lunes, 14 de abril de 2014

Una venta con mucha leña



Esta vez hago el comentario, en forma epistolar, el barbero de la bacía escribe una carta, pidiendo ayuda, al barbero Maese Nicolás.

Discúlpeme, don Miguel, por inventarme esta carta y salirme un poco de su relato.

Carta de un barbero a otro barbero.

Señor Maese Nicolás, barbero de profesión:

Espero de vuestra merced, escuche mis cuitas y tenga en cuenta nuestro mismo gremio y oficio. Con toda verdad os digo que estoy en trance de convertirme en un loco, mucho más loco que ése que llamáis don Quijote. Posiblemente, ay, mis últimos días tengan, como escenario, a uno de esos terribles asilos para alienados, donde encadenan y amordazan a los pobres desgraciados que pierden el juicio.

Siguiendo mi camino, fui a dar a aquella endemoniada venta. Llevaba mi jumento a la caballeriza cuando me encontré ¡al ladrón de mi albarda! Reconocí al criado, o escudero o lo que sea, de cierto endemoniado que me enristró con el lanzón y me robó la bacía, aquel malaventurado día de lluvia en que perdí ambas cosas. Al reconocer mi albarda, arremetí contra él, reclamando mi propiedad y me encontré con sangre en la boca.

Me dirigí a aquellos señores y señoras, algunos muy principales, otros simples villanos, para preguntarles su opinión acerca de lo que porfiaba el extravagante caballero que llamaba yelmo de Mambrino a mi bacía , la misma que tantas barbas y tanta sangre ha visto.

Confiaba en el buen juicio de vuestra merced, mas me quedé con la boca abierta cuando escuché vuestro discurso en el que os declarabais barbero examinado, con más de veinte años de ejercicio y conocedor de todos los instrumentos barberiles. Asimismo relatabais vuestra mocedad soldadesca, no pudiendo tener dudas en lo que toca a yelmos, morriones y celadas. Creía estar soñando cuando manifestabais:” esta pieza… no es bacía de barbero… está tan lejos de serlo como está lejos lo blanco de lo negro”.Confirmaron lo que decíais un cura y dos caballeros a los que se dirigían con los nombres de Cardenio y Fernando, más los acompañantes de este último.

Aquel loco, atribuía las dudas a los encantamientos que continuamente ocurrían en aquel lugar, que en sus delirios, llamaba castillo y no venta. Menuda sarta de majaderías que desgranaba, que si un moro encantado, que si los secuaces, que si lo colgaron del brazo. ¡Ah! Y los encantamientos afectaban, únicamente, a los caballeros armados como tales, por lo que confiaba en el juicio de los presentes, libres de esa condición.

Aquel noble caballero, don Fernando, decidió someter a votación la solución de este caso. Para los que seguían la burla, era “todo esto materia de grandísima risa”. Para los que no estaban en ella: don Luis, los cuatro criados de don Luis, tres cuadrilleros y mi modesta persona…estábamos ante el mayor disparate del mundo.

Yo estaba desesperado, la bacía, ante mis ojos, se me había vuelto en yelmo de Mambrino, y tenía que soportar sus risas y palabritas al oído. Aquel don Fernando, después de tomar los votos de los que conocían a don Quijote, me informó de que mi albarda era jaez de caballo castizo. ¡Mi burro y yo sin saberlo! Me resigné, qué remedio, si me lo dice un señor tan alto… Dije aquello de “Allá van leyes donde van reyes”. No estaba borracho, ni siquiera había desayunado. ¡Cuántas risas! En esto, don Quijote sentenció:

“Aquí no hay más que hacer, sino que cada uno tome lo que es suyo, y a quien Dios se la dio, San Pedro se la bendiga.”

Me sentí muy aliviado cuando uno de los cuatro criados de aquel jovencito, don Luis, manifestó su disconformidad “con hombres de tanto entendimiento”, afirmando que no era bacía ni albarda. ¡Por fin hablaba la voz del sentido común!

Uno de los de la Santa Hermandad perdió la paciencia ante una pendencia tan absurda, obviando la alta condición social de algunos burlones enfadado declaró:”Tan albarda es como mi padre; y el que otra cosa ha dicho o dijere debe de estar hecho uva.”. Don Quijote no pudo soportar que le trataran de mentiroso y borracho y tras “un mentís, bellaco”, arremete con su lanzón, contra el cuadrillero. El golpe iba a ser tremendo, gracias a cielo puede dar de que se desvió, evitando caer muerto allí mismo. El arma se hizo pedazos y se oyeron voces pidiendo favor a la Santa Hermandad. El ventero, dada su condición asimismo de cuadrillero, los venteros suelen poseerla aunque hayan sido de manos ligeras, fue con presteza a buscar su varilla y su espada, para socorrer al compañero.

Vuestra merced ya conoce la confusión y la leña que reinó en la venta, a partir de ese momento.
Los cuatro criados rodearon a su joven señor, yo aproveché para atrapar mi albarda al mismo tiempo que el Sancho de mis pecados, don Quijote propinaba espadazos a los de la Santa, don Luis voceaba, Cardenio y don Fernando favorecían al loco, el cura daba voces, la ventera gritaba, las mujeres lloraban, se desmayaban…Yo aporreaba al ladrón de mi albarda que hacía lo propio conmigo, don Luis dio una puñada a un criado, el oidor empeñado en defender al muchacho, don Fernando pisoteando a un cuadrillero...

En medio de aquella batalla campal, nuestro loco Quijote recordó la discordia del campo de Agramante , donde cada uno peleaba por una causa diferente y nadie se entendía , trasladándola a nuestro caso por afinidad. Decidió que el oidor fuera el rey Agramante y el cura fuera el rey Sobrino. Añadió, muy cuerdamente, que “es gran bellaquería que tanta gente principal como aquí estamos se mate por causas tan livianas”.

Los cuadrilleros no sabían nada de orlandos furiosos ni de carlomagnos, ni entendían ni querían sosegarse. El ventero reclamaba un castigo para el loco que le alborotaba la venta. Por mi parte, no me quedaba más remedio que tomar sosiego, mi bacía-yelmo no vería ya peos de barba ni lanceta, mi asno no llevaría nunca tal albarda-yelmo.

Confío en que vuestra merced me conceda la gracia de contarme la verdad –verdad ¿Bacía o yelmo? ¡Albarda o jaez? Se preguntará su merced ¿es que todavía no la conoce? Aunque parezca mentira, me están entrando dudas…Vienen a buscarme, creo que son los guardianes del asilo de alienados.

Aquí termina la carta del sobrebarbero al barbero Nicolás. La presente nunca fue cursada, fue encontrada, muchos años después, en un cajón secreto.

Un abrazo Pedro, espero que te estés curado y que no hayas tomado los escaramujos , ésos de Fierabrás.

Un saludo a todos los visitantes.

María Ángeles Merino

Entrada copiada de la entrada "Una venta con mucha leña" del blog "La arañita campeña".

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