miércoles, 10 de septiembre de 2014

La Dueña Dolorida y la infanta por antonomasia: Antonomasia.



Segunda parte del comentario al capítulo 2.38, del Quijote. Publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Todo el mundo es uno y superlativo", correspondiente al día 25 de febrero de 2010.

La condesa Trifaldi comienza situándonos en su país : Candaya. No, no lo busque vuestra merced en mapa alguno, no lo encontrará. No indague acerca de la gran Trapobana ni del cabo Comorín. Son fruto de mi imaginaria Geografía.

Pues…de allí es natural la reina doña Maguncia, viuda del rey Archipiela y madre de la infanta Antonomasia, la cual fue educada bajo la tutela de la dueña Dolorida, como más antigua y principal que es. De algo sirven los trienios, en el palacio candayés...

Y, aquí,para crear el discurso de la Trifaldi,lo tengo fácil. Echo mano de aquellas narraciones en las que, indefectiblemente, había una vez una princesa hermosísima, perfectísima y discretísima. Por supuesto, la más bella del mundo; título que seguirá ostentando ahora, si la parca envidiosa no ha segado, con su guadaña, el tierno tallo de su vida. Mas no, no permitirán los cielos tamaño desaguisado; que los cielos ya han hecho de las suyas.

Y, como sucede en los cuentos, un número infinito de príncipes , naturales y extranjeros acuden al reino, para pedir su mano. Y quedan prendados de la bella princesa. Ni uno, ni dos, ni tres, ni mil…infinitos.

Mas el elegido va a ser un bizarro mozo que despliega sus gracias y habilidades: baila, hace hablar a la guitarra, compone versos e incluso hace jaulas para los pajarillos.

Una alhaja, muy capaz de engañar a una tierna doncellita. Pero el ladrón no tendió sus amplias redes a la niña, no. La atrapada fue la Dolorida, ella entregó las claves de la virginal fortaleza, al llamado don Clavijo.

Con unas coplas que oyó cantar al malandrín, qué vergüenza, Dios mío. Esa de la dulce mi enemiga…se derretía de gusto.

Acertó Platón, hay que desterrar a estos poetastros. Espinas blandas, rayos que hieren, muerte tan escondida, ven. ¡Ay estas seguidillas! Azogue para los sentidos, desasosiego para el cuerpo, música que hace brincar el alma…Que destierren a estos trovadores que embrujan a las incautas doncellas. No, que la culpa no es de las jóvenes sino de las viejas y bobaliconas dueñas que, fácilmente engañadas, permiten que la llave abra la escondida cerradura. ¡Ay, don Clavijo!

Los escritos son un compendio de imposibles: vive muriendo, arde en el hielo y el majadero parte y se queda a la vez. En los libros de la biblioteca, aprendí que todas esas sinrazones son paradojas. ¿Paradojas? ¡Disparates!

¿Y qué podemos decir de lo que prometen? Un fénix, una corona, perlas, oro, un mágico bálsamo. Poco cuesta alargar la pluma y prometer imposibles.

La Trifaldi habla de faltas ajenas, teniendo tanto que contar de las suyas. Su simplicidad no advirtió que, desembarazando el camino a don Clavijo, se embarazaría la pequeña Antonomasia. No fue una sola vez la que yacieron juntos, actuando ella de medianera. Eso sí, como legítimo esposo. ¿No entienden nada? Les explico.

La infanta había firmado, previamente, una cédula en la que declaraba ser esposa del Clavijo. La dueña, creyéndose muy lista, lo redactó convenientemente. Sin este papelucho, jamás hubiera consentido…

Sólo ve un daño en esta coyunda y es la desigualdad de condición social. ¡Una heredera del reino con un simple caballero!

La maraña está encubierta hasta que se descubre la hinchazón del vientre de Antonomasia. Don Clavijo pide, ante el vicario, por su mujer a la princesa, en fe de la cédula firmada.

El vicario ve el documento, confiesa a la chiquilla que confiesa de plano y la deposita en casa de un alguacil de corte, alguacil pero honrado.

Sancho se extraña de que en la lejana Candaya haya como aquí: sus alguaciles, sus poetas y sus seguidillas. ¡Qué desilusión!

La señora Trifaldi nos hace bostezar, no acabará nunca su relato, se va por las ramas. Creo que, a eso, se le llama digresiones. Y es Sancho el que le pide que se dé prisa. Así lo hará, dice…No sé yo...

Un abrazo para los que pasáis por aquí.

María Ángeles Merino.


Copiado de "La araíta campeña", entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/02/la-duena-dolorida-y-la-infanta-por.html

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