gobernador de Barataria", correspondiente al día 15 de abril de 2010.

Se siente débil e irritado. Además, le molesta lo inoportuno de la visita, Estos “negociantes” creen que pueden presentarse a cualquier hora. Piensan, tal vez, que los gobernadores no necesitan descansar, que son de piedra y no de carne y hueso. Si le dura el gobierno, que no lleva trazas de durar, bien se lo tiene tragado, meterá en cintura a más de uno.

El paje puede dejarlo entrar. Pero, cuidado, no vaya a ser un espía o asesino, de esos que le rondan. No, no tema el señor gobernador. Parece “una alma de cántaro”, “tan bueno como el buen pan”. ¡Pan! ¿Ha dicho pan? Por Dios, que no se lo mienten…

Como Pedro Recio ya no está, Sancho se atreve a pedir algo para comer, aunque sea pan y cebolla. El maestresala le tranquiliza, en la cena podrá desquitarse. Dios le oiga.

Entra el labrador y pregunta quién es el gobernador. El secretario le responde que el de la silla, quién si no. El negociante se arrodilla y le pide la mano para besarla. Sancho lo tiene muy claro, cada uno en su estamento social, que se levante y deje eso del besamanos para los señores.

El negociante se presenta como labrador, natural de Miguel Turra. Lugar cercano a Ciudad Real, que Sancho conoce bien porque no está lejos de su pueblo.




Sancho le pide que hable y resulta ser un pelmazo. Alguien ha preparado su discurso inaguantable, para mayor tortura del hambriento gobernador. Y, como todo pelmazo que se precie, ha de contar su vida. Y éste la cuenta, la que fue y... la que pudo ser y no fue.

Muy católicamente casado, con dos hijos estudiantes: el menor estudia para bachiller, el mayor para licenciado. Y si a su mujer, preñada del tercero, no la hubiera purgado y matado un mal médico, tendría un hijo estudiando para doctor, qué menos.

El gobernador, con sorna, saca en conclusión que si su mujer no hubiera muerto, su interlocutor no sería viudo. Asiente el labrador y Sancho expresa su aburrimiento.A dormir...

Dice, que su hijo, el bachiller, se enamoró de Clara, la Perlerina, hija de un labrador riquísimo. Y, como toda la dinastía de los Perlerines, afectada de perlesía o parálisis. Y nos pinta magistralmente a la perla, digo a la doncella: tuerta, picada de viruelas, con la boca grande, la nariz arremangada, desdentada, con labios de tres colores. Y la chica le parece guapa, que su hija ha de ser.¡Qué perla oriental es la Perlerina!

Sancho le anima a seguir con el retrato, menudo postre si hubiera comido. Y sigue: encogida, con las rodillas en la boca, no se puede levantar, si pudiera daría con la cabeza en el techo, con las manos agarrotadas y las uñas largas y acanaladas.
Ahora viene la pregunta clave “¿Qué es lo que queréis ahora?”

El labrador pide a su merced que le haga una merced de darle una carta de favor para su consuegro Perlerín, suplicándole que consienta en la boda , dado lo iguales que son en fortuna y  naturaleza. Porque si la Perlerina es monstruosa, el novio es un endemoniado, con la cara abrasada y los ojos hechos fuente…Pero, a pesar del diablo, es un ángel. Y… un bendito si no se golpeara a sí mismo, en la cara. Menudo cuadro y menudo matrimonio, Cervantes ha cargado las barrocas tintas.

La paciencia de Sancho se agota, pero todavía encuentra fuerzas para preguntar si quiere otra cosa.

El “buen hombre” dice que no se atreve, “pero vaya, que, en fin”, lo va a decir. Sólo pide unos trescientos o seiscientos ducados, para que su hijo ponga la casa, sin depender de sus suegros.




Sancho se reprime un poco más y le anima a pedir otra cosa, que no le dé vergüenza. Pida por esa boca.El labrador manifiesta no querer más y el gobernador se levanta, agarra la silla y explota. ¡Cómo explota!

Y amenaza al “patán, rústico y mal mirado”. Si no se va de su presencia, romperá la silla en su cabeza.Y no se queda corto con los insultos: hideputa bellaco, pintor del demonio, hediondo, socarrón y mentecato. ¿Pedirle seiscientos ducados? ¿Dónde los puede tener? ¿Por qué se los había de dar si los tuviera? ¿Qué le importan a él los Perlerines? Hace un día y medio que tiene el gobierno y este “desalmado” piensa que ya puede tener seiscientos ducados. ¡Le ha llamado corrupto!




El labrador se va cabizbajo y temeroso de que la silla acabe estrellada en su cabeza. ¡Qué bien hizo su papel! A ver si se estira el duque...

Dejamos al colérico Sancho y volvemos con don Quijote, convaleciente de sus gatescas heridas. Cide Hamete promete contarlo veraz y puntualmente.

Un abrazo de María Ángeles Merino


Copiado de "La arañita campeña", entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/04/hambriento-debil-irritado-y-aguantando.html

sábado, 8 de noviembre de 2014

La desesperación de las tripas de Sancho


"Mas lo que yo sé que ha de comer el señor gobernador ahora para conservar su salud y corroborarla, es un ciento de cañutillos de suplicaciones y unas tajadicas subtiles de carne de membrillo, que le asienten el estómago y le ayuden a la digestión."

Primera parte del comentario al capítulo 2,47 del Quijote, publicado en "La acequia" , en la entrada titulada "Sancho, gobernador de Barataria", correspondiente al día 15 de abril de 2010.


"Donde se prosigue cómo se portaba Sancho Panza en su gobierno"

Dejamos a don Quijote, en el lecho de dolor, recuperándose de heridas y arañazos. Cambiamos de escenario y ahora estamos con Sancho gobernador, que pasa del juzgado a un “suntuoso palacio”, en Barataria.

Lo conducen a una gran sala, donde va a comer. La mesa, “real y limpísima”, está dispuesta sólo para una persona. ¡Qué pequeñito se siente!

Suenan chirimías y, muy en su papel, recibe gravemente a los pajes que le dan agua a las manos. Sus jugos gástricos se preparan para una opípara comida. Su imaginación vuela hasta las “espumas” de las bodas de Camacho. Esto va bien, pero… ¿quién es ése de la varilla? ¿El que dirige a los músicos?

Levantan una “riquísima y blanca toalla”, lo que hoy llamamos servilleta. Asoman las frutas y diversos manjares. ¡Qué buen aspecto tienen! A ver si acaba el de la bendición, que los juicios rápidos dan un hambre…

¿Qué es esto que le ponen al cuello? ¡Un babero con encajes! Se siente como un niño de pecho, de esos de casa fina. Menos mal que llega el maestresala y le pone delante un plato de fruta fresca. ¡Qué refinados son los grandes señores! Fruta para comenzar la comida…

Apenas ha dado un mordisquito, cuando el de la varilla da unos toquecitos con ella, en el plato, el cual es inmediatamente retirado. Bueno, aquí viene otro manjar, listo para que dé buena cuenta de él. Pues no, visto y no visto, un paje lo alza, con tanta presteza, como el de la fruta.

Sancho les mira, cómo les mira. Y con sorna, pregunta si ha de comer haciendo juegos de prestidigitación.

El de la vara replica que se ha de seguir las costumbres insulares. Se presenta como médico y asalariado, al servicio de gobernadores, para cuidar su salud. Ha de tantear, bien tanteada, su complexión, para poder curarle, si cae enfermo. Para ello, lo más importante es impedirle comer los alimentos que este singular galeno “imagina”, sólo imagina, como dañinos.

¿Qué tiene de malo la fruta? Demasiado húmeda ¿Y el otro plato retirado? Demasiado caliente y especiado. Da sed y el que bebe mucho, gasta su “húmedo radical”, origen de la vida. Mucho cuidado tengan los varones con él, háganse cruces del disparate.
Por delante de un Sancho hambriento pasa todo lo que más le puede apetecer. ¡Qué bien sazonadas deben estar esas perdices asadas! No le harán daño alguno, se atreve a decir. El falso galeno ataca con su palabrería pseudohipocrática. De esas no comerá mientras viva, que el galeno cita, en latín y tergiversado, un aforismo que considera malísimo el hartazgo de perdices.

Sancho se muere de hambre y así lo manifiesta. Que diga “el señor doctor” qué manjares, de los de la mesa, le harán más provecho y menos daño. Por Dios, no los “apalee” más y denle de comer. No le nieguen la comida, que eso priva de la vida, no la aumenta…

El médico le da la razón pero sigue eliminando platos que se le ofrecen, tentadores, a la vista. Los conejos guisados no, por “peliagudos”. La ternera no, por ser asada y en adobo. De la olla podrida ha de abstenerse un primoroso y atildado gobernador. Canónigos, rectores, labradores en bodas…para gente tan vulgar está hecho ese plato “compuesto”; mucho más peligroso, a causa de sus muchos ingredientes. Aunque Cervantes no lo diga, suponemos que Sancho mira, con tristeza, la humeante olla podrida.

¡Por fin este espantajo le va a decir lo que sí puede comer! Algo muy sutil: un ciento de “cañutillos de suplicaciones”, unos barquillos , más unas tajaditas de membrillo que “le ayuden a la digestión” ¿Digestión? ¿De qué digestión habla este majadero? ¿La de los cañutillos? Que, por cierto, no aparecen por ninguna parte, tampoco las tajadicas .

Sancho no puede más, mira fijamente al médico y le pregunta su nombre y el lugar donde ha estudiado. Se presenta como doctor Pedro Recio de Agüero, natural de un lugar manchego llamado Tirteafuera y doctor por la universidad menor de Osuna, sin Facultad de Medicina, por cierto.

Sancho, al principio con parsimonia y luego amenazante, le insta a que se quite de en medio si no quiere que le mida los lomos con el garrote. Y, luego, lo probarán todos sus colegas de la ínsula, los que él entienda que son ignorantes, que su “saber natural “le hará distinguir a los ignaros de los sabios. ¡La magia de ser gobernador!

Insiste, que se vaya de aquí. Ahora amenaza con estrellarle una silla, en la cabeza. En su descargo, dirá que hizo un gran servicio a Dios y a la república: matar a un mal médico. ¡La de vidas que se pueden salvar! Y no quiere oficio que no dé de comer. Si no le dan de comer, ahí se quedan con su gobierno.

El doctor quiere “hacer tirteafuera” porque esto se pone feo. Pero, suena una corneta, viene un correo, debe ser importante. El sudoroso y jadeante mensajero pone, en manos de Sancho, un pliego que pasa a manos del mayordomo, espero que no sea el de siempre, para que lea el sobrescrito, el cual indica que se entregue en manos del gobernador, o de su secretario.

¿Secretario? Sancho pregunta quién es ése. Uno de los presentes se identifica como tal. Lo es porque sabe leer y escribir, pero no sólo eso. Además es vizcaíno. Y con esa añadidura, dice Sancho, puede serlo del emperador. Tal vez, aquí, desee Cervantes congraciarse con sus lectores vascongados. Recordemos que, el capítulo 1. 8, aparece un personaje que habla ininteligiblemente, “en mala lengua castellana y peor vizcaína”. Por aquellas bellas y verdes tierras también hay posibles lectores del famoso libro.

El “recién nacido secretario” lee y dice que es negocio para tratarlo a solas. Despejan la sala y lee la carta. El duque le comunica que unos enemigos suyos van a dar un asalto nocturno y furioso. Como no saben cuándo, hay que velar. También le informa de que, según sus espías hay cuatro personas disfrazadas para matarle, por envidia de su ingenio. Le aconseja que ande con cuidado y sobre todo…que no coma nada que le presenten. ¡Cómo crujen las sanchescas tripas al oír esto!

El duque termina su misiva, asegurándole el socorro si se ve en peligro. Y no le da más instrucciones, que “en todo haréis como se espera de vuestro entendimiento”. ¡Qué responsabilidad para los débiles hombros del inexperto gobernador”! La carta está firmada el 16 de agosto, a las cuatro de la mañana. Peligroso asunto ha de ser, si su señor vela a intempestivas horas. ¡Y firma como “vuestro amigo, el Duque”! No cabe duda, es su hombre de confianza. Atónito queda, no es para menos. Y los “circunstantes” más atónitos todavía. ¿Su amo amigo de un destripaterrones?




Sancho está decidido, hay que mandar al calabozo a Recio. Es el más sospechoso de quererlo matar...de hambre.

El maestresala, tal vez, haya recibido instrucciones, para impedir que la pobre víctima pruebe bocado. Y, en ese empeño, dice algo que suena muy raro, en esos tiempos de Inquisición. Le advierte que no debe comer de lo de la mesa, porque lo han preparado unas monjas” y detrás de la cruz está el diablo”.

No pude estar sin comer. En su desesperación, pide pan y unas uvas, nada menos que cuatro libras, el equivalente a 1814 gramos. Son muchas uvas, mas es lo que le pide su hipoglucémico organismo. Ingenuamente, piensa que, en esos sencillos alimentos, no puede venir veneno.

Se dirige al secretario para darle órdenes. Ha de comunicar a su señoría que Sancho acata fielmente sus órdenes. Para la duquesa, ay la duquesa, no se olvida de las cortesías, ahí va un besamanos. Y, a pesar del hambre, no se le borra la carta y el lío de ropa, que la señora prometió enviar a su Teresa. Tampoco se olvida de su señor don Quijote, a quien envía otro besamanos, porque vea que es “pan agradecido”. ¿Pan? ¡Dónde hay pan?

Que el vascongado añada lo que quiera, álcense los manteles y denle de comer, lo que sea. Con la tripa llena, lidiará con “espías y matadores, y encantadores”, lo que sea. Mas sin comer, no sabe si va a poder, siquiera, atender, a ese labrador negociante, y pelmazo, que le anuncia el paje.

(Continúa) 


Un abrazo de María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.

http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/04/la-desesperacion-de-las-tripas-de.html