sábado, 28 de diciembre de 2013

Un loco pregunta :¿Qué es lo que dices, loco?


Mis "zoraidas"


Comentario al capítulo 1,37 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Un poco de todo", correspondiente al día 22 de enero de 2009.

Un loco pregunta :¿Qué es lo que dices, loco?

En las primeras ediciones, este capítulo se tituló “Que trata donde se prosigue la historia de la famosa infanta Micomicona, con otras graciosas aventuras”. 


Evidentemente sobran las dos primeras palabras, nos choca la mala redacción, pero entre los impresores y el escritor que no los repasa…No nos debe extrañar, repasemos su biografía más abundante en “saltos de mata” que en tardes plácidas junto al fuego.


Aquí toca varios palillos., pero aventuras, lo que se dice aventuras, ni las graciosas ni las de Micomicona. Tal vez le gusta jugar con ese lector ávido de Amadises. Anda, hombre, lee esto que no tiene nada que ver ¿A que es mucho mejor? Olvídate de esas disparatadas historias.

Este capítulo remata el anterior, nos engancha de nuevo con la farsa de Micomicona, nos presenta a los protagonistas de un nuevo relato y remata con un discurso quijotesco como el que dedicó a los boquiabiertos cabreros.

Esta vez es el “afligido” Sancho, el quijotizado Sancho, el que ha visto sus gigantes convertidos en molinos. Su Micomicona, en quien había puesto sus esperanzas, se ha trocado en Dorotea y su gigante en Fernando. No hay color. A su lado, por el contrario, todos tienen un motivo de regocijo, desde el alto noble a la ventera.

Dorotea vuelve al lenguaje de sus novelas caballerescas favoritas, esas que casi no leía, con el beneplácito de Fernando que es ahora su dueño y señor y…dejar el papel a Luscinda, ni hablar. La del bello pie seguirá de actriz principal de esa representación que ha de llevar a don Alonso a su aldea.

Don Quijote despierta muy feliz, ha dormido como un bendito. Cortó la cabeza a un gigante y se enfada con Sancho que habla, a quién se le ocurre, de unos cueros horadados. Esta vez no habrá palos para el pobre escudero sino que la riña no estará exenta de cariño. “Sanchuelo” será “el mayor bellacuelo que hay en España”.

¿Qué es lo que dices, loco? ¡Un loco que habla de locos! Pero este loco, tan cuerdo a veces, encuentra enseguida una explicación, de acuerdo con sus coordenadas. No hay que extrañarse, todo es cosa de encantamiento. O tal vez haya sido el “nigromante” padre de Dorotea, temeroso de no recibir la necesaria ayuda. ¡Qué razonamientos los de este loco!

Todos se sorprenden al ver ahora a don Quijote, con un rostro “de media legua de andadura”, menuda hipérbole, vestido y armado de don Quijote, con sus desvencijados pertrechos. Recordemos que le han visto con una camisa demasiado corta por detrás.

Dorotea se mete de lleno en su papel de Micomicona, con su altisonante estilo. Tranquiliza al de la Triste Figura, asegurando ser la misma que era. Le anima a ponerse en camino, al día siguiente, para remediar su principesca desgracia. Fernando, le asegura que “todos acompañaremos al señor don Quijote, porque queremos ser testigos de las valerosas e inauditas hazañas”.Esto no nos lo perdemos…

Pero cuando parecía cerrado el capítulo, todos guardan silencio, entran en la venta los protagonistas de un nuevo relato que ocupará muchas páginas: el cautivo y la mora Zoraida. Preparaos paseantes, que llega el cautivo…no digo más.

Es un pasajero “el cual en su traje mostraba ser cristiano recién venido de tierra de moros”.La casaca, el bonete, los calzones, los borceguíes, el alfanje, el tahalí…posiblemente lo que lleva encima Miguel de Cervantes cuando regresa a España, después de su cautiverio en Argel. La hermosa mujer que le acompaña va “a la morisca vestida, cubierto el rostro con una toca en la cabeza; traía un bonetillo de brocado, y vestida una almalafa, que desde los hombros a los pies la cubría”. ¡Tantas mujeres vio así!
Ante la falta de aposento, las mujeres ofrecen su solidaridad a Zoraida, la mora cristiana que rechaza airadamente su nombre, prefiriendo que la llamen María. Ese “macange”, que quiere decir no, es de las palabras del Quijote que se recuerdan, no sé por qué… ¡Qué raro me resulta este episodio! Eso de la “mora cristiana” más parece un tópico literario que una realidad y Cervantes, qué le van a contar a él, lo sabe.

El ventero pone diligencia en poner una mesa,” como de tinelo”, y “aderezarles de cenar lo mejor que a él le fue posible”. Estos huéspedes tienen trazas de pagar muy bien.
Sientan en la cabecera a don Quijote que pronuncia un discurso paralelo a aquel que dedicó a los cabreros. Con el estómago más lleno que de ordinario, se le suelta la lengua y pronuncia discursos larguísimos como éste, tan largo que no le dará fin dentro del capítulo. Comenzará hablando de la paz. El escritor sabe muy bien lo que es la guerra de verdad, pero esa verdad no se puede contar. Pone en boca de un loco la defensa de una forma de vida que ha sido la suya, la compara con la del letrado, con la del estudiante…
Veremos cómo sigue esto.

Un abrazo para Pedro y los paseantes.

María Ángeles Merino


Dejadme llegar al muro de quien yo soy yedra.



Leemos el título: “Que trata de la brava y descomunal batalla que don Quijote tuvo con unos cueros de vino tinto, con otros raros sucesos que en la venta sucedieron”. Pero, don Miguel esa batalla ya la hemos presenciado. Hay que ver como olía a vinazo el capítulo anterior. Otro gazapo. Estos impresores…

Vamos con los raros sucesos.

Como dice el poeta Manuel Machado:” su mercé el ventero en la puerta atisba si alguien llega”. Y sí, alguien llega, “una hermosa tropa de huéspedes”, gente misteriosa, de categoría, habrá “gaudeamus”. Uy, un ventero que sabe latín… Llevan lanzas, adargas y una dama vestida monjilmente y de blanco que suspira, solloza ,calla… No responde a la solidaridad femenina de Dorotea, sólo se sentirá obligada a replicar al antipático embozado secuestrador que la tilda de desagradecida y mentirosa. Conocemos a este personaje del que teníamos referencias: Fernando. El de las tres traiciones, más traidor que Lotario, que ya es decir, un tipo donjuanesco, un arrogante miembro de la alta nobleza, tal vez un Osuna, personaje que va a sufrir esa sorprendente metamorfosis que señala Pedro, de bronce a mantequilla, el duro se ablanda , casi se le caen las lágrimas e incluso pierde la color.

Acabo de aprender la palabreja que expresa lo que se inicia ahora: la anagnórisis teatral o reconocimiento. Por deformación profesional, me pongo un ejemplo sencillito a mi misma, como si estuviera ante mis "sanchicos:

Encuentro entre una madre y un hijo que, tras muchísimos años y vicisitudes se reúnen:-Hijooooooooooo--Madreeeeee. Algo así es la anagnórisis, a ver si se me queda en el disco duro.

Cardenio reacciona ante la deseada voz de su Luscinda. Voces amadas, antifaces que se caen, rostros conocidos, desmayos, qué fácilmente se desmayan estas señoras, cada oveja encuentra a su pareja. Fernando mantiene agarrada todavía a Luscinda que suplica, en un emotivo discurso: “Dejadme llegar al muro de quien yo soy yedra” y “acabadme con él la vida”.Estamos ante la enamorada dispuesta a morir.

La que no desea morir es Dorotea, la que conocimos en la sierra vestidita de varón, lavando aquellos pies “que no parecían sino dos pedazos de blanco cristal que entre las otras piedras del arroyo se habían nacido”, la Micomicona del “miémbresele” que “sólo” leía libros piadosos. ¡Menuda mujer! Llorando y de rodillas , confesando que le entregó las “llaves”, algo tremendo entonces ; pero la humilde labradora, le lee la cartilla al señorito:

“Tú no puedes ser de la hermosa Luscinda, porque eres mío, ni ella puede ser tuya, porque es de Cardenio; y más fácil te será, si en ello miras, reducir tu voluntad a querer a quien te adora, que no encaminar la que te aborrece a que bien te quiera… quieras o no quieras, yo soy tu esposa”.

El triple traidor reconoce su derrota, no tiene ánimo para negar las verdades de la hermosa. El lobo suelta a la corderilla Luscinda que no cae al suelo porque allí están los amorosos brazos de Cardenio para sujetarla. Fernando echa mano a la espada para vengarse de Cardenio, mas Dorotea tiene buenos reflejos y “con no vista presteza se abrazó con él por las rodillas, besándoselas y teniéndole apretado, que no le dejaba mover.”

Sus palabras y las de todos los presentes, incluidas las más valiosas del cura, amansan a Fernando que casi, casi llora, se “abaja” y manifiesta el deseo de vivir sus días junto a la inteligente mujer .Se disculpa de sus faltas de una manera muy tenue, muy alambicada:” volved y mirad los ojos de la ya contenta Luscinda, y en ellos hallaréis disculpa de todos mis yerros”. A la vez da el visto bueno a Cardenio y a Luscinda. Sancho prefería a Micomicona y también llora. Aquí llora hasta el apuntador, bueno no, que aunque parezca teatro, no lo es.

Un saludo a Pedro, a todos los paseantes:

 María Ángeles Merino Moya

Por mi cocina ha pasado don Quijote y mira lo que ha hecho con el tetra brick.





Don Quijote se ha metido en mi cocina y ha hecho con un tetra brick de vino lo mismo que hizo con los cueros de la venta.




El título nos anuncia que, por fin, vamos a saber cómo acaba el triángulo Camila, Anselmo y Lotario. Pero llega Sancho más alborotado y quijotizado que nunca, temeroso de quedarse sin cabeza, la suya no, la del gigante. 

Volvemos al Quijote Quijote. Y yo, encantada, no tengo ninguna prisa, ya me enteraré de lo que pasa con el pelmazo de Anselmo. Leo esas exclamaciones que a mí me gustan:” ¡Vive Dios, que ha dado una cuchillada al gigante enemigo de la señora princesa Micomicona, que le ha tajado la cabeza, cercen a cercen, como si fuera un nabo! , “¡Tente, ladrón, malandrín, follón, que aquí te tengo, y no te ha de valer tu cimitarra!”. Mis favoritas sólo superadas por aquella de los molinos: “¡Non fuyades, cobardes y viles criaturas!”Ya tenemos al Quijote para todos los públicos, el que suele figurar en los manuales escolares y en las antologías, ése que le ha dado fama de obra cómica y bien merecida, por cierto.

El de la Triste Figura está durmiendo, no abre los ojos, es un sonámbulo. Si su camisa no le cubre los muslos y por detrás tiene seis dedos menos, está claro lo que nos está enseñando. Las piernas largas, flacas y con roña, esto último como resultado de treinta y cuatro capítulos sin lavarse en un arroyo o fuente, que sí se citan en algunos capítulos, como en el de los batanes, por ejemplo. La cabeza, cubierta con un bonetillo grasiento de ese ventero tan pulcro que guarda el peine en una cola de buey. Los cueros perforados por la espada y convertidos en surtidores de vino. No, vino no, la sangre de Pandafilando, que Sancho la ha visto correr por el suelo.

El hidalgo sale, como siempre, mal parado. Recibe los puñetazos del ventero que remata con un cruel jarro de agua fría que nos deja helados. El ventero, la ventera y Maritornes alteradísimos; la venterita tan tranquila. En esta burlona doncella se fija Manuel Machado y dedica un poema al sosiego de este personaje que “callaba y se sonreía”. Se la imagina “al rincón del fuego sentada…soñando en los libros de Caballerías”.

Todos se tranquilizarán, también lo hará Sancho ante la promesa de un condado que le hace Dorotea, ínsula o condado qué más da. El cura acaba de leer la novela “porque vio que faltaba poco”. El lector de aquella época espera, tal vez, que Anselmo lave su honra. Quizás piensa en los amantes culpables Anselmo y Camila que llevarán su merecido. Nosotros, posiblemente, pensáramos que se resolvería al estilo calderoniano, adelantándose a Calderón. 

Pues nada de eso, morirán pronto los tres y los tres de remordimientos, como apunta Pedro. Anselmo, reconociéndose como autor de su deshonra, perdonará por escrito a Camila y morirá todavía con la pluma en la mano. En breve también, terminarán sus días Camila y Lotario, en el monasterio y en la guerra, respectivamente.

Y, tras la opinión del cura, fin y pasamos al capítulo siguiente. Quijote, Quijote. ¡Bieeeeeen!

Un saludo para Pedro y los paseantes.

María Ángeles Merino Moya