miércoles, 3 de diciembre de 2014

"...vamos a rondar, que es mi intención limpiar esta ínsula de todo género de inmundicia y de gente vagamunda , holgazanes y mal entretenida"


Abejita fulera y peleona, a tono con este capítulo. ¡Cómo la vea el gobernador Sancho, en su ronda!

Comentario al capítulo 2,49 del Quijote, segunda parte, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Programa de gobierno de Sancho y ronda nocturna por la ínsula", correspondiente al día 13 de mayo de 2010.

De lo que le sucedió a Sancho Panza rondando su ínsula.

En el capítulo anterior al anterior, dejamos a Sancho encolerizado con aquel rico labrador que, después de torturarle con su esperpéntica pintura familiar, tiene la desfachatez de pedirle dinero. Y, ahora Cervantes lo confiesa, aunque lo suponíamos, qué me van a contar a mí…Que el mayordomo industrió al insoportable personaje, por orden del duque. ¡Qué dominio de la farsa tiene este tipejo! Me callo, no vaya aparecer otra vez, por aquí.

Todos se ríen, pero Sancho capea el temporal y hace frente al coro de burladores, con su inesperado ingenio. Y, en este capítulo, expone su programa de gobierno y resuelve los tres casos presentados, en su ronda nocturna. Y lo hace admirablemente, sólo guiado por sus luces naturales, volviendo las burlas “en veras”.

Veámoslo actuar. Comienza reflexionando acerca de las visitas importunas, a cualquier hora, que han de sufrir jueces y gobernadores, ahora los entiende. Ni dormir ni comer les dejan y…hablando de comer, maldice a ese Pedro Recio Tirteafuera, allí presente. Ése que le quiere dar vida, matándole de hambre. Maldito él, malditos todos los malos médicos y palmas para los buenos.

Todos quedan admirados de la elegancia en el hablar de Sancho y no saben de dónde lo saca ese rústico. Tal vez, la clave esté en la gravedad del cargo, que unas veces adoba y otras entorpece los entendimientos.

Y, por fin, se ablanda el recio doctor de mal agüero y promete darle de cenar, a pesar de Hipócrates. Contento el gobernador, pero con grande ansia, espera el tan esperado momento de hincar el diente a…lo que sea. Un salpicón de vaca y unas manos de ternera , pasaditas de días. No importa, la humilde comida le sabe mejor que esos manjares volátiles, y no volátiles que cita el escritor. Cervantes, se relame citando estas exquisiteces que, posiblemente, paladeó en alguna mesa, ¿italiana?, mejor abastecida que la suya.

Ahora se dirige, respetuosamente, al “señor doctor” y le pide que no le dé de comer “manjares esquisitos”, que su estómago recibe con melindre o con asco. Cabra, vaca, tocino, cecina, nabos y cebollas son los alimentos básicos en la manchega dieta sanchesca. Y lo mejor, esa olorosas ollas podridas, con tantas cositas ricas, manjar compuesto pero delicioso. Estará agradecido y se lo pagará algún día.

Sancho Panza pide a su expectante auditorio que no se burle, que coma, viva y deje vivir; para pasar, con posterioridad, a su programa de gobierno. Nada más sencillo: defender derechos, evitar cohecho y velar cada uno por lo suyo.

El maestresala le asegura que los insulanos estarán de acuerdo con tales principios expuestos y esa “suave forma de gobernar”. Le servirán bien, sin dar lugar a desobediencia alguna.

Tras opinar que los insulanos serían necios si otra cosa pensaren, vuelve a lo suyo, a lo que más importa: su sustento y el del rucio. Así lo dice, sin embarazo alguno. Más claro, agua.

Anuncia que ya es la hora de ir a rondar y que su intención es limpiar la ínsula de gente holgazana, tan perjudicial a la república. Y nada de cambiar el inmutable orden social establecido: los labradores favorecidos, los hidalgos con sus privilegios, los religiosos respetados y los virtuosos premiados.

El gobernador pregunta a sus gobernados si está diciendo algo... y contesta el mayordomo. Sí, aquí está, en la pantalla, aquel que fue Merlín y la Dolorida, el que industrió al labrador pintor y socarrón. Hable, hable vuestra merced, puesto que es imposible impedírselo.

Saludo a vuestra merced y sigo con el labriego escudero gobernador de Barataria. Le muestro mi admiración, cómo un hombre iletrado puede hablar con tantas “sentencias y avisos”, algo que no esperábamos de su ingenio. Tengo que reconocer que los burladores nos hallamos burlados. ¡Los del busilis pensábamos reír a carcajadas, a costa de su simpleza!

De noche, ése que bautizamos como Pedro Recio le permite cenar y, con el estómago lleno, se siente capaz de seguir la costumbre de tantos gobernantes, la de realizar una ronda nocturna. Va con su vara, escoltado por el secretario, el maestresala, alguaciles, escribanos y yo mismo. Buen escuadrón.


No, esta ronda no es la de Sancho, ésta es la de Rembrandt...

No muy lejos del punto de partida, unas pocas calles más allá, hemos dispuesto una pelea de dos hombres, a cuchilladas. Uno de ellos se queja, a gritos, de un robo. No estaba previsto el que gritara tanto…Si exageramos, corremos el riesgo de descubrir la farsa.

Es increíble, el majagranzas se dirige al de los gritos, con un “Sosegaos”, expresión que hizo famosa nuestro rey Felipe II, que Dios guarde, ante los súbditos que temblaban en su presencia. El gritón se convierte en “hombre de bien” y es requerido para que cuente la causa de la pendencia.

Estamos ante una pelea de dos jugadores de naipes. Uno acaba de ganar más de mil reales y se niega a pagar, al otro, lo que le corresponde por haber estado presente en la partida. Creo que, a esa propina, es conocida como “el barato”. El mirón va tras él y le pide siquiera ocho reales. Cuatro reales, sólo cuatro, está dispuesto a dar el que ganó mil.

Sancho pregunta la opinión del ganancioso, el cual responde que es verdad cuanto dice y no le da más reales porque se los da muchas veces. Y obligados están los que “esperan barato”, a poner buena cara, les den poco o mucho.

El señor gobernador responde a mi pregunta, acerca de lo que ha de hacer. Y sentencia que el ganancioso ha de dar, a su observador, cien reales. Y ha de desembolsar treinta reales para los pobres de la cárcel.

Y el acuchillador es desterrado de la ínsula, por diez años. Y como vuelva antes del plazo, el señor gobernador mismo lo colgará de la picota. Que él no quiere ver, en su ínsula, a gente sin oficio ni beneficio, que como tal se presentó el desterrado. Y así se hace.

Ahora Sancho, orgulloso de su sentencia, quiere ir más lejos: fuera las casas de juego. ¡No sabe que pincha en hueso! El escribano le aclara que, la de aquí, no la puede quitar porque es “de un gran personaje”; aunque, tal vez, pueda cerrar” garitos de menor cuantía”. Y le explica que, en casas principales, no se atreven los fulleros; con lo cual no parece muy conforme este Panza.
Tal y como esperábamos, todos menos Sancho, aparece un “corchete” que trae detenido a un mozo. Nos cuenta que el mancebo iba hacia ellos y, así como divisó a la justicia, comenzó a correr. Pensaron que era un delincuente y fueron a por él. Tropieza y lo atrapan…

Sancho le pregunta por qué huye y tiene que oír las ocurrentes respuestas de un gracioso. Yo le preparé la bromita, bien urdida.

Irritado, le manda a la cárcel, para que duerma allí. El mozo le contesta que , en modo alguno, podrá hacerle dormir allí. Y sigue con su gracia, todo su poder no será bastante para hacerle dormir en la cárcel. No habrá quien le haga pegar ojo, en prisión, si él no quiere. Ni alcalde, ni grilletes, ni cadenas, nada será suficiente.

Al final, entiende lo de “dormir en la cárcel”, le manda a su casa y le advierte que no se burle con la justicia, que puede salir mal parado.

Sigue la ronda el gobernador y, poco después, aparecen dos corchetes que traen otro preso. Todos me miran porque esto no está preparado, ignoro quién es ése jovencito, tan bello, que traen asido.

Me dice el corchete que, aunque parezca hombre, es mujer, como de dieciséis años, bellísima y ricamente ataviada. Lleva los cabellos, lo que más la puede delatar, recogidos en una redecilla de oro y seda verde. Medias, greguescos, jubón, zapatos…todo ello lujosísimo y masculino. Lleva una daga, que no espada ceñida. ¿De dónde ha salido esta reina de la hermosura? Los naturales del lugar no la conocen.

Sancho también es sensible a su belleza, le pregunta quién es y por qué se ha vestido con aquel atavío. Ella, avergonzada, quiere declarar que no es ladrón ni facineroso, sino doncella desdichada que, por celos, ha roto el decoro que a la honestidad se debe.

Aconsejo a Sancho que ordene retirarse a la gente, para que la joven hable con menos empacho. Lo hace así y ahora sólo somos cuatro: gobernador, maestresala, secretario y yo.

Al final, confiesa que es la hija de Diego de la Llana. Conozco muy bien a este rico hidalgo, padre de un hijo y una hija. Desde que enviudó nadie puede decir que ha visto el rostro de su hija, tan encerrada la tiene. De verdad que es hermosa esta niña…

La doncellita comienza a llorar y pensamos que le debe de haber sucedido algo de importancia.

Sancho se enternece, tiene buen fondo este labriego. Intenta consolarla y le pide que, sin temor, cuente lo sucedido, que tratará de poner remedio.

Responde que su padre la ha tenido encerrada diez años y no sale ni a misa, que la oye en un oratorio. Desconsolada, quiere ver el mundo, por lo menos, el pueblo donde vive. Le parece, y le parece bien, que su deseo no va contra el buen decoro propio de doncellas principales.

Llora, suspira, se eterniza contando su desgracia…¡Cómo la mira el maestresala!

Su hermano le habla de toros, juegos de cañas, comedias. Y ella le ruega que la vista con uno de sus vestidos y la saque de noche a ver el pueblo. Él accede y, a su vez, se viste con ropas de su hermana. Como no tiene barba, parece también una hermosísima jovencita.

Cuando quieren volver a casa, oyen un gran tropel de gente y echan a correr. La muchacha tropieza y el “corchete” la trajo ante nosotros.

Se confirma la verdad cuando traen preso a su hermano, que cuenta la misma historia. Faldellín, mantellina, cabellos como sortijas de oro. Tan bello y bien ataviado como su hermana.

Sancho los reprende suavemente por su “rapacería”. Con decir quiénes eran y sus inocentes propósitos había bastado. Tanto gemidito y suspirito para nada.

La doncella se disculpa, la turbación no la dejaba hablar como debía.

El gobernador lo tiene fácil, hay que llevar a estos niños a su casa. Y suelta algunos refranes, de esos que tanto irritan a su don Quijote. La doncella honrada, la pata quebrada, la mujer, la gallina, la deseosa de ver y la que quiere ser vista. Sabios refranes, maguer rústicos.

El maestresala, enamorado de la doncella, decide pedírsela por mujer a su padre. No s la negará al criado del señor duque.

Sancho tiene el atrevimiento de pensar en una posible boda de su hija Sanchica, con el hermanito de la llorona doncellita.Increíble, ae lo cree, no sabe lo que le espera.

Desaparezco.

Un abrazo para todos de María Ángeles Merino


Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/05/vamos-rondar-que-es-mi-intencion.html

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