viernes, 23 de enero de 2015

Sancho y seis peregrinos desviados del Camino.




Como Sancho se encuentra con su antiguo vecino , el morisco Ricote, coloco  imágenes de Santiago Matamoros...o Pisamoros, diría yo. 

Comentario al capítulo 2.54 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Ricote y Sancho"correspondiente al día 17 de junio de 2010. 


Que trata de cosas tocantes a esta historia, y no a otra alguna

Comienza el capítulo con un título “tomadura de pelo”. Nos anuncia que “trata de cosas tocantes a esta historia, y no a otra alguna”. Socarronerías cervantinas. Leedlo y veréis de qué trata, parece decirnos.

“Resolviéronse” y el desafío pasará adelante. El auténtico desafiado está en Flandes, el quinto pino vamos, huyendo de la suegra Rodríguez. Hay que suplantarlo y se sirven de un lacayo gascón llamado Tosilos. Se le industria bien industriado y adelante. El mayordomo echará una mano...

El duque anuncia a don Quijote que, dentro de cuatro días, se presentará su rival armado caballerescamente y defenderá que la pequeña Rodríguez miente por mitad de la barba o por barba entera, porque él nunca, nunca dio palabra de casamiento. Ni loco. Con una barbuda menos, je, je.

Don Quijote está en su caballeresca salsa, qué ganas tiene de lucir el valor de su esforzado brazo. Espera, alborozado, que llegue el día y cuán larga se le hace la espera. Cuatro días como cuatrocientos siglos…los dejamos pasar y nos vamos con Sancho que viene caminando sobre el rucio, en busca de su amo. ¡Ay, como añora su compañía!”

Ahí queda, no muy lejos, la ínsula, ciudad, villa o lugar…qué más da. Por el camino vienen seis peregrinos con sus altos bordones, de esos que piden cantando. Un poco lejos queda Compostela...

Llegan a Sancho y le cantan, en lengua desconocida; aunque pronuncian claramente la palabra limosna, la principal. Y como el ex gobernador es caritativo, o asustadizo, les da todo el queso y todo el pan que le dieron, allá en Barataria. Les dice por señas que no tiene otra cosa que darles.

Bienvenida la comida, pero algo de “guelte” estaría mejor. Es una palabra extranjera desconocida para Sancho. Pero mostrar una bolsa vacía es un idioma universal, dineros es lo que quieren; mas sin blanca está el honrado gobernador , el cual se abre paso entre ellos. Uno de los peregrinos le echa los brazos a la cintura. ¡Lo conoce! ¡Habla en alto y en castellano, algo muy castellano!

¿Quién es este franchote que le abraza? El desconocido declara tener en sus brazos a su “buen vecino Sancho Panza”. Éste lo mira mejor y lo reconoce, al fin. Es su vecino Ricote, el morisco, un tendero de su aldea. Desdichada, su nación.

Es difícil reconocerlo, vestido de peregrino. Además, es un gran atrevimiento volver a España, tras el decreto de expulsión de los moriscos. Ricote conoce a Sancho y se ve que confía en él, lo invita a apartarse del camino, para comer y descansar bajo los álamos. Va a contarle reposadamente lo sucedido, desde que partió para obedecer el riguroso bando de Su Majestad.

Los seis se quedan en mangas de camisa. Caen al suelo bordones, esclavinas y mucetas. Fuera los disfraces. Al quedarse en mangas de camisa, Sancho ve que todos son más jóvenes y de mejor posición social que su viejo vecino.

Las alforjas están bien provistas, sobre todo de lo que da mucha sed. Las hierbas hacen de mantel. Llaman la atención de Sancho unas extrañas huevas negras que llaman “cavial”. El hueso mondo de jamón cumple su papel, no es moro el que lo chupa. Pero las grandes protagonistas son las seis botas de vino, la de Ricote es la más grande.

Comen despacio, tomando pequeños bocados con el cuchillo. Y, todos a una, levantan brazos y botas. Los ojos clavados en el cielo, el líquido rojo haciendo puntería en las bocas, las cabezas oscilando a uno y otro lado. ¡Placentero trasiego! Sancho no va a ser menos, pide la bota y demuestra tener tanta puntería, o más, que los falsos romeros.

El quinto empinamiento fue imposible, las botas secas ponen mustios a sus levantadores. De vez en cuando, alguno junta su mano derecha con la de Sancho y le dice en “lingua franca “ eso de españoles y tudescos, buenos compañeros.

El ex gobernador responde afirmativamente y se le dispara una larguísima risa. Bajo los efectos de la comida y del vino, no hay cuidados, se le han borrado las burlas, los molimientos, la recia dieta, el abandono de su cargo, el encuentro con su amo...

Todos duermen el sueño de Baco, sólo Ricote y Sancho, más comedores y menos bebedores, quedan alerta. Al pie de un haya, el morisco le da sus razones.

La conversación entre los dos vecinos no tiene desperdicio. Ricote es prudente y vela por la comodidad de su familia, yéndose fuera él solo, mucho antes de que se cumpla el plazo, para buscarles acomodo. Se toma en serio el bando, sabiendo que es ley y no amenaza. Y las palabras de este discreto morisco nos sorprenden. Gallarda resolución la de Felipe III, inspirada por Dios porque los cristianos firmes y verdaderos eran pocos. Y, claro, Su Majestad no ha de criar la sierpe en casa. El castigo del destierro es justo, aunque terrible.

¿No son palabras imposibles en quien ha de perder casa y tierra? ¿Qué nos ha querido decir Cervantes? Seguramente no lo ve ni todo blanco ni todo negro. La patria de estos expulsados es España, a pesar de todo, y por ella lloran. En Berbería son ofendidos y maltratados, como extranjeros. Su deseo de volver es tan grande que muchos vuelven, abandonando mujer e hijos.

Ricote no se va a tierra de moros sino que se dirige hacia el Norte y llega hasta Alemania, donde cada uno vive “con libertad de conciencia”. ¡Qué atrevimiento escribir esto en la España de la Inquisición! Pero Cervantes se atreve a dejarlo caer...

En tierra libre, en la ciudad de Augsburgo, Ricote deja tomada una casa y, para volver a España, se une a unos peregrinos que toman el peregrinaje a los santuarios españoles, no como una devoción sino como un oficio. Recorren casi toda España, no sólo Compostela, y en todos los pueblos hay gente devota que los alimenta y les da buenos dineros. Pasan a su tierra con el oro camuflado en sus bordones o en sus esclavinas. Peregrinos profesionales y devoción santurrona que choca con el cristianismo erasmista de Cervantes, el cual se las apaña para asomar, muy tímidamente, un poco de lo que predicó el maestro de Rotterdam.

Ricote tiene enterradas sus riquezas cerca de la aldea, la suya y la de Sancho. Desea volver para desenterrarlas, después irá en busca de su mujer y su hija, católicas cristianas. Él no lo es tanto, tiene un poco de moro todavía; pero Dios abrirá su entendimiento. Lo que no entiende es por qué su mujer no tomó el camino de Francia, donde podría vivir como cristiana.
Ricote enterró sus riquezas cerca de la aldea, la suya y la de Sancho. Desea volver para desenterrarlas; después irá en busca de su mujer y su hija, católicas cristianas. Él no lo es tanto, reconoce que tiene un poco de moro todavía; pero confía en que Dios abra su entendimiento. Lo que no entiende es por qué su mujer no tomó el camino de Francia, donde podría vivir como cristiana.

Sancho le da noticias. Ricota no fue hacia el norte porque se la llevó su hermano, un “fino” moro. En su cultura,en la cristiana de entonces también, siempre hay un hombre que decide sobre la mujer; ya sea padre, marido o hermano.

En cuanto a lo de las riquezas enterradas, es en balde porque en la aldea todo se sabe. Y se comenta largamente que quitaron oro y perlas al susodicho cuñado.

No, Ricote está seguro de que lo suyo está a salvo, tan en secreto lo llevó. Si le ayuda a sacarlo y encubrirlo, recibirá doscientos escudos, para cubrir necesidades. Ricote es rico y conoce la pobreza de Sancho.
Atónito se queda ante la respuesta. Acaba de dejar un oficio con el que emparedaría su casa de oro y comería en vajilla de plata. No, no es nada codicioso. Y, además, nunca traicionaría a su rey. Ni doscientos ni cuatrocientos…

El morisco pregunta qué oficio es ése y cuando le contesta que ha sido gobernador de una ínsula, considera que el buenazo de su vecino se ha vuelto loco.

A dos leguas, se llama Barataria, la ínsula está en tierra firme, ha ganado el saber que no sirve para gobernar…y ni descanso, ni sueño, ni sustento.

¡Qué sarta de disparates! ¿Dar una ínsula a Panza? ¿Faltan gobernadores más hábiles que él? Le pide que calle, que vuelva en sí y le ayude con su tesoro escondido. Se le ha debido secar el celebro.

Sancho se niega , ha de contentarse Ricote con no ser descubierto. Cada uno siga su camino. El morisco no insiste pero desea saber si se hallaba en la aldea cuando partieron su mujer, su hija y su cuñado.

¡Qué bien le va a pintar la despedida de su hermosa hija! Salen a verla todos y todos dicen de su belleza. Llora y abraza a sus amigas. A todas pide la encomienden a Dios y a la Virgen. Todos derraman lágrimas, incluso los no llorones, como Sancho.

Alguno tiene la tentación de esconder a la bella morisca pero los detiene el miedo, no es sensato ir contra una orden real.

Don Pedro Gregorio, un mancebo mayorazgo rico, ha desaparecido del lugar. Todos piensan que va tras ella, para robarla. ¡Quién lo sabe!

Ricote siempre sospechó de ese caballero, pero confiaba en el valor de su hija; porque las moriscas no se enamoran de cristianos viejos, así como así.

Sancho tampoco es partidario de esa unión, mal para los dos. Y pide a su amigo que le deje partir, para reunirse pronto con su señor don Quijote.

Ambos han de seguir su camino. Ya despiertan los borrachines…Dos buenos amigos se abrazan y se apartan.

Un abrazo de María Ángeles Merino, en un difícil día.

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/06/sancho-y-seis-peregrinos-desviados-del.html

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