domingo, 8 de septiembre de 2013

"Aun vuestra merced, menos mal, pues tuvo en sus manos aquella incomparable fermosura que ha dicho..."


"Mujer maltratada", imagen proyectada en la pared exterior del Centro "Victoriano Crémer",de Burgos, el 25 de noviembre de 2010. Maritornes también lo era.

Comentario al capítulo 1,17 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada del 4 de septiembre de 2008.

Leo el capítulo 1, 17 y, en esta ocasión, no voy a esperar a que la pantalla del ordenador se agite, anunciando la presencia de un personaje secundario. La pastora Marcela y la hija del ventero ya me dieron su punto de vista. Esta última desapareció porque, según sus palabras, la moza Maritornes requería su presencia. No debe estar muy lejos, la llamo a gritos, tal y como lo harían en la venta. ¡ Maritoooorneeeeeees! ¿Estás ahí?

Sí, aparece una ventana emergente. Ahí está, es una mujer pequeña, encorvada, tuerta, muy, muy fea. Debe estar algo picada, no le habrá gustado nada el que hablemos de sus trapicheos carnales.

-Con Dios señora mía. No tenga cuidado, a mí no me molesta eso que vuestra merced dice, mis negocios carnales me permiten reunir unos dineros. Tal vez, como fruto de este negocio, pueda volver a mi tierra, la verde e hidalga Asturias. Me envía la hija del amo, dice que vuestra merced quiere preguntarme alguna cosa.

-Con Dios, Maritornes. Sí, te llamo porque me gustaría oír de tu boca cómo vives el encuentro con don Quijote, aquel viejo caballero que te habla con amorosa voz, mientras te tiene en sus brazos.

- Así es, extraña señora. El único hombre que, en esta trabajosa vida mía, me regala dulces palabras; aunque realmente no fueran a mí dirigidas. Así es y no las olvido, aunque pensara en la hija del amo, la que derrite al viejo con sus picaronas sonrisas.

Le cuento. Voy yo con las manos delante buscando al arriero cuando me agarra de la muñeca, me hace sentar sobre la cama y me tienta la camisa. ¡Qué amorosas palabras las suyas! Yo soy su fermosa y alta señora. Y mi gran bondad le ha puesto en venturosa ocasión, ay.

Gran pesar me da verle así de molido y ensangrentado. Más tarde, ya vuelto de su parisismo, habla con su criado Sancho Panza. En un rincón, escucho y suspiro, hecha un ovillo. No saben de mi presencia.

La hija del señor del castillo, esa soy yo. “La más apuesta y fermosa doncella que en gran parte de la tierra se puede hallar”. Se hace lenguas de mi adorno, de mi “gallardo entendimiento”. Y tantas cosas que no osa decir por la fe debida a la señora Dulcinea, mi rival, al parecer. Y el cielo envidioso le envía las puñadas del arriero y las quijadas ensangrentadas. Y las patadas en las costillas ¿celestiales fueron acaso?

Sancho se queja de los porrazos recibidos, los mayores de su vida. Y se burla, el muy bellaco, diciendo que, aun su señor, “tuvo en sus manos aquella incomparable fermosura que ha dicho”. Me gusta oírlo de los labios de mi don Quijote, que no en los de este villano harto de ajos.

Amo y criado achacan los golpes recibidos a descomunales gigantes y a encantados moros
El gigante es para el amo. El criado asegura que más de cuatrocientos moros le aporrearon. Cuatrocientos golpes es posible que recibiera, mas las manos moriscas ejecutoras no fueron tantas. A mí también me cayó alguna puñada, mas la paliza propinada por mi amo. Y nadie me oye un ay, para qué.



En esto, entra el cuadrillero, con el candil encendido, para ver al “muerto”. Se queda suspenso al oírles hablar y pregunta al vapuleado algo que molesta mucho al hidalgo: ¿cómo va buen hombre? El caballero considera ofensivo eso de “buen hombre” e, indignado, le reprende por su mala crianza. El de la Santa Hermandad explota y estrella su candil en la cabeza del viejo.

Don Quijote, descalabrado al parecer, pide a Sancho que vaya donde el alcaide y le solicite aceite, vino, sal y romero. Ha de preparar un bálsamo que sanará sus heridas. El criado se lo requiere al cuadrillero, el cual da cuenta al ventero, que acude con lo de la medecina. En la cocina hay de eso, que no en la botica.

Dos chichones algo crecidos, nada de sangre. Sudor sí, muchísimo sudor de la congoja. Eso es, al fin, el mal del caballero; el cual mezcla y cuece aceite, vino, sal y romero. Un adobo...Lo echa en una alcuza y reza un montón de oraciones santas, con muchas cruces. Lo bebe y comienza a gomitar y a sudar. Lo tapan bien y le dejan que descanse. Duerme más de tres horas y se despierta muy feliz, el bálsamo le ha curado. Ya pueden venirle batallas, a partir de ahora. De Fielabrás lo llama.

Sancho tiene a milagro la mejoría de su amo y se decide a beberse lo que queda en la olla. Mas el efecto no es el mismo, le dan tantas ansias, bascas, trasudores y desmayos que cree llegada su última hora. ¡Qué espumarajos salen de su boca! Y crece su enfado cuando don Quijote dice que como el Panza no es armado caballero…Maldice y se le van las aguas por todas partes. ¡Cómo puso la estera de enea y la manta de anjeo! ¡Lo que me costó luego quitar aquella inmundicia! Dos horas le dura el mal, pobre. Y queda muy quebrantado, que el Fielabrás debe ser sólo pa señores.

Y don Quijote tan fresco, decide salir de la venta, en busca de nuevas aventuras. Proclama que el mundo lo necesita y no quita el ojo de la niña, la hija de los amos. Y suspira, cómo suspira, ay mi caballero andante, que yo iría contigo por esos mundos, no mires tanto a la mochacha y a su camisa de pechos. Y piensan algunos que es el dolor de las costillas...

¡Mira que yo ayudé a la ventera cuando te bizmaba! ¡No te vayas! ¡Llévame!
No me dejan seguir, hay una fuerza que me arrastra. Debe ser la venterita, no soporta que hable de mi amado…

-Se fue, adiós Maritornes, vuelve cuando puedas, cuando te dejen.

María Ángeles Merino
Un abrazo a los que me visitáis, conocidos y desconocidos.

Entrada copiada de "La arañita campeña":

http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/12/aun-vuestra-merced-menos-mal-pues-tuvo.html

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