sábado, 26 de abril de 2014

Una cabra pendona y un cabrero muy tierno, pero misógino él.



Regresan los criados del canónigo con la acémila del repuesto y se ponen a comer sobre la hierba. Entre la maleza suena una esquila y aparece una cabra, tras ella un cabrero dando voces. El bicho se detiene ante los comensales, llega el cabrero, la agarra de los cuernos, hasta aquí lo normal; pero, a continuación, el perseguidor se dirige a la fugitiva “como si fuera capaz de discurso y entendimiento”. A todos hace gracia y a todos sorprende el tono de cariñosa reprimenda que el pastor emplea para dirigirse al animal. Parece que está hablando a una mujer… Manchada es hija, es hermosa y es amiga. La pobre cabra no puede remediarlo, no es que la espanten los lobos, no, es su condición de hembra lo que la lleva irremediablemente a no poder estar sosegada, a ser arisca y desagradecida. Misóginamente exclama: ¡mal haya vuestra condición, y la de todas aquellas a quien imitáis! ¡Qué le pasa a este hombre con las mujeres? Pronto lo sabremos…


Al canónigo le causa especial contento esta escena y, con mucha guasa, le pide que se calme y no meta prisa al bichillo, que como hembra ha de seguir su instinto natural. Le ofrece un bocado de carne, animándole a comer, beber, templar la cólera y descansar. El cabrero quiere explicarse, él no es un hombre simple, él distingue perfectamente el trato con las bestias del trato con los hombres y quiere acreditar como verdad lo que, irónicamente, ha dicho el cura acerca de los montes que crían letrados. Nos va a contar su historia, lo cual no nos sorprende a estas alturas del Quijote. ¿Cuántas historias nos ha contado ya este escritor, partero de miles de historias?


Don Quijote ve lo suyo en todas partes, en este caso ve “un no sé qué de sombra de aventura de caballería”. Oirá de buena gana la historia del cabrero y aprovecha Cervantes para animar a sus lectores: “amigos de curiosas novedades que suspendan, alegren y entretengan los sentidos”.


Sancho se va al arroyo con su empanada de conejo, que no siempre se dispone de comida en este oficio caballeresco…ya lo dice su señor.

Don Quijote ya ha alimentado su cuerpo, ahora alimentará su alma con el cuento de este buen hombre. El canónigo está de acuerdo en eso del alma, “nihil obstat”, y anima al cabrero a que comience.

El cabrero da dos palmadas a la cabra que tranquilamente se recuesta junto a él y le mira. Te estoy escuchando, parece decir. La cabra cerrera parece ahora un perrito faldero. Me recuerda a uno que tengo a mis pies.

Un saludo para Pedro y todos los que nos visitan de:

María Ángeles Merino Moya

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