domingo, 25 de agosto de 2013

"y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera" (1.1)



Comentario al capítulo 1,1, del Quijote publicado en "La acequia", en la entrada del día 15 de mayo de 2008.

En un lugar de la Mancha...

 Quiero poner orden y comentar el primer capítulo de la primera parte. Y en cuanto expreso mi intención de comentar el 1.1, mi ordenador no para quieto, por esos canalículos debe andar algún personaje secundario de los que suelen visitarme. Ya no me sorprendo, sea quien sea le dejo hacer. Veamos, ahí está.


“Con Dios, señora mía. Vengo del limbo de los secundarios del Quijote, lugar donde tengo muy pocas amistades porque, aparte de la sobrina y el ama, todos me ignoran. Cuando llegué, todos se preguntaban, en voz muy baja, quién era yo.

La verdad, señora amanuense, es que soy un personaje efímero, solo dieciséis palabras, en el primer capítulo del famoso libro. Ni siquiera me conceden la intermitencia, como es el caso de otros. No, yo desaparezco como si me hubiera tragado la tierra.

Y ni siquiera me dan un nombre. Soy, nada más y nada menos, que el “mozo de campo y plaza”. Sí, el que “así ensillaba el rocín como tomaba la podadera”. Ése que aparece intercalado entre la edad de la sobrina y la de nuestro hidalgo. 



¿Sólo ensillar y podar? Trabajo descansado hubiera sido el mío. Pendiente de todo: arar, deshacer terrones, sembrar, escardar, segar, gavillar, trillar, aventar la parva, cribar el grano, llevarlo al molino…Toda faena del campo o de la casa que no pudiera dejar en manos de los cuatro gañanes o del ama. Don Alonso, cuando estaba cuerdo, bien valoraba mi habilidad. Después, entraron en la casa aquellos endiablados libros y todo cambió.

Limpiaba las armas de sus antepasados, ya cubiertas de herrumbre. La lanza en el astillero y la adarga tan antigua. E, incluso, me tuve que ocupar de sacar al galgo, para que hiciera ejercicio, cuando mi señor se encerró en sus aposentos.

¿Y el ama y la sobrina? Mozo por aquí, mozo por allá y nada más, no presten atención a las lenguas de doble filo. Que traigas un palomino del palomar, que hoy es domingo. Baja el saco de las lentejas, matamos al cochino, prepara los cuchillos…Tanto trabajo para que luego nadie se acordara de mi persona. Ni siquiera me llevó con él, pero esa es harina de otro costal.

Gran madrugador y amigo de la caza, hasta aquel día en que un mercader que iba de camino le vendió, a bajo precio, un saco lleno de viejos libros. Eran novelas de esas que llaman “de caballerías”, llenas de disparatadas historias que sorben el seso a desocupados como mi amo. Ya saben Amadises, Palmerines, Esplandianes…


No sólo olvidó el ejercicio de la caza, también descuidó la administración de su hacienda y llegó a vender muchas hanegas de tierras de sembradura, para comprar más libros. Parece que le estoy viendo, con su sayo de velarte recitando aquello de “la razón de la sinrazón” o lo de “vuestra divinidad divinamente”.



"y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer"

Mi señor perdió el juicio desentrañando el sentido a tantas sandeces caballerescas. Y algo de culpa tuvo el señor cura, el cual daba sus opinión sobre quién había sido mejor caballero. Que si Palmerín, que si Amadís, que si el del Febo.

Se le llenó la fantasía de todo aquello que leía: encantamientos, pendencias, batallas, heridas, …disparates imposibles. Y quedósele asentado en la imaginación, mas como cosa verdadera, no como invención libresca.

Mas lo peor estaba por llegar, que mi señor “vino a dar en el estraño pensamiento que dio loco en el mundo”. Fue que decidió hacerse caballero andante, por el bien de su honra y para servir a la república. Y había de irse por esos mundos, en busca de aventuras, deshaciendo agravios y poniéndose en peligros, cobrando “eterno nombre y fama”.

Nunca pensé que hablaba de veras; pero me quedé de piedra cuando le vi limpiar aquella armadura en un rincón, llenas de orín y moho. Quise hacerlo yo, mas no lo permitió. Y como, a su juicio, le faltaba la celada, se hizo una de cartón y la encajó con el morrión. Quiso probarla, sacó su espada, le dio dos golpes; mas con el primero ya había deshecho toda su labor de artesanía. Y puso unas barras de hierro. Cielo santo, ahora sí creía ciertas las intenciones manifestadas, era su voluntad dedicarse a la caballería andante.

Cuando acabó de remendar las armas, se fue a la cuadra y se puso a mirar al rocín. No veía, al parecer, sus mataduras y defectos. Me lo comparó con el del Cid o el de Alejandro y me explicó que el caballo de caballero tan famoso había de tener un nombre. Después de decir muchos posibles nombres, vino a llamarle Rocinante, como primero de todos los rocines del mundo. ¿Rocinante? ¿Ese saco de huesos y pellejos? Pobre rocín, qué mala vida te van a dar.

Al cabo de ocho días, don Alonso pensó en cambiarse de nombre. Ya no era don Alonso Quijana sino don Quijote de la Mancha, esto último por honrar a su patria. Yo, como buen criado, permanecía callado, aunque me preguntaba cómo iba a terminar esto.

Más tarde, me dijo muy serio que un caballero andante precisaba una dama porque “el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma”. Pensé que deseaba casarse con alguna hidalga del vecindario, lo natural, mas no era eso. El andante ha de tener su dama solo para poner en ella sus pensamientos.


"no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma"

Y, por último, descubrí que la dama era una moza labradora del Toboso, llamada Aldonza Lorenzo. Mas mi don Alonso no va a llamarla Aldonza, no. Será Dulcinea del Toboso, nombre de “princesa y gran señora”. Y no tengo claro si la ha visto alguna vez, si anduvo enamorado de ella. En mi capítulo así lo dice; pero otros personajes me han asegurado que nunca, nunca la vio, que sólo existió en su imaginación.

La dejo, señora mía, porque con esto acaba mi capítulo y no tengo derecho a introducirme en otros. Le saluda el mozo de campo y plaza, el que nunca pudo salir del 1.1.

Ha sido un placer conocerle, señor “mozo”.

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí.

María Ángeles Merino

Publicado en el blog "La arañita campeña" http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/12/y-un-mozo-de-campo-y-plaza-que-asi.html


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